Atres días vista, se palpa ya en el ambiente la feria agosteña. Qué mejor para propiciarlo que con su pregón oficial. Hará una década y sin saber por qué, el citado pregón desapareció de la escena festiva. Quién sabe si para bien después del grado de chabacanería de los últimos. Desde esta columna, año tras año, he venido reivindicando su recuperación. Aunque eso sí, un pregón solemne y señorial. Al hilo de la tradición que presidió esta gala desde los tiempos en los que se celebraba en el inolvidable teatro al aire libre del parque de San Amaro e incluso, después, en el propio recinto ferial.
Una vez recuperado el pregón, cabría estudiar también la posibilidad de recobrar su vieja esencia, evitando ceñir todo el peso del acto en la oratoria, la imaginación y en los recursos más allá de los puramente dialécticos del disertador. Recuérdese el brillante e inseparable añadido que propiciaba el ceremonial de la coronación de las reinas, que con sus damas de honor presidían después el artístico escenario levantado para la ocasión, con el culmen posterior del acto, tras el pregón, de un espectáculo de ballet, un concierto o una actuación escénica apropiada para la ocasión. Y concluido el acto, reinas, damas, pregonero, autoridades y público directos al Real, para proceder su solemne inauguración.
Escaso gasto generaría esta gala bajo tal formato, máxime con un pregonero que debería ser siempre un ceutí, evitando caer en la tentación de traer a determinadas figuras artísticas o literarias foráneas como ha ocurrido en algunas ocasiones. Primero por razones de proximidad y sentimientos con la ciudad y sus fiestas patronales y, en segundo lugar, por la política de austeridad absoluta que marca el dificilísimo momento económico del país.
Y es que la época de las vacas gordas y los dispendios sin freno parecen haber pasado a la historia. No he podido por menos que llevarme las manos a la cabeza cuando, al recordar nuestros viejos festejos como acostumbro para el especial de Ferias, resulta que, salvo error o variaciones de última hora, las fiestas patronales de este año podrían costar a las arcas municipales unos 400.000 euros menos que la de hace un cuarto de siglo. Así, como suena.
¿Qué como es posible? Números cantan. Frente a los 200.000 euros que, según Festejos, se destinarán al acontecimiento (unos 33.277.000 de las antiguas pesetas), la feria de 1988 que, de los 80 millones previstos en un principio por la concejalía que presidía Enrique Gutiérrez, terminaría plantándose, a decir de las hemerotecas, en los cien, lo que hoy serían 601.000 euros. Increíble. No podía ser de otra manera con la arribada de tantas primerísimas figuras de la canción del momento, la corrida de toros por todo lo alto que se lidió y la esplendidez de detalles con los que se quiso mimar a aquellos festejos. Al especial de Ferias de la próxima semana me permito remitir a los posibles incrédulos.
Qué tiempos. Épocas de derroche en la que los ayuntamientos en general no reparaban en tirar, como se suele decir, la casa por la ventana si de ferias se trataba y de lo que no eran precisamente ferias. Y como aquí, en Ceuta, el maná de oro del bazar, por entonces en el inicio de su declive, aún daba para todo, pues los festejos agosteños no iban a ser menos. Detalles como estos concitan a la reflexión y a la mirada retrospectiva hacia unas décadas de abundancia que, por desgracia, posiblemente muchos no volveremos a conocer.
Vienen muy preocupados los feriantes como consecuencia de esta crisis sin piedad que vivimos. Aseguran que pueden ser de los más afectados por ella, pues las familias a la hora de recortar no dudan hacerlo por lo más superfluo. Que un turronero manifieste, como recogían nuestras páginas, que “Ceuta para nosotros es una joya”, aún coincidiendo con el Ramadán, cómo les irán las cosas por otros lares.
Que se les hayan bajado las tasas parece una medida aconsejable visto el panorama. Lo que no es de recibo y menos en las circunstancias actuales eran sus pretensiones de ampliar el número de días de feria. Con la que está cayendo, cinco son más que suficientes. Por los propios bolsillos y por la propia feria, que correría el riesgo de verse determinadas noches despoblada. Si sucedió ya años atrás, qué sería ahora.
En fin, la feria. La gran fiesta de todos los ceutíes, sin distinción de credos, aquí está un año más. Especialmente austera pero en su incomparable Real, tan céntrico, señorial, acogedor y a pie de mar, que ya quisieran para sí tantísimas ciudades.