Para mí fue un crujido cuando el hijo de Ana Orantes fue encarcelado por el mismo delito que cometió su padre. No podía entender cómo un niño que ve a su padre matando a sablazo limpio a su madre, en su madurez, intenta hacerle lo mismo a su pareja.
No podía comprender cómo ese adulto pasaba del recuerdo doloroso de su madre vejada y solo se quedaba con el del maltratador que le dio caza en el propio patio compartido de su hogar, quemándola como los medievales hacían con todas las pobres mujeres que les iban en contra.
Tampoco pude entender nunca cómo las víctimas de Nani sex solo ponerse pantalones largos, le infringieron el mismo dolor que el pederasta les había procurado a ellos, abusando de niños tan inocentes como lo eran ellos, cuando el desalmado les destrozó la vida. Porque es destrozo de infancia y tropelía, si no que le digan al Juez que preside el juicio contra el que en su día fue director de Salesianos, ahora encausado por presuntos delitos contra la integridad moral y la indemnidad sexual, que dijo que a los niños "ni se les mira, ni se les toca". Debería ser cierto, pero no lo es y aquí porque hay normas y cotidianeidad, esa que nos despierta todas las mañanas para ir a hacer cosas tan normales como trabajar para sobrevivir o llevar a los niños al colegio.
En otros países donde no las hay, los niños son mercancía de bajo coste, objetos para comerciar con ellos, que portan bombas, son abusadas, maltratadas y consideradas mercancías valederas, solo por el fin que se le ha adjudicado. Esa es la realidad de campamentos de refugiados donde los abusadores se esconden incluso tras los uniformes de las tropas salvadoras, en los de gendarmes corrompidos o en los de gente que solo ve en los desvalidos el mismo material de caza que Nani sex se procuraba o el asesino de Ana Orantes.
La presunción de inocencia ampara a quien la porta, pero los testimonios son llaga para todos los que tenemos prole, miedo y rencor y también semilla de futuras cavilaciones, al amparo de la almohada. Cualquiera que haya sido padre o madre, cualquiera que piense serlo o sin más todo aquel que en su vida quiso a alguien, intuirá cómo se puede sentir el padre o la madre que tenga que estar pasando por esto. Quien veía cosas raras, pero su hijo se le cerraba como hucha con cremallera, porque tenían once años y eran grupo, no se nos olvide, que ahora habrá que probarlo, pero lo que está claro es que en el colegio o haces lo que la mayoría o te marginan y que los profesores, los docentes, tienen cargo de confianza para con los padres y autoridad para con los hijos. Es miseria que padres tengan que prohibir a sus hijos subir al despacho del director, miseria humana que haya presunción, porque haya indicios, porque haya testimoniales y porque pudiera ser cierto, porque como dijo el juez a los niños "ni se les toca, ni se les mira". No quiero compañeros de mis hijos, de veinte años por encima, ni que les cuiden desalmados, como Nani sex que se aprovechaba de las dificultades económicas de los padres. No quiero maltratadores en la vida de mi hija, que hay mucha mala yerba con cara de luna plateada y yerma. Es difícil sobrevivir a la maternidad y mantenerte de pie y enjarretada de por vida, sin encorvarte y pensar lo fácil que hubiera sido no meterte en empresa tan simpar que ni Don Quijote quisiera. Es difícil en extremo cuando hay esta basura campando la Tierra, cuando piensas que le pueden arrebatar lo que tú tanto proteges, solo por un deseo egoísta y pueril, malsano y retorcido. Hay tanta angustia contendida en una presunción, tanto dolor en la testimonial de una madre que quizás se pregunte si pudo hacer más , para no obtener nunca respuesta o un padre que prohibió porque no podía hacer más y ahora la indignación y la rabia le hierve en la sangre del cuello. Habrá un crujido en el aire, un volteo de la tierra, un instante fugaz, si es que la presunción se hace certeza.