Escuchaba como lloraba, y mi perro se dio cuenta, deseando consolarlo. Más el viento me dio el tiento de saber por qué lo hacía.
Eran momentos de desconsuelo por un presente sin un amor que tenía, y que se fue de rositas, por una tontería de parejitas.
La rabia salpicó las paredes donde se encontraba y las puertas temblaban de los puñetazos que lanzaban, y más llantos hubo, al salir de aquel lugar oscuro, una muchacha que mucho ensanchó de espaldas fue hacia su vehículo, donde lo recogió alguien y lo quito de los pesares.
Allí quedó la rabia, el encendido novio y todos los pleitos, en aires de borrascas, sin lluvia pero con mucho llanto.
El amor palpaba las emociones se encendían y allí quedaba un nuevo corazón roto.
Mi mascota me miraba, tiraba y quería estar junto al desdichado, que yo pensé que era mejor dejarlo solo.
Pero de vez en cuando miraba, y se escuchaba: Ven a mis brazos, el viento lo publicaba y los llantos lo reprimían.
Así quedó fuera de si ese pobre hombre en una oscuridad de ideas y dando a entender que el querer viene y se va muy despacio, aunque la otra parte te haya defenestrado y dado de baja de su estimado entender sentimental.
Es una losa de esas que no se ven pero que pesan tanto, que para uno volver a ser feliz necesita pensar en otra cosa tan bella, como es una ruta nueva con algo nuevo y con rumbo diferente.
Los nubarrones llegan, descargan y se llevan las atmósferas malas y un nuevo día amanece para tener una cara donde perdure nuestra sonrisa.
El reparto de la felicidad fue dado, más a esta hora me haría falta la contraseña de su carcasa, para no caer dentro de unos momentos de pérdida de algo nuestro y querido.
Hoy estoy aquí; mañana Dios dirá.
Pero entre medias estaré pensando en algo nuevo llamado felicidad.