Con movimientos que abanderan consignas afirmando “Europa mata” en lugar de cuestionarlo, me pongo en la posición de los más de ochenta mil ceutíes que deciden no acompañar las Marchas por la Dignidad. Decir Europa mata, es decir España mata o, lo que es lo mismo, Ceuta mata. No señores y señoras, no, basta de criminalizar a quiénes convivimos aquí. Y es que criminalizar a Europa, como mantener las dicotomías norte-sur, rico-pobre, blanco-negro, no pueden tener su lugar en el siglo XXI, porque la pobreza está en todos lados, como los blancos o los negros, y porque el este también cuenta. Pero, más allá de las coordenadas porque precisamente la globalización ha roto con ellas, si otrora el norte ocupó el sur, hoy el gigante asiático lo copa todo. La causa de las muertes no son las fronteras sino las masas monetarias, las multinacionales imperantes que perpetran atentados naturales en todos los sentidos y nosotros, todos los que vivimos sometidos a ellas a través del consumismo y la adoración del dios Dinero, dios que excluye toda espiritualidad y que muchos tratan de ocultar con el cargo de conciencia que sostiene a las religiones en sus versiones más radicales. Y para ello, cito al filósofo francés Michael Onfray: “Nada de fronteras, visados democráticos o prohibiciones éticas, las masas de los capitales flotantes actúan según el mismo principio que los ejércitos de una superpotencia de dominio planetario”. Por eso me gustó la observación del diputado negro senegalés de Podemos, Serigne Mbaye, la tarde del viernes 5 de febrero en la biblioteca del Morro, dijo más o menos así: era pescador en una familia feliz, de la noche a la mañana llegaron unos barcos gigantes con otras formas de pescar, ya no teníamos pulpos y poco a poco los pueblos nos peleamos por el poco pescado, tuve que salir de allí. Ahí les dejo mi conmoción. Cumplió con su deber, salir para luchar en un país democrático donde lo pudieran escuchar, un acto de generosidad que no sucumbió al síndrome de Hecatón, puso al otro antes que a si mismo, arriesgó su vida. Hay que denunciar a las decenas de países corruptos que se venden a las multinacionales subyugando a su pueblo, obvio. La mejor denuncia es sin duda boicotear sus productos. Pero es demasiado tentador, sucumbir al marketing de la dinamita que producen es la norma. Y esta norma, antes o después acabará con nosotros, con nuestro planeta. No es mi intención echar por tierra los buenos propósitos, pero sí abordarlos de modo inteligente porque el disparar sobre los demás movidos por un espíritu de lucha titánico capaz de despertar las emociones primarias prontas al populismo, tan solo nos lleva al pesimismo de no poder conseguir lo que se pretende, y esto sucede porque lo que se pretende es una utopía, utopía que en el fondo de sus corazones bien saben que no sucederá. Me refiero, por ejemplo, a pedir firmas para que la Ley Orgánica de Extranjería permita legalizar a todos los extranjeros en España, ¿desde cuándo es posible cambiar una Ley Orgánica a base de firmas cuando el artículo 87.3 impide establecer iniciativas legislativas populares sobre leyes orgánicas? Podrán conseguir mil, cien mil o un millón de firmas, pero el juego democrático sigue otras reglas. La misma intención utópica habitó en todos los que popularizaron el modelo de mundo sin fronteras o “borderless” (Giddens, Castells, Bauman o Appadurai, entre otros). Ese halo de buenas intenciones sin chispa de inteligencia práctica hemos de tomarlo desde una perspectiva crítica, por ello, en la IX Marcha por la dignidad del pasado 6 de febrero, sin dejar de recordar a las víctimas de la pobreza y la desesperación, se me ocurrió alegar en el momento dedicado al turno de palabra que Europa y España no solamente colaboran en una política de securitización sino que activan protocolos y políticas humanitarias como la que revierte sobre las subvenciones de ONGs y otras entidades para su acción asistencial en la gestión migratoria. Omitir la labor humanitaria es tan injusto como cerrar los ojos a las víctimas de guerras, epidemias, hambre, gobiernos corruptos, desertización o sobreexplotación de los recursos. No, Europa no está obsesionada con la seguridad, aunque tal vez los presupuestos que dirige a la misma a través de FRONTEX superen con creces a los destinados a tareas humanitarias, cosa que sí podría ser al revés, dedicar los presupuestos a tareas humanitarias en los lugares de origen para que esos migrantes no caigan en los brazos de mafias, por ejemplo. Pero de ahí, a ofrecer el dislate de la no existencia de fronteras, hay un gran paso. Al respecto de esta opción, tomemos en consideración qué escribió en el año 2015 el filósofo esloveno Slavoj Zizek tras los ataques terroristas del 13 de noviembre en París, para describir a los liberales de izquierda que se posicionan en el modelo “borderless”: Los mayores hipócritas son aquellos que defienden abrir las fronteras: en su interior saben perfectamente que eso no ocurrirá, pues impulsaría una revuelta populista instantánea en Europa. Van de almas bellas que se sienten superiores al mundo corrupto mientras en secreto participan de él: necesitan este mundo corrupto, pues es el único terreno en el que pueden ejercer su superioridad moral. El motivo por el que apelan a nuestra empatía hacia los pobres refugiados que huyen a Europa lo formuló hace un siglo Oscar Wilde en las líneas iniciales de su obra El alma del hombre bajo el socialismo, donde señaló que “en el hombre resulta mucho más fácil suscitar emociones que inteligencia”. Y ustedes evalúen si acaso el Ministerio de las migraciones sea el referente adecuado para el texto de Zizek cuando una de las ponentes, si mal no recuerdo la abogada que llevó el caso del Tarajal denunció el 6 de febrero en el campus universitario de Ceuta: “el gobierno más progresista ha dejado de caer su agenda de migraciones practicando la política de la hostilidad”