Aprovechando que hoy comparto espacio con ACEFEP -y a mucha honra- no me cabe otra que detenerme en la problemática social existente con aquellos enfermos mentales que no disponen de una familia al lado encargada de su atención. Porque al final es en la familia en donde recae la mayor de las implicaciones para que los afectados por algún trastorno mental puedan llevar su vida sin problema alguno. Buena parte de esas personas con las que nos cruzamos a diario durmiendo entre cartones o escondidos detrás de un contenedor no son más que enfermos mentales que un buen día dejaron de tener esa madre al lado que controlaba la medicación o ese hermano que se preocupaba en llamarle. Abandonados a su suerte, forman parte de una realidad que nosotros mismos queremos convertir en virtual. Si no la vemos, no sufrimos, y podemos continuar con la rutina. Hasta nos hemos buscado nuestras propias excusas, creándonos una coraza para calmar nuestras conciencias con eso de ‘no podemos ayudarle porque es mayor de edad y como no está incapacitado nadie le puede obligar a ir a tal o cual centro’. Si nadie denuncia, el fiscal hace como que no se entera y el juez no tiene caso, con lo cual nos quedamos tranquilos en nuestro mundo evitando que el otro, el que está ahí, nos salpique. Lo que pasa es que nos olvidamos de algo: que las enfermedades mentales no entienden de condición y en cualquier momento nosotros podemos ser esas víctimas. ¿Y entonces?