La exclusión de la Naturaleza

Hay muchas maneras de abordar la evolución de la especie humana. Podemos hacerlo desde el punto vista biológico y trazar la línea evolutiva desde los póngidos hasta el actual Homo Sapiens. En los últimos años se ha despertado un interés especial por el hombre de neandertal al que, según ciertas teorías, nosotros, los sapiens, nos encargamos de extinguir.

Al parecer los neandertales eran más inteligentes y sensibles que nosotros y perecieron frente a la mayor violencia de los sapiens. De alguna manera, los neandertales han sobrevivido como consecuencia del entrelazamiento genético con nuestros ancestros humanos y a ellos les debemos nuestro lado más intuitivo y emotivo. Todas estas teorías no son fáciles de demostrar, pero no por ello dejan de ser evocadoras.

Resulta sugerente imaginar a los últimos neandertales, que encontraron refugio en el área del Estrecho, habitando en el abrigo de Benzú, tallando útiles líticos en el espacio que milenios después ocuparía la puerta califal o cazando en el bosque de la Almina o del Hacho.

Cuando ya se había perdido el recuerdo de los neandertales, ocurrió una explosión de la vida, como consecuencia de un periodo de óptimo climático, que favoreció lo que ha venido a denominarse la “revolución neolítica”. Los arqueólogos somos los responsables de la periodización tan materialista con la que marcamos el final y el comienzo de cada edad histórica.

"Se ha llegado a la afortunada conclusión de que no podemos entender la vida de los grupos humanos de la prehistoria sin conocer cómo era su entorno"

Tienen que entendernos, nosotros trabajamos con evidencias materiales y lo que más abunda en los yacimientos prehistóricos son piedras talladas mediante distintas técnicas, cuya identificación permite datar las distintas fases en los contextos de estudiamos.

No obstante, los arqueólogos hemos sido pioneros en la investigación multidisciplinar y ahora los equipos de investigación de yacimientos, como el del abrigo y cueva de Benzú, incluyen polinólogos, antrocólogos, arqueozoólogos, geólogos, físicos y un largo etcétera. Se ha llegado a la afortunada conclusión de que no podemos entender la vida de los grupos humanos de la prehistoria sin conocer cómo era su entorno y su manera de relacionarse con él.

Todavía queda por aplicar, en el campo de la arqueología, nuestro actual conocimiento sobre la evolución de la estructura de la consciencia humana. Tal y como ha propuesto el pensador Gary Lachman, está pendiente desarrollar una arqueología de la consciencia.

Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, el ser humano no poseía una consciencia individualizada, tal y como poseemos en la actualidad. Nuestros ancestros estaban inmersos en una realidad indiferenciada de la naturaleza y del cosmos. No fue hasta el tercer milenio antes de Cristo cuando se produce una primera diferenciación entre el cielo y la tierra basada en la observación del firmamento.

Los primeros astrónomos acadios -a los que siguieron los mesopotámicos y los egipcios- empezaron a estudiar el movimiento de los planetas y su posición en el cielo nocturno y descubrieron que había un orden que atribuyeron a los dioses. Frente al caos indiferenciado, los dioses pusieron orden estableciendo las leyes que rigen en el cosmos y en la tierra.

"Era un mundo poblado de dioses y daimones que habitan en la naturaleza y, de manera más concreta, en arboledas sagradas"

Los relatos sobre la creación del mundo fueron la base de las primeras cosmografías sobre las que se construyeron las realidades mitológicas que daban sentido y coherencia a la realidad. Estas realidades y poderes supranaturales cósmicos y telúricos fueron personificados en diosas y dioses a los que se dieron culto en todas las civilizaciones de la antigüedad. Era un mundo poblado de dioses y daimones que habitan en la naturaleza y, de manera más concreta, en arboledas sagradas, ríos, montañas, manantiales, etc…Sin embargo, fue en la Grecia clásica cuando emergió una nueva estructura de consciencia, la mental.

La consciencia mental o racional fue el comienzo del declive del pensamiento mítico y la paulatina desaparición de los dioses del Olimpo. Pronto surgió una nostalgia por los seres divinos que se tradujo en relatos como el que nos ha legado Plutarco.

Cuenta el célebre escritor romano que en tiempos de Tiberio un barco griego pasaba junto a la costa de la isla de Paxi y escucharon una voz que decía: “cuando llegues a Palodes, diles que el gran Pan ha muerto”. El barco siguió su ruta y al llegar a Palodes, la embarcación se quedó inmóvil. Recordando la voz que habían escuchado al pasar por Paxi, el capitán de la embarcación exclamó: ¡El gran Pan ha muerto! Acto seguido se escuchó un coro de voces de seres invisibles que lloraban y daban alaridos de dolor.

Mediante esta leyenda se quiso expresar, de manera poética, la retirada del mundo espiritual ante el imparable avance de la consciencia racional que trajo consigo la desconexión con la naturaleza. Como consecuencia se produjo una desnutrición del alma humana que quisieron compensarla con la importación a Occidente de cultos mistéricos de origen oriental, como el de la diosa Isis y Serapis (trasunto romano de Osiris). En Ceuta se han hallado evidencias arqueológicas del culto a ambas divinidades, en especial aquellas vinculadas a Isis.

"Su principal objetivo fueron los espacios naturales, sobre todo las arboledas, y los templos vinculados a divinidades femeninas, como Astarté o Venus"

A partir de la proclamación del cristianismo como religión oficial del imperio romano en el año 380 d.C. se inició una persecución feroz contra los cultos paganos, similar a las que emprendieron judíos y musulmanes en Oriente. Su principal objetivo fueron los espacios naturales, sobre todo las arboledas, y los templos vinculados a divinidades femeninas, como Astarté o Venus.

Uno de los resultados de esta guerra contra el paganismo fue la imposición del monoteísmo y la ocultación de este tipo de creencias en la magia y el hermetismo. Sin embargo, estas ideas actuaron como una corriente subterránea que seguían nutriendo el alma y la imaginación humana.

El canal por el que llegaron las aguas revitalizantes procedían, de nuevo, de Oriente. Lejos de la idea prejuiciada de un islam rigorista e intolerante, que algunos practican y otros se empeñan en reducir a esta versión radicalizada, al islam le debemos la recuperación de la dimensión trascendente de la naturaleza y del Eros en Occidente.

En su búsqueda del paraíso llegaron al oeste y lo reconocieron en el sur de la península Ibérica y el norte de África. Allí donde se instalaron construyeron jardines privados o públicos diseñados bajo los principios de la geometría sagrada y el idioma del simbolismo religioso islámico. El propósito de estos jardines era la contemplación y alcanzar el centro espiritual. El ideal interior se hizo exterior en forma de jardín para lograr la plenitud espiritual.

"Es necesario reconectar con la naturaleza y experimentar la presencia sagrada"

El simbolismo del paraíso en el jardín islámico inspiró el hortus conclusus o jardín cerrado que se hizo popular en el siglo XII por toda Europa. Su significado y función era similar al modelo musulmán, pues buscaba suscitar una experiencia interior trascendente que aproximara el alma individual a Dios. Según Jeremy Naydler, “el hortus conclusus era en realidad el jardín de María. Lo que uno experimenta externamente tenía la intención de llevarlo a la presencia de un ser interior que lo apelaba a su ser interno más profundo”.

Siguiendo esta idea, el jardín representaba el alma humana como la novia de Cristo, tal y como figura en el Cantar de los Cantares. En términos generales, la mayoría de la gente en la Edad Media sentía que la naturaleza tenía alma, estaba viva y llena de espíritus. La naturaleza se concebía como una figura femenina y se personificaba como la diosa Natura. Por desgracia, al igual que le ocurrió al dios Pan, la diosa Natura pereció al despuntar la edad moderna y, de esta forma, se inició un proceso imparable de alejamiento de la naturaleza que nos ha conducido a esta situación de ensimismamiento colectivo, individualismo, mecanicismo y dominio casi absoluto de la megamáquina.

"El empobrecimiento de Alma del mundo y del alma humana ha acelerado la cosificación de la naturaleza"

La naturaleza ha sido desposeída de su alma, de su dimensión espiritual, al mismo tiempo que nuestra alma está desnutrida y, como consecuencia, empequeñecida. El empobrecimiento de Alma del mundo y del alma humana ha acelerado la cosificación de la naturaleza y de los propios seres humanos. Nuestro paisaje urbano se ha convertido en un territorio hostil para la naturaleza.

Los árboles son maltratados con podas salvajes; la población de aves habituales en las ciudades, como los gorriones, los vencejos y las golondrinas está disminuyendo a un ritmo catastrófico; los cetáceos y las tortugas marinas aparecen varados con frecuencia en nuestras costas; el frío granito se ha apoderado de nuestras plazas y calles; el ruido es incesante y los residuos se esparcen por los montes y las aguas que rodean a Ceuta.

Es necesario reconectar con la naturaleza y experimentar la presencia sagrada. No es posible resucitar el mundo perdido de los dioses y daimones, pero sí podemos revisar la mitología del pasado y actualizarla para que pueda ayudarnos a resacralizar la naturaleza. El mundo intermedio o imaginal resulta invisible para los “ojos de carne”. Sin embargo, es accesible con los “ojos del corazón”.