En mi opinión, España se encuentra en un cruce de caminos con que definir su futuro: la formulación trigonométrica del sistema público de pensiones, el refuerzo de los modelos sanitario y educativo, y la socialización y aprovechamiento de la juventud. ¿De lo otro? “El ciego ante el espejo”.
Entonces, ¿cómo encajar las políticas de promoción y modernización de la salud mental? Es necesario ampliar el ángulo de visión. Resumen.
Quizá os llevéis las manos a la cabeza, pero si yo llego a entrar en psicosis diez años antes, tendríais que venir a visitarme al manicomio de Ciempozuelos. Por suerte, la reforma sanitaria del 86 abolió este tipo de internación, y las dolencias de la mente empezaron a tomarse como si fueran las de otro órgano. No es poco. La hospitalización quedó normalizada.
Paso a paso, los familiares empezaron a despertar y se organizaron como movimiento para luchar por la dignidad y oportunidad de las personas afectadas; un colectivo en severo riesgo de exclusión.
Desde las asociaciones se hacían intervenciones directas, rehabilitación, y se promovían recursos para ir ahondando en el rol psicosocial del individuo (todavía con cierto toque de paternalismo).
Si hay una idea que es rito de paso hacia nuevos horizontes es que cada persona requiere un proceso de recuperación distinto. Se hacen necesarios los planes individualizados de atención, es decir, la sociedad tiene que dar respuesta a la evolución de cada afectado, según.
En 2006, España firma la Convención de la ONU para los derechos de las personas con discapacidad. Ya no hay vuelta atrás. El respeto a los derechos humanos ha de ser escrupuloso; los países han de hacer toda clase de ajustes razonables en las normativas para procurar la igualdad de oportunidades en el acceso a la salud, al trabajo, a la familia, a la educación, a la justicia, la vivienda, así hasta las sesenta páginas.
Guiados por el signo de los tiempos empiezan a haber memorias de prácticas saludables que fomentan la autonomía y el empoderamiento. Es positivo que haya un diálogo sin jerarquías entre médico y paciente; hay que acompañar las decisiones del afectado en su proceso en el respeto íntegro a su voluntad; hay que tender a eliminar las medidas coercitivas, como son los tratamientos e internamientos involuntarios.
El signo es que las contenciones mecánicas sean semejantes a cero, ya que pueden degenerar en tortura. (En diciembre tenemos una reunión de trabajo con la oficina del Defensor del Pueblo que es la figura que se encarga de vigilar estas prácticas. Bien es cierto que para innovar hay que ir preparando a la sociedad).
Aún así, a día de hoy, la conciencia colectiva sobre los problemas de salud mental, aquello que da coherencia a estos campos, es muy pobre y está muy focalizada en los entornos donde existe un problema, lo que hace que pervivan el estigma y los prejuicios. (Una prueba: durante la jornada de sensibilización del martes, se me acercó una profesora de enfermería y me invitó a una charla sobre las realidades de un afectado por la esquizofrenia, ya que, decía, la imagen de su alumnado está distorsionada por los estereotipos de violencia e inadaptación. Allí estaré.)
De cómo una persona diagnosticada con una discapacidad psicosocial grave encuentra un trabajo estable que la proyecte en la vida tratarán los libros del mañana.
Al fin, la salud mental ha de figurar con fuerza en la cartera de servicios de sanidad y servicios sociales, aunque sólo sea para invertir el destino. Cada vez hay más casos de debut en niños y adolescentes, y esto ya son palabras mayores.
Tras siete años yendo y viniendo de Madrid como vacaciones creo que tengo autoridad sobre estas palabras.
Mientras tanto, aquí en Ceuta, vigilando la calidad de nuestro servicio, y explorando el entorno a ver cómo como conseguimos que Ceuta sea una ciudad sin estigma. Qué menos.