Faltarle el respeto a un partido político es hacerlo a todos sus votantes. No porque estos sean propiedad indeleble de una u otra formación sino porque, al hacerlo, se falta al respeto de la libertad ideológica.
La izquierda, siempre tan acostumbrada a esa superioridad moral suya que le permite ponerse por encima de cualquier razonamiento que se escape a sus propios complejos, no tiene problema en insultar a quien haga falta. El esperpento vivido la pasada semana fue una buena muestra de lo que son capaces los socialistas de la Nueva Izquierda. Esos mismos que llaman fascistas sin empacho a la derecha nostálgica segregada del Partido Popular.
Porque Vox no deja de ser eso. No es que haya en España millones de fascistas -que pudiera ser, a pesar de que ellos no sepan que, realmente, de hecho lo sean- sino que, por ejemplo, resulta paradójico y contradictorio, a la vez, que sea necesaria una moción en Murcia para que una bandera de España de trescientos metros cuadrados ondee en la capital de la Región. La propuesta fue rechazada y cabe preguntarse si para este tipo de cuestiones es necesario gastar un turno de palabra o con hablarlo en un pasillo bastaría. Cuando lo que de facto es una cuestión de Estado se convierte en un hecho de debate, como es el enaltecimiento de los símbolos nacionales, como diría la señora Oramas, están ustedes bonitos.
Estos nostálgicos, a los que se les falta el respeto, también tienen sus filias y sus fobias. A los populistas de Podemos les da por refundar la democracia y a los populistas de Vox les da por remacharla. Que, aunque suene diferente, es lo mismo. Los primeros lo hacen por la vía de la epopeya y los segundos por el imperio de la ley, haciendo creer que esta se incumple.
Tenía razón el consejero Rontomé cuando le espetaba al diputado Verdejo que ellos no saben lo que es gobernar, a cuenta de no sé qué auditoría. Y también tenía razón el diputado Mohamed Alí cuando le preguntaba al hiperventilado portavoz de Vox a qué se refiere con “construcción ilegal” cuando habla de la problemática urbanística en Ceuta.
Vox llevó dos propuestas al Pleno de la Asamblea donde señalaban lo evidente: que el crecimiento urbanístico de Ceuta ha sido un caos porque el último PGOU aprobado data de 1992; y que el desarrollo de un poder omnímodo, a lo largo del tiempo, favorece el surgimiento de redes clientelares, corriendo el riesgo de gobernar como si la ciudad fuese el salón de la casa de uno mismo. Ninguna novedad bajo el sol que da luz a este cahíz de tierra. No se mostraba muy preocupado el presidente Vivas, que se dirigía al diputado Verdejo como un padre que le habla a sus hijos rebeldes.
Si algo han demostrado los partidos populistas españoles, en el Congreso de los Diputados o en el Palacio Autonómico de Ceuta, es que se les da mejor sembrar la duda que demostrar la torpeza de quienes hasta ahora ejercían el poder bipartidista en las instituciones. Si Verdejo cree que podrá tirar toda la legislatura con salvas de fogueo al aire, será él mismo quien descubra que sus votantes, en absoluto, son idiotas. Y entonces, comprenderá que ningún ciudadano está dispuesto a que le falten al respeto. Mucho menos, las siglas en las que depositó su confianza.