Opinión

Féminas

Discurría la mitad de los cincuenta cuando pisé por primera vez las dependencias de este periódico, por entonces, en la vetusta y desaparecida Casa de la Palmera. Muy niño todavía, me quedé impresionado con el persistente sonido de las linotipias, el de las viejas ‘Olivetti’ y el repiqueteo del teletipo vomitando unas indescifrables cintas sin fin, en medio de un ambiente impregnado por el particular olor a tinta, a papel y a grasa, como antes olían las sedes de los periódicos.
También reparé en que allí sólo había hombres. Hombres mayores, serios, curtidos por la profesión y ninguna mujer. Tampoco encontré féminas en el periódico cuando, una década después, comencé a hacer pinitos en el periodismo, gracias a la oportunidad que me brindó el director de la época, mi inolvidable Vicente J. Amiguet.
Casi a la par, aterrizó por la redacción de la calle Solís la primera firma habitual con nombre de mujer: África Gran Élez de Villarroel. Una dama inquieta, vocacional y entusiasta a la que se le confiaba una doble página semanal, ‘La mujer y su espejo’. Tan al estilo de la época, aquel frívolo periodismo estaba a cien años luz del de la mujer periodista de nuestros tiempos, pero ahí quedaba la firma de África que, en ocasiones, se adentraba también en algún tema de la sociedad ceutí de entonces.
Llegó después Alicia Navas, cuando dejó de ejercer como la madrina del histórico At. Ceuta. Una dama escribiendo de fútbol era toda una revolución. Con su peculiar estilo realizó multitud de entrevistas, algunas con su inevitable anécdota. El caso de la del gran Pelé, a quien fue a buscar a Torremolinos. Una vez en el hotel, el entrenador la despachó de inmediato. Pero el astro carioca, que había oído la conversación, no dudó en atenderla de inmediato desoyendo a su técnico.
Resonancia especial tuvo el nombramiento de Elisa Beni Uzabal como primera mujer directora de un diario en España, entre 1988 y 1989. Con tan sólo 23 años, la decidida apuesta del editor no pudo ser más llamativa. “Yo era una mujer muy joven al frente de un equipo de hombres entre los que había mucha experiencia, pero también con el colmillo muy retorcido”, me contaba Elisa algo más de una década después.
El 2 de julio de 1998 desembarcaba en nuestra ciudad con una mochila a sus espaldas, Carmen Echarri, otra jovencísima periodista recién licenciada, como la anterior por la propia Universidad de Navarra. Venía como becaria para, a los pocos años y hasta la fecha, asumir la dirección del periódico.
Después de dos décadas ininterrumpidas al frente de ‘El Faro’, nuestra Carmen ha consolidado con creces su liderazgo en el rotativo y en los medios de comunicación locales en general, haciendo ya historia. Una dirección, la suya, que no ha concluido aún, por lo que su record de permanencia bien podría dilatarse, aún más, en el tiempo.
Esta semana en la que hemos asistido a tantas reivindicaciones en torno a la mujer, me parece oportuno resaltar la permanente presencia de féminas en nuestro diario sin cuotas de igualdad ni banderolas políticas al tan al uso. Faltaría menos en una empresa privada. Si desde hace muchos años las principales cabezas rectoras de ‘El Faro’ han tenido nombre de mujer, lo ha sido por la profesionalidad y la valía de estas, y así lo entendió desde el primer momento mi amigo Montero.
Lo que les cuento me vino a la mente este martes, después de oír en su sección diaria en COPE a Luis del Val con su sentido homenaje a las mujeres periodistas. Mujeres que, a través de su oficio, sin petulancias ni verbalismos retóricos han sabido demostrar con inteligencia, tesón, trabajo y entrega profesional de lo que son capaces abatiendo perjuicios.
Como remataba Luis, generalizando, “frente al feminismo retórico, de pancarta, que ayuda a cobrar una nómina, hay un feminismo, que ni siquiera se llama así, y que es el ejemplo a seguir, la ruta pionera que han marcado cientos, miles de mujeres que, día a día, sin necesidad de acudir a una manifestación, ensancharon los caminos. Mi admiración y mi agradecimiento hacia ellas, y mi desprecio al manipuleo que convierte una labor encomiable en una pancarta sectaria, repleta de intereses políticos y ambiciones personales".
Me honra transcribir aquí tu opinión, admirado maestro. La comparto plenamente.

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