Opinión

Las seis fases del Protectorado español

Pese a las alternancias positivas y negativas de las relaciones hispano-marroquíes, con sus luces y sus sombras, lo cierto es que la historia compartida a ambos lados del Estrecho de Gibraltar, la geografía, la economía, los desafíos transnacionales o los movimientos humanos abocan a ambos países a un entendimiento creciente, que debe sustentarse en un mayor y más intenso conocimiento del uno hacia el otro, asumiendo nuestras diferencias como algo enriquecedor y superando recelos anacrónicos que han ensombrecido las relaciones bilaterales durante demasiado tiempo. España y Marruecos se saben a sí mismo, por decirlo con palabras de Ortega y Gasset, “un canto rodado del Mediterráneo, pulido durante treinta siglos por el riente mar”.

El origen del Protectorado español en Marruecos se remonta a finales del siglo XIX. España, en aquella época, atravesaba una grave crisis económica y financiera tras perder en 1898 sus últimas colonias de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. De ahí que recurriera al clásico medio de proyectar la tensión hacia el exterior. Al mismo tiempo el Imperio jerifiano (marroquí) era objeto de una rivalidad entre las principales potencias coloniales: Francia e Inglaterra. España permanecía alerta a la evolución de la situación política en Marruecos. Consideraba que la vecindad, la posesión de los llamados “presidios” y su coexistencia de casi ocho siglos le conferían derechos específicos sobre el país norteafricano y una misión que cumplir.

También estimaba que su futuro estaría en peligro si Francia e Inglaterra se instalaban en Marruecos. Según Germain Ayache (1981, 145), el Protectorado español en Marruecos solo pudo ser posible gracias a las presiones inglesas sobre Francia. Los británicos no confiaban en dejar manos libres a los franceses en el suroeste del Mediterráneo, frente a su colonia de Gibraltar. El 30-03-1912, el sultán de Marruecos Mulay Hafid firmó con Francia el Tratado del Protectorado. El primer artículo de este tratado estipula que Francia se concertará con España a propósito de los intereses que esta tiene en el norte de Marruecos.

Mediante el Tratado Hispano-Francés del 27-11-1912, Francia reconoció a España el territorio de la zona norte de Marruecos, estableciéndose allí el Protectorado español, con capital en Tetuán. Se trata de una estrecha banda, bastante pobre y eminentemente rural, dominada en gran parte por el sistema montañoso rifeño. Limita al oeste con Tánger y al este con el río Muluya (próximo a la frontera argelina), con una extensión de 22.790 kilómetros cuadrados. Francia ocupaba las regiones más ricas del país, cuando a la zona española era muy pequeña; su superficie comprendía unos veinte mil kilómetros cuadrados, lo que representa solamente una vigésima parte de la zona francesa. Una zona montañosa y pobre donde no había casi nada que pudiera interesar al capital hispano. El espacio agrícola representaba solo el quince por ciento de la superficie total. Los únicos intereses capitalistas dignos de tenerse en cuenta se limitaban fundamentalmente a las minas de Beni Bu Ifrur en la región de Nador, las ‘minas del Rif’.

Las autoridades españolas decían que: “los franceses han cogido de Marruecos la carne y no les han dejado más que las muestras”. El 6-01-1919, el diario El Porvenir de Tánger escribía: “nos han dejado la zona más árida e insumisa, la de la tribus más guerreras y también más pobres”. Dada la escasez de los intereses económicos de España en Marruecos y la pobreza del territorio rifeño, algunos ideólogos del colonialismo español, especialmente los “africanistas”, intentaron presentarlo como una acción original, netamente desmarcada del resto de las demás potencias: un protectorado “desinteresado”.

En 1930, Ruiz Albéniz escribía: Tras de abandonar la parte indudablemente rica y merecedora de un impulso colonizador, como era la Orania, no quedaba a nuestro país sino la perspectiva bien poco halagadora, de los arenales y los riscos de las poco gratas tierras que rodeaban nuestras Plazas fuertes (Ceuta y Melilla). En la zona del Protectorado español vivían setenta y seis tribus, de origen bereber. Pertenecían todas a cuatro grandes familias instaladas cada una en un sector del conjunto rifeño. Dos de estos agrupamientos ocupaban cada una de las mitades de la vertiente atlántica, los senhaya, al este, y los yebelíes, al oeste.

En cuanto a la vertiente mediterránea, su mitad occidental estaba poblada por los gomara y la oriental por los zenetes. El retrato de la sociedad rifeña antes de la penetración española, tal y como se representa en los escritos coloniales, no traduce la realidad histórica y sociológica. A la población se le atribuyen ferocidad, aislamiento y hostilidad hacia los europeos. Sobre este tema, el arabista francés Auguste Moulieras escribía en 1895: “los rifeños, nueve veces de cada diez, degollarían fríamente al infortunado europeo que cayera en sus manos”.

Así, a mi modo de ver, del Protectorado español en Marruecos, que se extendió durante cuarenta y cuatro años, es normal que un periodo tan prolongado de tiempo abarcase varias fases, fundadas en las variaciones de la situación internacional, en la propia situación interna de España y en las agitaciones del territorio. En consecuencia, podríamos establecer las fases siguiuentes:

1ª Fase: Comprendería desden1912 a 1918. Caracterizada por los intentos de penetración pacífica, pero con el respaldo de las fuerzas militares, y afectada por las perturbaciones y variaciones de tipo económico y político, consecuencia del conflicto mundial. En estos primeros años de Protectorado, el Gobierno español constató la necesidad de sostener al gobierno del Majzen (marroquí) con recursos económicos proporcionados por el Tesoro español. Ya en 1913, varios ministerios españoles (Estado, Fomento, Guerra, etc.), con sus propios créditos, debieron apoyar al neonato gobierno jalifiano. Para el año 1914, este elaboró un presupuesto de doce millones y medio de pesetas de gasto.

Por su parte, los ingresos se reducían a poco más de cuatro millones. El gobierno español sostuvo este presupuesto con subvenciones que, finalmente, llegaron a los siete millones de pesetas. El carácter deficitario de la administración jalifiana y el apoyo del Tesoro español serían norma hasta el final del Protectorado. Jesús Albert Salueña, señala que, en esta fase, España trató de extender su control sobre el territorio marroquí de forma pacífica, sobre todo por medio de la “acción política”, consistente en comprar la benevolencia de los personajes notables de las cabilas por medio de la asignación de cuantiosas pensiones.

2ª Fase: 1919 a 1927. Iniciada por el nombramiento del general Dámaso Berenguer como Alto Comisario, con el inmediato comienzo de grandes operaciones militares y finalizada con la pacificación total del territorio. Como factor externo debe señalarse la inestabilidad política en España, que motivó la implantación de la dictadura de Primo de Rivera. En esta fase, la encarnizada resistencia a la presencia europea llegó a poner en cuestión la viabilidad del Protectorado español. La actuación de Abd-el-Krim obligó a España a un gigantesco esfuerzo militar que llevó a tierras africanas a más de 150.000 hombres y exigió el empleo de cuantiosos recursos económicos.

Paradójicamente, esta fase de duras campañas supuso un impulso económico para el Protectorado. Las necesidades militares, la construcción de cuarteles y pistas militares, los numerosos transportes, la llegada de población española que dio gran actividad al sector servicios, la construcción de viviendas para la población europea, etc. incrementaron la actividad económica, tanto en el Protectorado como en Ceuta y Melilla, que tuvieron un notable aumento de población y gozaron en esos años de gran prosperidad.

3ª Fase: 1928 a 1935. Fue la primera fase de paz, que permitió el establecimiento, en todas las cabilas, de las Oficinas de Intervención, que constituían la estructura periférica del gobierno del Protectorado. En estos años se llevaron a cabo los primeros intentos de mejora de las posibilidades económicas del territorio. Las Oficinas de Intervención, a pesar de sus reducidos medios materiales, supusieron un gran impulso para la dinamización de la economía en el medio rural marroquí. La construcción y acondicionamiento de zocos, pozos, fuentes, puentes, granjas modelo y ambulatorios, que eran pequeñas obras, pero con gran utilidad e impacto para las cabilas. Junto a estas obras, la repoblación forestal, la distribución de semillas y la actuación de médicos y veterinarios contribuyeron, en gran medida, a la definitiva pacificación del territorio y a una rápida metamorfosis del campo marroquí.

En 1928, finalizadas las operaciones militares, se aprobó un plan de obras públicas exclusivo para el Protectorado, dotado con ochenta millones de pesetas. Este plan alivió la disminución de la actividad económica motivada por el fin de las operaciones militares y la repatriación de numerosas tropas. Sin embargo, la crisis de 1929 y la llegada de la República en 1931, con nuevas disminuciones de tropas y recortes de gastos en Marruecos, agravaron la situación económica. A ello no fueron ajenos ni la caída en la cotización de la peseta a finales de la década de los veinte ni la crisis mundial, con una disminución de la demanda de hierro y caída de los precios del mineral.

4ª Fase: 1936 a 1939. La guerra civil descubrió el valor del Protectorado como fuente de reclutamiento de duros soldados marroquíes para el ejército franquista, pero también sus limitaciones económicas y su carencia de industrias. Por primera vez, los cereales y el azúcar consumidos en el Protectorado provenían de la Península. Las especiales circunstancias económicas de la guerra civil dieron lugar a una incipiente industrialización de sustitución tratando de suplir la carencia de importaciones motivada por la falta de divisas e incrementada por el cierre de la frontera entre ambos protectorados. Durante la guerra civil la Compañía Española de las Minas del Rif alcanzó el máximo de producción de toda su historia, con exportaciones por encima del millón de toneladas al año.

En esos años se fundó la empresa Fosforera Marroquí, comenzaron su actividad varias pequeñas industrias conserveras, se agilizó la explotación maderera con talas programadas, se regularizó el aprovechamiento del corcho en los alcornocales de Yebala y Gomara, etc. Desde el punto de vista de la gestión económica se estableció el Comité Económico Central. Su cometido era gestionar la vida económica con criterios de dirigismo, asignando las divisas y los limitados recursos, en especial los energéticos, a las áreas económicas consideradas claves para el bienestar de la zona. Este sistema era un remedo o, más bien, una anticipación del sistema autárquico que regiría la economía española en los siguientes veinte años.

5ª Fase: 1940 a 1945. Sin duda, los años más duros en la historia económica del Protectorado. La reducción del comercio internacional, las dificultades para la navegación, la escasez de materias energéticas y fertilizantes y el desmesurado aumento de la guarnición militar dieron lugar a una hambruna similar, e incluso superior, a la padecida en la metrópoli. Los problemas que España experimentó en esos años se reflejaron en el Protectorado agravados por notable déficit alimenticio y la necesidad de emplear recursos para mantener un numeroso ejército que, si bien ayudó a alejar la guerra de la zona, fue una pesada carga económica.

6ª Fase: 1946 a 1956. Esta última fase puede considerarse la época dorada de la presencia española en Marruecos. La mejora de la situación económica en España y los cambios en la situación internacional permitieron una bonanza para la zona, que en algunos aspectos llegó a superar la calidad de vida de la metrópoli y que, desde el punto de vista económico, casi llegó a cumplir las expectativas de una relación de tipo colonial tradicional. Conscientes de lo limitado de los recursos económicos corrientes para la realización de grandes obras públicas, los gestores españoles aprobaron un gran plan de obras públicas a financiar por varios presupuestos extraordinarios, basados en empréstitos con emisión de obligaciones. Este plan de obras públicas, independientemente de sus ventajas a medio y largo plazo, estimuló el mercado de trabajo y dinamizó la economía de la zona.

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