Muchas son las veces que, cada día, a lo largo de cada día de nuestras vidas, pronunciamos esas palabras - gracias, perdón, ayúdame - porque hay algo que reconocemos que se hace por amor: por amor del alma hacia Dios que se siente agradecida porque ha podido hacer algo que es bueno, aunque sea muy simple, aunque sólo sea una mirada de comprensión hacia esa persona que ya no puede moverse con la agilidad de hace unos años, porque le duele todo el cuerpo cada vez que tiene que hacer un movimiento que suponga algo más de esfuerzo. Tú la ves y la recuerdas de años atrás cuando era todo agilidad y ahora hay en su rostro la paz de la conformidad; si Tú lo quieres, Señor, bendito seas,
perdóname y que tu ayuda no me falte, como no le falta a esa persona que camina dolorida.
No una ni dos, sino muchas, muchas veces cada día tenemos ante nuestra alma muchas cuestiones que nos invaden y que, de alguna forma, piden nuestra reacción en favor de quienes sufren porque nada tienen para salir adelante en la vida o porque se les acaba de presentar un problema que no saben o no pueden resolver. Tú haces aquello que está en tu mano para ayudar a unos y a otros, pero son muchos los casos que cada día se te presentan, algunos de ellos desde años atrás y tienes como refuerzo para la sensibilidad de tu alma ese requerimiento que haces a Dios en cada ocasión, en cada momento que en tu caminar por la vida tienes esos encuentros, o recuerdos, o temores de males a alguien que recuerdas en esos momento: Gracias, perdón. ayúdame Señor.
Gracias porque permites que lleve en mi corazón el dolor de unos y de otros y, así, tener para cada uno de ellos un pensamiento de amor y de ánimo, de deseo, que vayan encontrando solución a sus dificultades o sus males. Gracias, sí, porque mis pensamientos se unen a los suyos y así no se encuentran totalmente desamparados. Perdón Señor, porque quizás no he puesto todos los medios necesarios para cada caso que se presenta en mi vida; tal vez lo he tomado a la ligera y ha faltado el esfuerzo que tal vez habría ayudado a resolver, o cuando menos mejorar, esa situación. Quizás no Te pedí la ayuda necesaria y confié sólo en mis deseos y en mis fuerzas. ¿Por qué ese abandono cuando se trata de hacer el mayor bien posible?
Nuestra vida personal tiene una gran cantidad de compromisos y muchos de ellos los olvidamos y, de vez, en cuando, alguien puede que nos los recuerde, tal vez como un cierto sentido de reproche, Piensan, tal vez, que no debíamos haber olvidado tal o cual cuestión y uno se siente sacudido no por el reproche sino porque en nuestro corazón teníamos motivos para haber mantenido viva la atención hacia ese caso que nos acaban de recordar. El recuerdo debe mantenerse vivo en el alma, que es más fina que la memoria humana. Son muchas las sensaciones que, de alguna forma, se asentaron en nuestra alma y hay que vivirlas sin dar paso al olvido. No es un agobio sino una mayor satisfacción tener el alma viva y dando respuesta a todo lo bueno que en ella hay.
Su Santidad el Papa Francisco, con motivo de la beatificación de Don Álvaro del Portillo, este fin se semana último, ha recordado y dado a conocer una jaculatoria que el nuevo Beato tenía constantemente en su mente y en su corazón y que, de alguna forma, señala su carácter de hombre que quería darlo todo por los demás: “Gracias, perdón, ayúdame”.
Creo que merece la pena vivir, profundamente, el espíritu y el amor de esa jaculatoria. Nos hará más conscientes de nuestras obligaciones de todo tipo y nuestras almas gozarán de la paz que todos necesitamos para ser más útiles.