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Gastroenteritis y el purgatorio

En otros tiempos, Bretón hubiera sido portada de “el Caso”, mi madre lo hubiera leído con fruición y después un “qué hombre más malo”, habría salido de sus labios, entre volutas de humo de su cigarro mentolado. En otros tiempos no estábamos en el purgatorio, ni nos constipábamos con gastroenteritis, ni teníamos que hacer dieta, ni preocuparnos por la economía, ni pensar en el futuro, ni temer por el presente.                        
Los psicópatas no se asomaban -con mirada de psicópata- a nuestra salita , desde una pantalla plana, ni las amigas nos duraban el tiempo que se tarda en mandar un SMS.                   
El teléfono corría como los ríos de tinta y las cartas de amor, las carpetas del colegio, con fotos enlatadas de las revistas de moda, en su portada y contraportada, nos llevaban a un mundo irreal donde desaparecía todo y solo quedaba la arena de albero de la plaza de España. Incluso las palomas se paraban en pleno vuelo y aterrizaban, como poseídas, al ritmo de un fotograma. Ahora , en estos tiempos de nauseas perpetuas, de gente que sale de la cárcel y gente que no entra, de nobles, casaderos y esquivos, de princesas sin reino, de políticos que se ríen del pueblo y pueblo que se desangra en silencio, los bretones nos miran con ganas de asesinarnos, porque decimos la verdad, una verdad incomoda e inconveniente, una verdad inspirada en lo que fue y que no quieren que se sepa. Nos debatimos entre estertores abdominales porque la e collis nos mata poco a poco, multiplicándose, poblando nuestro intestino y dejándonos hechos unos zorros. Hemos multiplicado la ineficacia, hemos dado alas a los inútiles y solo los más miserables pueblan los rincones de nuestra tierra. Los más aptos, los más luchadores, los mejores, se han ido, se han desterrado de nosotros, las mentes lucidas, los sabios, los expertos que jubilean su vejez al ritmo de pasodoble salsero y los medianos, más medianos de la media, sufrimos la inapetencia de no comer , ni dejar comer, por partirnos la boca en nauseas mañaneras. En otros tiempos “ el Caso “hubiera dado cuenta de Bretón y le hubiera encumbrado a su primera página y en su interior, con todo lujo de detalles, habría explicado cómo pudo hacerlo y porqué , para escandalera de matronas que dejaban a su hijos en colegios privados y luego iban a sus casas a deshacerse de la cotidianeidad , ojeando entre líneas impresas. Es curioso vislumbrar entre los recuerdos, sacarlos del armario de los desenfoques y ponernos a la luz del sol, para encontrarlos desteñidos y secos, obtusos, al ser comparados con los de otros que vivieron los mismo tiempos que tú. Cuando en los futuros años, se hable de   los tiempos presentes, solo serán tres páginas como mucho de una enciclopedia, que, estoy segura , no verá el papel en su vientre sino solo pixel y megabytes. Lo mismo entonces ya solo seremos fantochada de nosotros mismos y los que queremos no nos recordarán más que por videos enlatados,  que guardarán en un armario virtual de recuerdos. Pero hoy nos contraemos, nos desangramos y morimos de infelicidad, de rebeldía adolescente con cincuenta jodidos años, que nos crujen en las articulaciones, los kilos y las menopausias. Boqueamos tragedia, somos tragedia y nos vestimos de día de plaza, de día de recogida de colegio, de día de “no puedo escribir porque tengo el correo lleno y se me salen las desdichas por las costuras y ya no puedo apretarme más el rasero”.
El purgatorio nos persigue ,porque sabe que tenemos plaza asignada y aunque esté el cupo lleno siempre tienen sitio para un enfermo de gastroenteritis que aún quiere luchar como adolescente ochentero, así que seguimos en pie como los caminantes que somos, como los medianos que seremos, como los protagonistas frustrados de nuestra propia tragedia, amor que no dimos y esperanzas en las que no creemos, revolver de un calcetín para hacernos bien la colada de nuestra agitada alma. Bretón no nos inspira más que lástima, porque tener el cielo y quemarlo entre brasas, con presuntas ramas de olivo y gasolina inflamada, hace de menos a la frase de mi madre, de “qué hombre más malo” y se queda en otros tiempos, de uniformes y dictadores, de niñas vírgenes hasta los 40 y monjas estrelladas.

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