Categorías: Opinión

Favores agradecidos

No nos es extraño ver a un africano con las manos ensangrentadas, presumiendo verbalmente de la hazaña de haber matado a sangre fría a un soldado británico. No nos sorprende que llamase a las mujeres que por allí estaban y las invitase a presencial el brutal acto, añadiendo que en Afganistán, sus mujeres, estaban obligadas a verlo cada día. Estamos en un mundo global en que la información está presente a esbozos, platos rotos de vida humana, detenidos un instante, por las pausas para comer, para charlar o para irnos a pasear un rato.                                                                                                               
No desenganchamos el caballo del carro, por mucho que lo digan sociólogos, médicos o cabezas pensantes, que nos hablan desde los aparatos de televisión o desde la misma  internet.
La badila del brasero sirvió para destrozar la cabeza y la vida de María Rey, que cayó, como otras dos desgraciadas, en las últimas horas de televisión, para espanto parcial de algunos, para sofocar la hora de ver las noticias, el corazón galopante, amenizadas por los tifones y huracanes, que arrasaron Oklahoma o por las cifras del paro.                                                                          
Nos hemos automatizado y hemos dejado de ser personas, somos ojos escrutadores y ya el sol no nos calienta los párpados, ni nos paramos en las esquinas, para deleitarnos con el arrullo de las palomas.                                                                                                             La temeridad de la ignorancia se impone, la visión de película que hizo que la inglesa rubia y estilizada se quedase pasmada ante el presunto terrorista islámico, es la realidad, porque el que había matado, era quizás la posibilidad de salir luego, de ser luego, algo que mostrar a los vecinos, que lucir en el trabajo o que comentar con los amigos.                                                                                                                                     
Porque ese asesino presunto se quedó dándole explicaciones a un teléfono móvil, que se liberó de su carga en segundos, que se vio en décimas de segundo por miles de personas  y que inmortalizó el momento para la posterioridad, del siguiente noticiario, de la tan esperada audiencia, antes de la rápida mirada a otro lado.                                               No sé ustedes que son más jóvenes, pero yo me acuerdo de Miliki, cuando decía que no había nada más difícil que atraer la atención de los niños, porque era fácil al principio y lo podía hacer cualquiera, pero continuadamente era casi imposible.                                    
Pues ahora todos somos niños, hasta María Rey, que ha muerto con la cabeza destrozada, magullada y rota, fría, como la muerte que se le echó encima, porque su marido no la quería, diga lo que diga y decidió, por voluntad propia, terminar con ella. Pero en una cosa ha tenido suerte, porque su marido estaba tan encelado con su hermano, que luego de matarla, lo esperó a él y no decidió grabarla con el móvil, sino que la emprendió a golpes, mientras gritaba a los vecinos, que se congregaban, que a la otra ya la había matado.
El minuto de gloria, ése en el que los de los programas basuras ven sus nombres en letras doradas, ése en el que aún eres alguien que no te mueres en la ninguneidad, no había llegado, tampoco el del juicio, en el que dirá que Juan el Bautista le puso los clavos al hijo de María y encima ella, le ayudó a hacerlo.                                                                                                                   
Son ustedes jóvenes, por eso no les extraña ver a un africano matando a un soldado venido de Afganistán, ni se duelen de que mueran mujeres, de que sigan cayendo como si fueran piedras al fondo de un río negro y pestilente, tampoco de que los tornados arrasen vidas, de que en un minuto cambie nuestra vida, de que seamos adictos mirones abducidos por la información y los datos, por las noticias, por el tecleo, por los mensajes y los twiteos,  el Google y el Face.

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