En mi opinión, no es del género astuto el aplazamiento de un asunto que se presenta como inevitable. Sobre todo, por lo que significa en cuanto a pérdida del caudal de energía.
Esta premisa opera a todos los niveles. Así, por ejemplo, si entendemos la construcción de la Humanidad como nuestra unidad natural de destino, todos los esfuerzos que no vayan en esa dirección caerán en saco roto. Y no haremos sino retrasar el tiempo, confundir nuestro origen, y asistir a un sufrimiento innecesario.
Pero vamos a referirnos a mi ámbito de aplicación, como es la salud mental. Dado un escenario donde una de cada cuatro personas tiene un problema de salud mental; donde solo el quince por ciento del colectivo tiene un proyecto vital basado en el trabajo; donde el gasto asociado al universo de la salud mental asciende a 30.000 millones de euros; donde España ya es el país que consume más ansiolíticos; y donde se suicidan diez personas al día; pues digo yo que habrá que sentarse a ver qué se puede hacer. Y, sobre todo, ¿de verdad queremos que España sea un país moderno en el abordaje de la salud mental?
El primer paso sería que la política, y la sociedad civil, hicieran un ejercicio de introspección, para poner en su justo valor la necesidad de una buena salud mental, que haga posible el sostenimiento del Estado del Bienestar.
Salud mental y bienestar son términos hermanos; el uno define al otro. De esta forma, definimos el bienestar como el vehículo existencial de la salud mental, y al contrario.
En un segundo paso, debemos descongestionar la carga de trabajo de las unidades de salud mental. Para ello, tenemos que identificar cuáles son los principales condicionantes para la promoción y prevención de los problemas de salud mental.
Es mi visión que los indicadores más potentes para la integridad de la salud mental son la autoestima y la seguridad. Hemos de sentar las bases, entonces, de unas dinámicas sociales que permitan el desarrollo del potencial de las personas, y que sean generosas en el ofrecimiento de oportunidades para el goce de un proyecto de vida.
En todo esto, recientemente se ha aprobado la esperada Estrategia de Salud Mental del Sistema Nacional de Salud, fruto de un intenso debate, y donde mi organización ha figurado en el comité asesor.
Sin duda, sus líneas estratégicas son reconocibles. Lo único que deseo es que la acción supere a las letras, que las letras tengan soplo de vida, en la certeza de que solo con actitud y convicción puede lograrse el efecto de la transformación.
Hay que tener fe en lo evidente: todo lo que se invierta en promoción y prevención tendrá un retorno en el número de casos diagnosticados, y por tanto en el estándar de salud mental de la población.
De esta forma, las unidades de salud mental tendrán margen para implantar el modelo de atención de calidad y comunitario, en el respeto escrupuloso de los derechos humanos.
Es signo de madurez y de modernización que se hable de salud mental como un fenómeno natural, sin prejuicios, y no solo traerla a colación cuando se produce una pérdida significativa.
Por cierto, todavía tengo que estudiar en profundidad el texto de la Estrategia, así que ya os contaré.