No hay mayor cosecha de perspectivas que la que puedes recoger en una grada de pabellón deportivo, lleno de padres. He visto chillar, llorar, insultar y ovacionar hasta quedarse afónicos en un intento que nunca he entendido bien (ni mirándome la barriga) más que por ser fuerzas de la naturaleza, relacionarse con la supervivencia de nuestra especie genética o quizás orgullo desmesurado.
Ya les digo que la resolución la tengo en cuentas pendientes, como el inglés y el escribir mejor o el cuidarme.
Las falsas perceptivas son a los humanos lo que ha sido la Pantoja a Supervivientes, porque no hay duda que da rendimiento pero se le están viendo las enaguas. Mi padre -que es de pensamiento lineal como una tabla de planchar- cree que es lista porque ha cogido manojo de billetes al vuelo, porque sus propias perspectivas están basadas en el juego de los euros más que en ningún otro. No digo que no sea práctico -que lo es-, pero hay algo más que el vil metal siempre que no tengas carestías que te lleven a dejarte la piel a tiras por cualquier minucia.
La cosa es que mi progenitor siempre piensa que el más listo es al que le va bien a nivel monetario sea de la forma que sea, pero a modo drástico- que ya saben que en el fondo todos somos piratas o hijos de corsarios- al que se salta la ley por la pata floja.
Siempre discutimos por eso, porque no entiendo que se admire a alguien que nos joroba a los demás por igual y que es receptor de prebendas que no ha ganado, sino que ha birlado del saco común, como la Pantoja con la lata que se comió cuando decía que tenía las proteínas bajas y que no se sabe bien de dónde salió.
Siempre he pensado que el programa la protege, no porque la quiera -ni mucho menos la respete- sino del mismo modo que mi padre gusta de ver en los euros un modo de asegurarse el sueño del mañana. Las cadena de televisión viven de las audiencias, de nosotros que vemos lo que nos echen y que gozamos con la desgracia ajena, para caérsenos las nalgas cuando un gato es rescatado en mitad de una tormenta. Individuos sorprendentes, capaces de la mayor de las heroicidades y la más inquina de las bajezas.
No puedo entender que la gente vaya a los sitios a machacar, a faltar y a denigrar a los demás, pero si hay un servicio en las ferias para prevenir agresiones y vejaciones a mujeres por algo será. No es una sociedad avanzada ésta donde lo que podemos vislumbrar no es más que egoísmo, hedonismo y falsedad .No me hagan mucho caso hoy que revengo de la feria y no estoy acostumbrada a trasnochar más que si recojo a niños de entrenamientos a altas horas de la noche, agotaditos los tres y llevándonos una mano a las falsas perspectivas de que quizás sean mejores personas por seguir una rutina de ejercicios, que les den equilibrio y seguridad en sí mismos y capacidad de sacrificio sobrada.
No les puedo decir que nunca haya gritado en una grada, ni que algún pobre árbitro no se haya regalado los oídos con mis aseveraciones especificativas, pero no lo hacía por pensar que las cosas no salían como mi perspectiva de futuro tenía proyectado sino porque el día aprieta, las esperanzas escasean y los años caen sobre la chepa como las cartas de la baraja de un mago.
El padre de Michael Jackson tenía las perspectivas a lomos de una ambición desbordada. Y le dieron fruto, porque su hijo fue una estrella (de hecho sigue siéndolo). No al modo Pantoja de sobrevivir a lo inevitable que es terminar cabalgando un sillón en el mismo programa donde le han hecho una bata de cola a la medida con la que limpiar medio planeta, sino la de morir entre laureles romanos como héroe más allá de tu propia historia real. Quizás a él le sirva recoger el fruto de fama ajeno y el dinero que ello le ha proveído. Quizás tenga razón mi padre y solo la cara cierta de los euros te dé la felicidad soñada fuera de falsas expectativas. Fuera de las Barbas del Levante y amaneceres azuleados por las olas.