Se veía venir. Ceuta y Melilla pueden estar en estos momentos ante una de las encrucijadas más serias de su historia. El asalto del viernes es el más grave desde que en 2005 se reforzó la valla, de forma que, en sólo diez días, 500 subsaharianos han logrado burlar la frontera melillense. Un hecho tan anómalo como intolerable este último, al haberse realizado por las bravas con el lanzamiento de toda clase de objetos sobre la Guardia Civil cuyos agentes, faltos de un número de efectivos necesarios y con la reciente prohibición del uso en la frontera de los medios disuasorios habituales, no pudieran hacer otra cosa que limitarse a esquivar los ataques de esa auténtica marabunta humana.
Así es imposible defender unas fronteras que tan legal como inevitablemente existen y existirán en todo el mundo. Abogar por su erradicación o bajar la guardia en su vigilancia es jugar a la utopía, a la insensatez, a una auténtica locura, al menos en la época en la que nos ha tocado vivir. Entretanto tanto las mafias se frotan las manos y quienes esperan al otro lado para dar el salto al sueño europeo es de temer que, vistos los acontecimientos, sigan intentándolo ahora con más intensidad que nunca y como sea.
Triplicada la máxima ocupación de las 480 plazas del CETI melillense, tan inquietante situación puede producirse también en nuestra ciudad. Está claro que las avalanchas no van a concluir aquí. Al contrario. Y cuidado porque, vista igualmente la debilidad y la falta de una adecuada política de Estado en el control de los flujos migratorios, quienes de forma masificada y prolongada aguardasen impacientemente su salida a la Península bien podrían movilizarse con las consiguientes consecuencias, algo de lo que ya tenemos desagradables experiencias. ¿Se acuerdan cuando Canarias, con una superficie territorial superior, decía sentirse desbordada por la afluencia de los cayucos y pedía solidaridad con el resto de España? Pues por hacia ahí podríamos ir también por estas latitudes y ojalá me equivoque.
A todo esto, Europa a lo suyo. No sólo siguen sin dignarse a visitar sus fronteras en África sino que, para colmo, su comisaria en la materia arremete contra la Guardia Civil, precisamente cuando ya hay un proceso judicial abierto, acusando a sus agentes de crear el pánico por el lanzamiento de pelotas de goma a los inmigrantes, lo que considera pudo ser determinante en los sucesos del 6-F. No contenta aún, la señora Malmström anuncia el inicio de procesos contra España. ¿Y esas 500 entradas de esta semana, no le inducen a la reflexión? ¿Y el resto de los mandatarios europeos, no tienen nada que decir o aportar? Lo de siempre. No saben, no contestan.
Y la Defensora del Pueblo que manifiesta que no fue prudente, pero sí legal, el uso de las pelotas de goma. ¿Entonces por qué la retirada de su uso en nuestras fronteras? ¿En qué quedamos? Es paradójico que puedan usarse para contener determinados desórdenes tumultuosos en cualquier lugar del país pero no en el caso de avalanchas incontroladas sobre las vallas fronterizas.
Paralelamente el PSOE solicita en el Congreso la retirada de elementos pasivos de protección en las fronteras como las llamadas concertinas, “que puedan causar mutilaciones o lesiones graves a las personas”. Precisamente las mismas que su gobierno ordenó colocar en su día. Muy bien y muy humano. ¿Pero qué otras medidas alternativas proponen para controlar estas fronteras cada vez más desbordadas por la presión titánica de esas oleadas arrolladoras de inmigrantes?
Decía el presidente Imbroda, por qué no poner azafatas y comités de recepción para quienes sin cumplir con los requisitos legales, tratan de acceder a territorio español, incluso por la fuerza. Y por qué no también, se me ocurre, abiertas generosamente nuestras fronteras como piden algunos, recibirlos con autocares al pie de ellas para conducirlos directamente al país europeo elegido por cada cual para establecerse. Cierto que no es un tema para la chanza, pero ante la que está cayendo permítaseme esta licencia.
Y como remate, Marruecos atribuyendo la fuerte presión migratoria sobre Ceuta y Melilla al éxito del blindaje de sus fronteras marítimas a la inmigración ilegal con un descenso de un 95%. Lo que no deja de ser paradójico pues parece ser mucho más fácil el control y freno de tales movimientos sobre dos pequeñas localidades que el de las costas del país. Con lo que me reafirmo en lo que escribía la pasada semana de cómo podría aprovechar Marruecos estas corrientes para provocar una peligrosa inestabilidad en ambas ciudades de acuerdo con sus reivindicaciones territoriales. Insisto, cuidado con este asunto.
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