Recuperándose de la aventura vivida, ni Djalo ni Amadu ni Wamanka Mass son conscientes de la odisea que han protagonizado. Y es que cuando la Benemérita les interceptó ya llevaban horas remando sin parar. Habían decidido escapar del CETI esa misma tarde, después de comprobar que había varias barcas encadenadas mientras que dos permanecían sueltas. Una de ellas, además, estaba en mal estado. Representaba entonces su salvavidas y pensaron en cómo arreglarla para emplearla en una salida que, para ellos, era un clavo ardiendo al que tenían que aferrarse. Esa misma tarde regresaron al campamento a cenar para, después, emprender rumbo a Benítez y preparar la embarcación. ¿Cómo? Echándole imaginación y mucho tesón. Utilizaron bolsas de plástico para taponar el agujero, de unos tres centímetros, que había en la patera. Quemaron con un mechero en el propio agujero para conseguir que los plásticos quedaran bien ceñidos, taponando completamente lo que era una auténtica vía de agua. ¿Y después? Faltaban los remos, así que decidieron coger la parte de un contenedor y fabricarse seis remos con los que emprender travesía hacia la libertad. “Queríamos salir a las doce de la noche, pero vimos por la zona a varios guardias civiles que entraban en una cafetería. Cuando ya no los vimos nos subimos a la barca y empezamos a remar”, explica Djalo. A las dos y media de la madrugada emprendieron rumbo a la península y así estuvieron remando hasta pasadas las diez de la mañana cuando fueron avistados por el ‘Jaume I’ de Balearia. “No teníamos frío, estábamos esforzándonos en remar y no lo notábamos. En el camino iba entrando el agua por el agujero que nosotros continuábamos tapando con los plásticos. También llevábamos media botella de plástico para achicar el agua que iba entrando. Poco a poco la patera iba haciendo aguas. En medio del Estrecho vimos pasar el barco de Acciona, el de las siete de la mañana, también el de FRS, pero ellos no nos vieron a nosotros y seguimos remando. Así hasta que nos vio el de Balearia, cuando hacía la vuelta. Estábamos cansados dentro de la embarcación cuando nos vieron y estuvieron dando vueltas alrededor de nuestra patera hasta que llegó la Guardia Civil”, recuerda.
Con el rescate de los agentes se ponía el punto y final a su historia. Djalo asegura que desconocen si otros compatriotas han intentado hacer la travesía a la península en patera. A ellos se les ocurrió viendo la barca abandonada en Benítez y pensando que quizá era una buena forma de alcanzar el otro lado. Y es que con anterioridad han buscado otras maneras de abandonar el CETI, incluso en los bajos de los camiones, esperando en el puerto el momento idóneo para despistar a las fuerzas de seguridad y conseguir un embarque clandestino por el que ya han pasado otros compatriotas. ¿Por qué quieren escapar? Sólo tienen una respuesta: desesperación.
“Nosotros no robamos la embarcación, estaba abandonada y rota y decidimos arreglarla y utilizarla para salir de aquí”
Acusados de un delito de hurto, la historia de estos tres subsaharianos cambia al escuchar su versión. De entrada niegan que ellos robaran la embarcación y así se lo han hecho saber a la jueza que instruye el caso. Al estar en la playa y presentar un agujero que hacía inviable su uso, decidieron cogerla y usarla para escapar. El abogado que les defiende les ha informado de que, si resultan condenados, pueden pasarse, como mínimo, seis meses entre rejas. Lo saben y no les queda otra que esperar el fallo judicial, pero algo tienen claro: si son condenados prefieren la expulsión. Son muchas las penalidades que han pasado hasta conseguir la llegada a Ceuta. En el CETI pensaban que pasarían pocos meses, pero no ha sido así y al saber que otros compatriotas llevan años esperando una salida han visto cómo sus ilusiones caían en saco roto. “El camino hasta llegar aquí ha sido penoso, hemos pasado por el desierto catorce días y en varias ocasiones nos han expulsado a Argelia”, narra Djalo. Tres años hasta llegar a Marruecos más uno hasta que entraron en Ceuta dibujan una travesía dramática. Por eso no les importó lanzarse al mar de cualquier manera: con una patera a medio arreglar, con remos hechos de forma artesana y sin chalecos salvavidas y un único móvil para llamar, de pasar algo, a sus compañeros del CETI. Por no tener no tenían ni el teléfono de emergencias. “Lo intentamos”, recuerda Djalo, pero “nosotros no robamos la embarcación, estaba abandonada y rota y decidimos arreglarla y utilizarla para salir de aquí” añade. Ahora, en el CETI, se saben protagonistas de una odisea que suman a los dramas registrados en sus entradas. Dramas como el que afectó, hace unos meses, a Djalo cuando quedó colgado de la valla sufriendo graves heridas.