Cuatro de agosto en Ceuta. Pensaba que no llegaría pero sin quererlo se hizo fiesta a la puerta de la iglesia de Santa María de África. La Virgen esperaba en su nave de plata, a la hora acordada, para desembarcar en la antigua playa de la Sangre. Donde dieron su vida San Daniel y sus compañeros, se convirtió en improvisado epicentro de la fe porque, según el Daaalí, de Boadella, ahí es donde reside Dios, el mismo que está dormido en los brazos de la Patrona de Ceuta.
Los costaleros preparaban sus ropas para el desembarco. Bajo el silencio de las bóvedas encaladas del santuario, la Virgen de África recorrió, minutos después, los escasos metros que la separaban del amor imborrable de sus fieles. Todo fue dulzura en aquella tarde de promesas renovadas bajo el sello de las flores; todo fue recuerdo de infancia a la luz agostada de la puesta de sol inigualable del Estrecho.
Había trasiego de volantes en los talles flamencos de las caballas. Había caminar de varas, había inquietud en la espera. Había viento de poniente en los abanicos y había afinación de trombones en la Banda de Música ‘Ciudad de Ceuta’. Había ensayo de procesión de salida en la nave central de la iglesia.
En la plaza, la esperaba la Comandancia, las colgaduras y las fuentes, la esperaba el monumento y el cerrojazo que ya quería escucharse para que llegara la Virgen hasta los fieles. La esperaba el presidente Vivas, con sus flores. La esperaba toda Ceuta. Hasta el obispo de Cádiz. ¡Venga flores a María! Ya Manolo Creo mandaba el paso, ya salía la Virgen de África. No venía sola porque estaban con Ella todos los caballas -salvo indisimuladas ausencias- esperando, los primeros, los infantes para entregarle sus ramilletes de besos.
El capataz paró a la Virgen ante el cronista y con su golpe de martillo, se acabó el Avemaría con el que se saluda a la Virgen de África. En Ceuta, la Patrona sale dos veces: el día cuatro, para las flores, y el día cinco, porque Ella quiere. Huele a nardos la Virgen de África, huele a cielo de algodones. Están puestos los capataces como aguaciles de maestranza, esperando la venia para que la Virgen salga. Ellos la entregan a Ceuta hasta la media noche.
Al llegar a la plaza, toda Ceuta se inclinaba ante su Madre. Estaban los santos costumbristas, el panteón de intocables, los del arte mayor y, sin duda, la plebe selecta. No distingue la Virgen de África por título ni hacienda. Ella solo ve en los corazones.
Ya estaba la Virgen en la calle. Le habían gritado ¡guapa! en la iglesia y no fueron los que allí estaban. Fueron salvas de cañonazos de Santa Bárbara y azucenas de San Antonio de Padua. Fueron Santa Teresa y Santa Lucía las que iban con sus palmas anunciando que la Patrona de Ceuta estaba llegando a la plaza. Por no faltar, ni Velázquez quiso ausentarse en una tarde floreada en la que el sevillano imaginó a la Trinidad coronando con rosas a la Virgen de África.
Sonó el himno de España al salir la Patrona de su casa. El reguero de flores no cesó. Cada ramo, una promesa. Cada flor, un suspiro. Y justo cuando se posaba, el primer piropo de los caballas al aire: “¡Viva la Virgen de África!”.
En las sillas, se vieron zapatillas de Converse junto a tacones de alza ancha. Se escuchó Campanera mientras que pasaba la Asamblea de la Ciudad. Había policía de gala, con sables y penachos de plumas. La ofrenda popular comienzó cuando monseñor Zorzona cierraba sus palabras. “Para amar, hay que tener un corazón grande y fuerte, como el de la Virgen”.
Sonó Camino de Rosas para las flores de los caballas. Por delante quedaban las horas junto a la Patrona de Ceuta. Cuando la ofrenda terminó, ya era cinco de agosto. La Virgen mira, sin quererlo, hacia el Estrecho, donde sabe que están empadronados, olvidadamente, centenares de flores marchitas que no alcanzaron a trasplantar sus raíces.
Venida desde la Fundación Gerón, Rosa también le trajo flores a la Virgen de África. No solo fue ramillete sino que le puso claveles a la Patrona con su propia voz. Cantó con el alma, como cantan los pobres de corazón. Desde su silla de ruedas, cuando ya se marchaba, Rosa le habló a la Virgen, como lo hace una hija a su madre: “Estaba medio muerta y aquí estoy para cantarte un año más”. La plegaria de Rosa fue una de tantas en forma de cante y baile que se dieron a las puertas del santuario.
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