Según ha publicado Manuel A. García Ramos, historiador militar, en su reciente libro: “De Extremadura a Cuba. Los últimos conquistadores”, sobre la guerra de Cuba (1895-1898), hubo unas 50.000 víctimas de toda España en aquella guerra, entre muertos y heridos. De Extremadura fueron unos 8.000 extremeños, de ellos 6.785 de reemplazo, y el resto voluntarios, habiendo resultado muertos unos 2.500, aunque en combate sólo fallecieron el 5 %, y el resto por enfermedades.
La contienda estalló el 24-02-1895, hace 127 años, con el llamado Grito de Baire, dado por el principal cabecilla rebelde, José Martí, hijo de españoles; tras un período previo de paz de 17 años, con el objetivo de los rebeldes de conseguir independizarse de España, como finalmente conseguirían, tras libar tres guerras, dos que perdieron y la tercera que ganaron.
España, escribió un autor cubano, tuvo entonces que realizar el “mayor movimiento transoceánico de tropas hasta aquella fecha. Durante los tres años de guerra, fueron movilizados 220.000 hombres. Uno de los buques más activo en los traslados fue el Ciudad de Cádiz, cuyos expedicionarios, ya embarcados, cantaron el siguiente soneto improvisado: «Del castillo de proa a la bodega/ revueltos, confundidos, hacinados/ la nación empaqueta a sus soldados...». Su rancho, escaso y de mala calidad, incluía una famosa galleta por su dureza, que «ni las mastica un tiburón, ni las digiere un grullo», aseveró un médico. Sólo la fiebre amarilla acabó con 1.034 soldados.
Fueron a hacer frente a una guerra separatista, con todas las dificultades y consecuencias que la movilización conllevó, como tener que transportarlos a territorio cubano (a 7.152 kilómetros), a través del Océano, en barcos que no estaban ni preparados ni acondicionados, en medio de procelosas tempestades y en condiciones infrahumanas pocas veces vistas, hacinados en el barco.
Eran la inmensa mayoría soldados de reemplazo de reciente incorporación a filas, sin apenas instrucción ni experiencia, de extracción humilde, porque por entonces aún estaba vigente la ominosa situación de “soldado de cuota”, una de las mayores injusticias sociales que por entonces se cometieron en el ejército, consistente en que los padres que tenían posibilidades económicas podían librar a sus hijos de hacer la “mili” con sólo pagar al Estado 2.000 reales de vellón o un carísimo seguro de “quinta”, que cubría el riesgo de proteger a los hijos de los ricos de tener que ir a combatir para casi seguro morir; mientras que los jóvenes hijos de pobres, necesariamente debían ir a la guerra para morir por la patria. Lo que venía a ser la más abominable de las injusticias.
En febrero de 1895, José Martí, al grito de ¡Viva Cuba libre!, prendió la chispa del independentismo no sólo en Cuba, sino también en Puerto Rico, Filipinas y, prácticamente, en todos los territorios que fueron nuestras colonias. Fue muy penoso y triste que aquellos países “hermanos” se independizaran de España, a la que buena parte de ellos llamaban y tenían como la “madre patria”; pero era lógico y razonable que así sucediera, para que quienes habían sido sus propietarios originarios volvieran a recuperarlos.
"Las tropas españolas enviadas a Cuba tuvieron así que hacer frente, entre otras muchas dificultades, a la pésima salubridad de los acuartelamientos militares en la Península. Los viajes marítimos a los destinos de Ultramar. La carencia de infraestructuras militares propias en la Isla de Cuba"
Así comenzó el movimiento insurreccional de toda la América hispana. Hubo unos 60.000 muertos, casi todos españoles de la Península. Más de la de la cuarta parte no volverían jamás. Pero, la inmensa mayoría no muertos en combate, sino debido a las numerosas enfermedades infecciosas. La mayoría de los extremeños muertos eran oriundos de pequeñas localidades de Cáceres y, sobre todo, de Badajoz, gente humilde y noble procedente de la España rural, en gran parte pertenecientes a los Regimientos de Infantería Castilla nº 16 y Baleares nº 41, los dos de guarnición en Badajoz.
Fue aquella una guerra que duró de 1895 a 1898. Y que España de ninguna forma podía ganar, desde el momento en que en agosto de 1898 entraron en ella los norteamericanos, con el pretexto de la explosión de su crucero Maine, que luego se supo que fue de forma fortuita cuando estaba fondeado en La Habana. La guerra fue declarada a España aprovechándose del desgaste y agotamiento que ya venía sufriendo de tener que hacer frente a sucesivas contiendas en otros frentes. Y, con claro afán expansionista, los EE.UU. no se conformaron sólo con Cuba, sino que también la extendieron a Filipinas y Puerto Rico.
Las tropas españolas enviadas a Cuba tuvieron así que hacer frente, entre otras muchas dificultades, a la pésima salubridad de los acuartelamientos militares en la Península. Los viajes marítimos a los destinos de Ultramar. La carencia de infraestructuras militares propias en la Isla de Cuba. La falta de aclimatación. La extremada juventud de la tropa y su inexperiencia militar. La escasa y mala calidad de la alimentación de aquellos soldados. El sobreesfuerzo físico de la tropa. La falta del merecido descanso, especialmente el nocturno. Las enfermedades infecciosas. Los parásitos y otras afecciones. La fiebre amarilla o vomito negro. La organización sanitaria del ejército español y la acción en combate o acciones de guerra.
En los años 1896 y 1897, con 26 y 24 fallecidos extremeños, respectivamente, fueron los más letales. Durante1895 aparecen menos bajas de extremeños debido a que en el primer año se iban incorporando paulatinamente los contingentes de tropas enviadas a luchar y en el último, porque con el fin de la guerra en agosto terminaron los envíos de refuerzos. Se puede comprobar que las 5 bajas de resultas de los combates contra los insurrectos son números muy inferiores a los 77 extremeños que fallecieron por enfermedades. Una proporción similar al resto de España. A estas bajas tendríamos que añadir 6 más que se ignoran los motivos y circunstancias de su fallecimiento.
Pío Baroja escribió sobre los que regresaban en aquellos barcos viejos a España: «Todos los días, cinco, seis, siete que expiraban, se les tiraba al agua». Fue el caso de 39 extremeños que regresaban en 1898 y 8 en 1899. El almirante Cervera, en el parte de guerra de la batalla naval de Santiago de Cuba, tras la derrota de nuestra escuadra infligida con la explosión del Maine, que tuvo lugar el 3-07-1898, decía: «La patria ha sido defendida con honor. La satisfacción del deber cumplido deja nuestras conciencias tranquilas, con solo la amargura de lamentar la pérdida de nuestros queridos compañeros y las desdichas de la patria». Sobre Filipinas. Sobre esta última, su cabecilla rebelde, Aguinaldo, dijo que “se arrepentía de haber masacrado a su querida España”.
Nuestro país realizó en cuatro años, el segundo mayor desplazamiento de soldados de la historia después del protagonizado por los estadounidenses, en la Segunda Guerra Mundial. Hablamos de 200.000 españoles que cruzaron el Atlántico para enfrentarse en Cuba a los 40.000 hombres del ejército libertador. Pero aquí hay que tener en cuenta lo que apunta John Lawrence Tone en «Guerra y genocidio en Cuba, 1895-1898»: la mayor parte de los cubanos que se alistaron en las tropas independentistas «lo hicieron en el último mes de la contienda, una vez que los españoles declararon el alto el fuego»; porque durante la época anterior habían luchado del lado de España.
El cambio de aquellos cubanos, que pasaron de ser aliados a enemigos de España, se debió, a una estrategia de los desertores por «mera supervivencia, ante el derrumbe inminente del poder español, puesto que sus familias e intereses estaban en Cuba» y para poder sobrevivir no les quedó más remedio que hacerlo así por razones de mera supervivencia. Esa fue la verdadera situación: murieron unos 2.500 extremeños de entre 60.000 y 80.000 voluntarios. Si bien, el 40 % eran naturales de Cuba, según las listas de fallecidos que fueron publicadas por el Ministerio de la Guerra. Según algunos historiadores, hasta unos 32.000 cubanos llevaron el uniforme español como voluntarios y combatieron a favor de seguir manteniendo los lazos con España. Hubo más cubanos luchando por España que por la independencia de Cuba.
"España como nación, Extremadura como región y Badajoz como provincia se vieron inmersas en un nuevo, y esta vez definitivo, episodio bélico, en una catástrofe que muy pocos auguraban"
Los separatistas auténticos nunca superaron los 40.000 combatientes, aunque el historiador americano Donald H. Dyal los rebaja hasta 30.000 en 1996. De ahí que sólo empezaran a vislumbrar la posibilidad real de ganar la guerra cuando recibieron el apoyo de los EE.UU. En aquella guerra se dio la paradoja de que, hasta casi el final, hubo más de 80.000 voluntarios cubanos luchando del lado de España; que sólo la traicionaron pasándose a las filas contrarias a partir del momento en que Norteamérica entró en la guerra y se dieron cuenta de que nuestro país ya no podía ganar y no les quedaba más remedio que unirse a la causa independentista, porque si no, su porvenir, su situación personal y la de sus familias, quedaría seriamente comprometidas y amenazadas.
Llegaron a darse casos de verdadera pena y consternación, como ocurrió con un compostelano del que en 1898 se hacía eco la prensa: Un soldado español que regresó del combate a su vivienda en la localidad gallega de Enfesta. Era de noche y en horas bastante avanzadas; pero llegaba de Cuba tan hambriento y debilitado que carecía de fuerza de voz para llamar y darse a conocer, de manera que sus familiares ya dormidos sólo escucharon un débil ruido de la puerta, pero creyeron que podía ser un intento de robo y por miedo no le abrieron. A la mañana siguiente descubrieron desgarrados el cadáver del desdichado joven, muerto de hambre y frío en el umbral.
Derrotados, famélicos, desarrapados y en muchos casos enfermos, regresaban hace ahora 120 años los soldados españoles que habían participado en la Guerra de Cuba (1895-1898), en la que se dejaron la vida unos 2.500 extremeños, aunque las balas y los machetes solo produjeron el cinco por ciento de las bajas. Las enfermedades fueron el verdadero enemigo al poner el pie en la isla, mientras que a otros les sorprendió la muerte en los barcos en los que eran repatriados.
Las hostilidades habían cesado en julio de 1898, pero habría que esperar a diciembre para que se firmara el Tratado de París, por el que España perdía Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Más de 8.000 extremeños, entre soldados de reemplazo y voluntarios, participaron en la guerra final. El Regimiento de Castilla nº 16 envió 1.703 expedicionarios. El pueblo de Badajoz les tributó a su ida una emocionante despedida, recolectando donaciones de dinero y tabaco para repartir entre los soldados. «Muchas mujeres lloraron amargamente y diez o doce fueron acometidas de síncopes», escribió un cronista de la época.
Muchos extremeños fueron condecorados, como el capitán Francisco Neila, que recibió la Laureada de San Fernando por la resistencia de su guarnición en el famoso sitio de Cascorro. El capitán Neila finalizó su carrera militar de general. El regreso se convirtió en un calvario. Desperdigados por puertos muy alejados de Extremadura, algunos no llegaron a casa, como un cacereño que murió en un sanatorio de Barcelona. El socorro de Plasencia a los 400 maltrechos soldados que llegaron en un tren le valió el título de «Muy Benéfica» ciudad, otorgado por la reina regente María Cristina. «¡Qué gentí más güeña”!, escribió en castúo el poeta Gabriel y Galán sobre su comportamiento. Badajoz recaudó 6.600 pesetas con un festejo benéfico con los toreros Machaquito y Lagartijo.
España como nación, Extremadura como región y Badajoz como provincia se vieron inmersas en un nuevo, y esta vez definitivo, episodio bélico, en una catástrofe que muy pocos auguraban. La pluma de uno de los más grandes historiadores cubanos ha dejado escrito que en los albores del siglo XIX, España realizó él mayor movimiento transo oceánico de tropas de la historia hasta aquellas fechas. Unos 220.000 hombres fueron movilizados en tres años para combatir en la guerra separatista que contra el Estado español una parte de la población que habitaba la Gran Antilla, la Isla de Cuba, inicia en aquellos días finales de febrero.
En medio de lo anterior, los soldados, que, en leva forzosa en su gran mayoría, cumplieron honrosamente con lo que creían legítimo. El soldado español luchó con honor, con valentía y con tesón. La historiografía cubana está llena de hermosas palabras hacia él.