Recuerdo mi primera visita a Gibraltar. Se acaba de abrir la Verja en un primer gesto de generosidad hacia la colonia por parte del gobierno socialista, al mes y medio de ganar las elecciones. Aunque esperada, la decisión cayó como una losa en Ceuta, especialmente en su comercio. Era el principio del fin. Quién lo diría, pensé a medida que iba descubriendo las tiendas de la Roca, toda una curiosa y viva imagen retrospectiva de cómo habían sido nuestros bazares en los años cincuenta. Más allá de ellos parecía no existir vida. Los trece años de cierre de la frontera habían sido demoledores.
Si a algún llanito le hubieran dicho el próspero emporio de riqueza que con los años y con la nueva situación se convertiría la plaza, posiblemente no lo hubiera creído. A costa de España, claro. De dar todo a cambio de nada. De mirar hacia otro lado y por sus políticas de tibieza, abandono y debilidad. Nos quejamos de los terrenos que Gibraltar ha ido ganando al mar pero, paradójicamente, los materiales de relleno han entrado por la frontera y procedentes de España. El colmo ha sido el vertido de los 70 bloques de hormigón provistos de púas de acero en aguas españolas y en “Zona de Especial Conservación”. La ruina de la flota pesquera de la vecina comarca y las situaciones de fricción vividas entre las patrulleras de uno y otro lado con el riesgo de un conflicto de graves consecuencias. Y por si fuera poco el proyecto de Cape Vantage para un turismo de alto poder adquisitivo en la cala este (ver video en Internet) con dos espigones en zona también protegida medioambientalmente, un hotel de lujo, 2.500 apartamentos, lago, casinos, centros comerciales y demás.
Situaciones que no son más que una continuación de una serie de hechos que van robusteciendo la opulenta e imparable economía de la vergonzante última colonia en Europa con el objetivo de fondo de acabar con cualquier dependencia de España. Para qué esos los bloques de hormigón, sino para proteger el cable submarino que potencie el juego online mediante nuevas y veloces líneas telefónicas propias, con la consiguiente autosuficiencia en este terreno, dejando de lado las 60.000 que les regaló Zapatero.
Como señalaba esta semana el portavoz de la organización de los inspectores de Hacienda, la economía gibraltareña se apoya fundamentalmente en su sector financiero. Con una tributación mínima para las empresas de fuera y el secreto bancario, no es de extrañar que éstas hayan proliferado hasta superar las 25.000. Tantas como habitantes, de los que se calcula que unos 16.000 viven en la Costa del Sol, pero cuya residencia oficial figura en la Roca. Próspero negocio también el del contrabando de tabaco ante el que España tenía que haber dado mucho antes un paso al frente. Como el caso de las gasolineras flotantes contraviniendo las normas medioambientales o la propia evasión fiscal por la que se esfuman cada año cientos de millones de euros en las más diversas operaciones a decir de la Agencia Tributaria…
Y en la orilla de enfrente, nuestra sufrida Ceuta. Antaño su gran competidora y causa ya perdida en todos los terrenos vistos los mimbres y los vericuetos por los que se desenvuelven las estrategias económicas calpenses. Lamentablemente ambas plazas se siguen contemplando con el mismo rasero.
En el río revuelto actual se vuelve a hablar de la “descolonización” de las dos ciudades, cuando Naciones Unidas no ha dictado ninguna resolución respecto a Ceuta, al contrario que con Gibraltar, porque tampoco jurídicamente somos tal colonia. Gibraltar esgrime sus derechos sobre sus “aguas territoriales”. ¿Habla acaso de ellas el Tratado de Utrecht? Mientras, nosotros, nos preguntamos ¿las tenemos? ¿Acaso alguna vez España se planteó fijarlas clara y firmemente? Se nos acusa de “contrabando”. ¿Acaso lo es el comercio irregular con Marruecos? Con la implantación de una aduana comercial, como la tiene Gibraltar y que el país vecino nos niega, todo estaría resuelto.
Mucho se habló siempre de un régimen fiscal especial para Ceuta y Melilla que permitiese la atracción de inversores y riqueza, pero en esas seguimos. Siempre atentos a la mirada vigilante y desconfiada de Europa, la misma que parece no enterarse de cuanto ocurre en Gibraltar mientras que aquí tan poco se ha conseguido y con lo que se cuenta ya vemos sus resultados. ¿Qué sucedió, sin ir más lejos, con aquellas prometedoras Reglas de Origen? ¿Por qué no dar luz, de una vez, a un adecuado régimen fiscal que permitiese acabar con el brutal paro que padecemos y evitar que Ceuta y Melilla sigan siendo las eternas ciudades subvencionadas con el peligro que ello encierra? ¿Por no molestar a Marruecos? Cuán distinta sería la realidad si hubiera prosperado la idea del dictador Primo de Rivera de que España hubiera cambiado a los ingleses la ciudad de Ceuta por la de Gibraltar. Un pensamiento que no puedo evitar en situaciones como las actuales.
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