Recuerdo que cuando en España nos encontrábamos en el ojo del huracán de los albores de la macrocrisis económica resaltábamos la paradoja de que nuestro cine no se vio resentido en lo que a calidad se refiere. En este tiempo que nos lleva durando el efecto de la zozobra de los mercados y los bolsillos es cierto que hay menos dinero para subvenciones, menos cine de base, menos estrenos al año en los que se hable nuestro idioma, lo cual supone sin duda una mala noticia. Sin embargo, creo que a pesar de la endeblez de medios, al fin se puede hablar de madurez duradera en la cinematografía de puertas para adentro y, con años de mejor balance que otros, el interés por el trabajo de nuestros profesionales parece haberse instalado, alimentado con buenos argumentos artísticos. El difícil espectador medio español siempre ha tenido reticencia hacia sus películas, pero no es imbécil, y llena o abandona las salas dependiendo de lo atraído que se sienta por la oferta. Así de sencillo. Nada de chauvinismos, pero abiertos a dejarnos convencer desde cero proyecto a proyecto. Eso tiene su punto de injusticia a la vez que pone al profesional con las orejas tiesas sabiendo que tiene la responsabilidad de estar a la altura casi como si cualquier bagaje o palmarés no existiese. Igual de vulnerable el veterano prestigioso a la crítica feroz que el novel movido por la ilusión de comerse el mundo.
El caso es que me sorprendo este año más interesado por la próxima ceremonia de entrega de los Goya que por la de los Oscar, más por los destacables trabajos españoles que pueden protagonizar el evento en este brillante 2016 que por demérito de lo que nos llega de Estados Unidos.
Tras un 2015 más irregular, rescatando fundamentalmente a la sublime Truman de Cesc Gay y su tándem Javier Cámara-Ricardo Darín (en el orden que ustedes quieran), 2016 se antoja año de gran cosecha y premios muy caros de lograr e igualmente de vaticinar. Más que jugar a futurólogos preferimos desde aquí enumerar los argumentos para la expectación ante la cita en español y para la sonrisa del amante del cine.
La confluencia de astros ha querido que veamos codo con codo en un mismo año los nuevos trabajos de directores como Pedro Almodóvar (Julieta), Juan Antonio Bayona (Un monstruo viene a verme), Fernando Trueba (La reina de España), Alberto Rodríguez (El hombre de las mil caras), Rodrigo Sorogoyen (Que Dios nos perdone) o Icíar Bollaín (El olivo) entre otros. Películas casi todas ya estrenadas y con gusto aplaudidas, así como muy esperadas las que aún no han podido verse en salas comerciales. A todos ellos se suma Raúl Arévalo echando la puerta abajo con su Tarde para la ira, debut que huele a premio en categoría de dirección novel.
Por si la lista de realizadores no fuese suficiente, no podemos olvidar que compiten por la gloria interpretativa una lista de grandes de la escena que impresiona nada más enumerar a Emma Suárez, Felicity Jones, Marta Etura , Maribel Verdú o Penélope Cruz, y ojo al posible Goya para Anna Castillo en la categoría de actriz revelación por su papel en El olivo, ese precioso cuento de Icíar Bollaín. Y eso en el apartado femenino, pero si miramos hacia ellos, tenemos más de lo mismo y bueno: Eduard Fernández, José Coronado, Javier Gutiérrez, Antonio de la Torre, Luis Callejo, Luis Tosar, Sergi López… Todos estos nombres y algunos más son argumentos de peso para poner este año merecidamente el foco sobre el cine español. Sin patrioterismos catetos, pero también sin inquina cainita hacia el trabajo de un vecino. Simplemente porque en esta ocasión el interés está dentro de casa. Esperemos que la gala esté a la altura de los protagonistas, eso es otro tema distinto que será en su momento analizado…
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