Vivo en la Calle Alfau y allí, en el barrio reside nuestra patria chica: los vecinos, edificios modernos que observan las viejas edificaciones casi centenarias, trabajadores de la limpieza guardando sus aperos en un local al final de la vía, el colegio Beatriz de Silva y los niños que buscan los coches de sus padres al final de la jornada en un caos comprendido por los que allí residimos.
A un paso tenemos una tasca, el restaurante El Velero, la farmacia de La Pinta de la hija de Gregorio el Boticario, el estanco para echar la suerte, el veterinario, la peluquería canina, los bajos de La Marina que cada año se convertirán en el Real de la feria.
La zona de Alfau es una referencia en la ciudad, un barrio histórico de gentes humildes que pasaron su vida compaginando el costumbrismo con la modernidad que asomaba por otras zonas más céntricas.
Los jardines vecinales son un guiño a la naturaleza urbana y una forma de reivindicar zonas verdes en cualquier rincón que pueda ser visto como un simple vertedero.
Alfau es un pequeño laberinto de cuestas arriba y abajo pero en el que nunca terminas de perderte aunque no sepas en qué parte exacta te encuentras; nos suele pasar en los primeros días de residencia... Luego es tu calle de toda la vida.
Pero no todo es bueno en Alfau. Al parecer hace 250 años vivió un señor que tenía una jauría de perros; las cifras forman parte de la leyenda. Al comenzar a urbanizar los perros y este ceutí misterioso tuvieron que buscar otra ubicación con el comienzo de las obras. Este hombre se negó al desalojo convenciendo a los perros para montar las trifulcas necesarias y ahuyentar a los operarios del Ayuntamiento. Con el tiempo el barrio comenzó a crecer: las primeras casas, las aceras, balconadas, alcantarillado y, aunque el presente respetó al pasado, el barrio estrenó nueva vida. Observo con nostalgia la Placa en honor a Doña Trinidad Vinuesa “Aquí vivió la vecina más antigua de la calle”.
Cada día encontramos la Calle Alfau llena de cacas de todo tipo de perros: grandes, pequeñas, medianas, duras, blandas, de distintos aspectos y colores. Las cacas suben y bajan en todas direcciones y campan por sus anchas en cualquier sitio que uno pueda imaginar.
También en edificios históricos y modernos los orines caninos riegan el recinto recordando a la película ‘El perfume’.
Salir de casa puede suponer un peligro pues las mierdas amenazan fuera del mismo portal.
Lo curioso es que nadie vemos a los dueños de los perros que defecan en nuestras narices. ¿ Dónde vivirán? ¿Serán de Alfau? ¿A qué hora sacan a sus mascotas? ¿Las defecaciones serán con el agravante de alevosía, nocturnidad, premeditación y descampado?
Es por ello que se baraja la existencia de un fantasma con perros fantasmas; lo mismo buscan venganza por haberlos obligado a abandonar la zona. Creerán, como todos los fantasmas que esa es su casa y no tienen que pedir permiso a nadie.
Me temo que como no venga Iker Jiménez tenemos mierda para rato.