Los malos encuentran grietas. De eso no les quepa ninguna duda. Siempre estuvieron ahí y -lo que es peor- posiblemente siempre estarán. El lobo de Caperucita, la bruja malvada, el bosque perdido o esos niños inocentes a los que acechaban no eran sino señales en la noche, avisándonos de las inclemencias humanas.
Ninguna criatura está a salvo porque los depredadores se camuflan con autoridad para dar dentellada. Siempre estuvieron en el limbo, protegidos tras la ignorancia y la permisibilidad complaciente. Ya saben lo que no existe, no marca. Pero la podredumbre ha llegado a tal nivel que ahora se destapa, porque estaban las alcantarillas saturadas de tanto incontinente escondido bajo una sotana. Así las cosas, el Papa Francisco se ha remangado para barrer su patio, pero permítanme que dude de la eficacia. Lo que nosotros vemos como algo precioso digno de protegerse, un pederasta lo ve como material para su disfrute. El problema no es la visión (que permítanme decirles que me asquea) sino la consecución de su objetivo humano.
Las víctimas son miles, apartadas, obligadas a callar e incluso repudiadas por su entorno más cercano.
Es un laberinto lleno de espinas en el que te obligan a entrar, para que no salgas nunca más que muerto. Porque los muertos no hablan, ni piden justicia, ni señalan. Son muy cómodos los muertos.
Como les decía la Iglesia quiere erradicar la pederastia de sus tierras con unas premisas que sugiere a sus diócesis. Difícil enmienda cuando el enemigo duerme en casa y no tiene (como la fe) ni color, ni apariencia, ni rango, ni temporalidad.
Muy complicado erradicar algo que han negado categóricamente y que ha hecho falta valor sobrado de las víctimas para darle entidad con testimonios que desgarraría cualquier otra organización por muy respetada que fuera.
Francisco quiere expoliar de su reino terrenal algo que seguro que algunos consideraran de su patrimonio porque los rebaños bien dispuestos en filas indias es lo que tienen, que -como los patos- están siempre al alcance del cazador en cuanto le apetezca sacar el rifle.
Solo la desinfección total con acusaciones de cara podría preservar a las futuras generaciones de estos engendros.
Pero no estamos seguros de que la Iglesia quiera echarle bemoles, porque hasta ahora el sigilo y el destierro a otras parroquias eran la pena nunca asumida. Que ya sabemos que el mal servicio de los empleados daña el valor en bolsa de las empresas.
Las víctimas deberían tener la primera palabra, pero son saneadas como cuentas de collar viejo por la incomodidad que suponen como afrenta a principios tan divinos como son los niños a los que se les abandona y destruye gracias a la guarda y custodia, porque el lobo de Caperucita era en realidad su abuela.
Ya es hora de que salga a la luz lo oculto. De que se dé valor a los que sufrieron mucho más de lo tolerable para cualquier persona cuando solo eran unos niños que creían estar protegidos. Los malos siempre encuentran grietas...no hay más que pasarse por internet para notar el tufo de su pestilencia.
No deberíamos limitarnos nosotros, sino cortarse las ganas ellos. A la fuerza. Encerrar al lobo quitándole la máscara de persona humana para que los niños lo sepan. Para que las familias los vean y los echen de sus tierras. Destierros penales que asustan y mucho a los anacoretas. Que lo que la ley ampara no lo oculte la divinidad, ni la apariencia. Dejémonos ya de bálsamos cuando hay medicina legal para curar tanta injusticia, tanta barbarie y tanta pena. Las víctimas lo exigen y también nuestra conciencia. Tapen viejas grietas resanándolas con cal viva si es que quieren salvar la fachada de piedra.