Ver parir a Antonio Tejado en un asador de pollos a las once de la noche es saber que tu vida se ha ido al garete. No importaban los comentarios de una clienta oxigenada reclamando que los hombres no paren con electrodos, porque si lo hicieran “no abrirían más las patas”
Te das cuenta entonces -en un deja vu miserable- de que todo ha ido de barrena hasta llegar a ninguna parte. Se acabaron los días de vino y rosas en que cabalgábamos el cielo, para encontrarnos – ahora-dolor de espalda, de muelas, de nariz y hasta de ovarios cuando hace tanto que nos los tocan sin tenerlos en funcionamiento. Aún aparecen bombas de la guerra civil- acuarteladas en la vida cotidiana-siendo tan pardillos que queremos pasar página. No hay nada cómo ver a Tejada, a Fortu y a Juan Miguel clamando por sus euros unos segundos en el resumen, mientras que un único pollo -sobreviviente del asador- se recuece atravesado de ojete a pescuezo por una vara metálica. Es la oferta y la demanda, el horario de 7 a 11del asador y el venir atravesada, compungida y esquivada, aunque el equipo de la niña haya ganado . Porque tenemos hormonas travestidas, encogidas o ufanas que nos hacen desdecirnos, doblarnos o doparnos en esta vida que tiene más espinas que rosas y más olvidos que desafíos.
Ver a Juan Miguel pariendo con electrodos después de haberle visto perder kilos- pelearse con Karina, entrar y salir por platós y derrochar epiteliales- no es menos triste que estar escribiendo a estas horas con frío y desazón para no ganar nada. La vida es una aguafiestas si la miras a la retina , porque te das cuenta que sus entrañas no son más que laberinto de ratones. Pero aun así perseveramos en este arte del birlibirloque en el que la desgracia de un niño hace más caja que cien mil buenos articulistas.
Las niñas de Alcasser – la crueldad de su muerte, los deleznables modos de los medios con ellas-no fue más que preludio de lo que viene ocurriendo…amarillismo a brochazos porque es lo que la audiencia demanda, que por otra parte somos todos verdaderamente.
Mirando atrás podemos ver a Nieves Herrero en esa salsa, pero podemos – también-avanzar hacia delante y ver que no le pasó factura y que las desgracias hay gente que las recicla y emperlita como Juan José Cortes con la de su hija. Me duele todo de sentir tanto, es una maldición campante porque ni siquiera en el asador -rota por el cansancio- puedes dejar de mirar para avergonzarte, no de que se gane dinero de cualquier manera( que me parece licito y razonable, porque al fin no hacen daño a nadie) sino de que seamos tan ilusos de no haber avanzado nada en ese pan y circo que nos atonta. Créanme que los entiendo, leer está desfasado, aprender casi muerto y lo mejor es agarrarte a un clavo ardiendo para obstruir mente a ver si llega el infarto rápido. Así no tendremos que levantar cabeza, que el peso nos descoyunta el pescuezo.
Por eso el pollo sigue dando vueltas, requemado y sin nada en la testa, sin patas para correr y con la varilla metida bien dentro, donde las noticias de niños perdidos o niñas defenestradas no pueda hacerle ningún daño. Y lo más grande que llegó alguien al asador, lo vio, preguntó si se lo podía llevar y se lo embutieron en aluminio con patatas. Al pollo.