Una frontera que pretende ser igual que cualquier otro punto fronterizo del país tiene que someterse a una regulación clara, bien alejada de lo que es la improvisación. En Ceuta se vende lo ‘inteligente’ para disfrazar lo que pretende ser un paso que, en verdad, termina viéndose sometido al criterio del turno de guardia.
Los debates a nivel político están a un nivel bien alejado de lo que es la realidad y más bien próximo a la mentira. Porque cuando se cuentan las verdades a medias no dejan de ser en el fondo eso, una falacia etiquetada en el ámbito de lo políticamente correcto.
Con el Tarajal sucede esto. Nos cuentan que todo va a funcionar de perlas, que la coordinación va a ser un ejemplo digno de enmarque, pero más bien parece que seguimos entregados al día de la marmota contando, año tras año, las mismas promesas. Anuncios que no se ejecutan y agilidades que si funcionan en un lado no lo hacen en el otro.
Con el protocolo de devolución de nacionales marroquíes ocurre lo mismo. Hoy sí, mañana no, sin que haya una explicación. ¿Puede ser que un protocolo firmado y legal se sustente en el mosqueo del de turno? Sí. Como puede ser también que todos esos asuntos que deben cumplirse como la verificación de la nacionalidad o la edad desaparezcan en una línea sometida al temperamento de unos y otros.
Esta semana está siendo ejemplo de ello.
Hablar de frontera como tal son palabras mayores. Aludir a que se trata de la frontera sur de Europa supone un insulto. Más bien vivimos rodeados de una trinchera donde la conveniencia y el impacto son los reyes y marcan las directrices.