Mi padre mira su televisión como si fuera la Biblia rediviva. Ana Rosa Quintana le explica lo que será bueno para él, sembrando la duda de si hay que ponerse o no la vacuna.
No sé si será literal o figurado, porque no profeso esa marginalidad de los mayores de embutirse en todo aquello que les da miedo, pero lo observo desde su atalaya de incertidumbre, desparpajo y agresividad contenida en ese cuerpo que se ha hecho pequeño y arrugado. Mira con ojos ávidos de saber esa pantalla que le absorbe de lo real como a mis hijos adolescentes el tiktok o los videojuegos.
Al igual que mi padre presiona la bisagra de su mayor edad, de los caprichos, de la angustia que me desplaza a cualquier hora del día; Mis hijos hacen lo propio desde su rotundidad púber sin benevolencias, sino con agujeros negros volitivos por bandera.
Es la nueva época covid, el tener que ir a las competiciones con papeles y visados, el tener miedo por los demás y por uno mismo; El no saber que querer o creer, como pre púber que se precie.
Esto de tener cincuenta y que nos hayan regalado la Ley de Eutanasia cuando están cayendo tantos, me parece sorna de la Historia que nos contarán en series y películas como les dé la gana. No nací cuando quise, ni me preguntaron qué país o ciudad prefería. Tampoco escogí a mis padres, ni mi origen. Igual que cada uno de ustedes, porque sus condiciones iniciales en este juego le vinieron dispuestas de fábrica. Luego lo hemos intentado con uñas y dientes, saliéndonos mejor a unos que a otros. Pero así es el juego. Aquí no hay bondades que te acumulen puntos, ni bravuconadas que te los quiten.
Los asesinos que serán en el mañana la plaga bíblica por excelencia, empiezan con las mismas reglas que serán los santos patrones de la sabiduría, la filosofía o la ciencia. Todos desnudos y con el culo fuera. Mi padre también, aunque él ya no se lo crea. En algún lugar de la casa que una vez fue de mi abuela, debería haber un bebé en sepia- gastada por el tiempo que todo lo corroe- con ojos felices y desnudez intrínseca que sonríe a una cámara para felicidad de sus padres. Todos hemos iniciado el juego así, solo que los que ahora rondan los ochenta se las hacían muy felices en esos gloriosos años en que se jubilaron pensando que ya estaba bien de remar para todos. Pero miserias vitales, se han topado de lleno con el covid y los programas de debate que solo se diferencian de otros de entretenimiento en que se peinan con más gomina.
Todos los que hacemos esto que no es más que una faceta de la realidad con sus múltiples caras, nos creemos algo decisivo para gente como mi padre que escucha como maná salido de la roca porque quieren aferrarse a una vida que por mucho que les pese se les va como arena de playa entre los dedos. La Ley de la Eutanasia no es más que punto final sin drama, tragedia en el último paso de baile o irte con la cara levantada , porque para morir como un conejo reventado por las ruedas de un coche que te empotra contra el asfalto siempre hay tiempo. Perdónenme si les ofendo, pero no creo que nadie quiera irse por la patilla, ni morirse en el intento. Los suicidas vocacionales no van a ir a la Ley de Eutanasia, porque ellos tienen todas las posibilidades para hacerlo cuando les dé la gana.
La vida es maravillosa aun cuando te enseña su lado más oscuro. Por eso pese a la debilidad, la cronicidad de sus enfermedades, a las arrugas y el tiempo a la chepa, mi padre escucha a la Quintana porque no quiere ponerse la Astrazeneca y que le dé un espasmo coronario. Ya le he dicho que a él le van a poner la Pfizer, pero no me cree porque yo solo escribo para ustedes.
Lo mismo lo ideal sería que ya que hemos hecho un gran juego en esta vida, nos dejaran terminarlo como nos diera la gana.