Opinión

Un escenario plagado de conflictos cíclicos y siempre latentes

Hoy por hoy, son tantos los acontecimientos que subyacen y caen por su propio peso, que es complicado estar al día sobre todo lo que ocurre en nuestro afligido planeta. Pero, más allá del conflicto bélico que prosigue en Ucrania, el rebrote de violencia en el Estado de Israel y Palestina y el aumento de los precios bajo la evasiva de los inconvenientes ocasionados con el suministro de gas ruso, existen otras tantas dificultades que pueden terminar repercutiendo gravemente en el devenir de la humanidad.

Este sería el caso del Cuerno de África, una zona emplazada en la parte Oriental de África salpicada por el Mar rojo y el Océano Índico, que en nuestros días envuelve a Etiopía, Somalia, Eritrea, Djibouti, Sudán del Sur, Kenia y Sudán.

Y es que, en este espacio con diversas franjas semidesérticas y secas, residen más de 200 millones de individuos que se ven afectados por un contexto crónico de emergencia humanitaria de inseguridad alimentaria, como consecuencia de las condiciones climáticas desfavorables, la intermitencia de la crisis económica y los laberintos armados y la violencia intercomunitaria, unido a las dificultosas secuelas socioeconómicas inducidas por la pandemia.

Si bien, es habitual coligar este continente con un entorno convulso plagado de un sinfín de luchas constantes y siempre prendidas, la mayoría de los países que lo conforman suelen padecer complejidades internas como guerras civiles, movimientos yihadistas, crimen organizado y la aparición de varios grupos armados.

Ni que decir tiene, que esta agresividad acorrala a cientos por miles de personas a dejar sus asentamientos en la búsqueda de algo más seguro, y una parte significativa de la población convive a consta de la ganadería y la agricultura de subsistencia que tienen que dejar atrás cuando se ven forzados a trasladarse.

Este proceso de desplazamiento irremediablemente origina que se queden sin sustento, se agrieten las cadenas de distribución de la alimentación y, por momentos, la crisis se engrandezca. Uno de los acaecimientos más recientes ha sido la guerra civil de Etiopía, en la que muchos individuos se vieron abocados a la hambruna y otros tantos estaban en riesgo de seguridad alimentaria. Además, el hambre es explotada como arma arrojadiza de guerra.

En esta predisposición enrevesada, la región más perjudicada es la de Tigray, situada al Norte del país, en la que la administración central no admite el paso de la ayuda humanitaria indispensable para socavar las fuerzas del Frente de Liberación Popular de Tigray.

Para ser más preciso en lo fundamentado, el pasado 27/V/2022 los Jefes de Estado de la Unión Africana se reunieron para intentar abordar la incertidumbre alimentaria. A la hora de escribir estas líneas, de los 1.400 millones de habitantes en África, unos 282 millones padecen desnutrición. Así, en los extractos preliminares esta Organización especifica claramente los conflictos, el terrorismo y el cambio climático como los principales promotores de un escenario irresoluto.

Y por si fuera poco, el Cuerno de África afronta la peor sequía en cuatro décadas: durante tres estaciones de lluvias se han producido escasamente precipitaciones. Es sabido que los períodos de sequía son frecuentes en la región, pero la persistencia de los mismos sobrepasa los límites insospechados. Y en paralelo a lo expuesto, los expertos no han dudado en atribuir estas eventualidades al cambio climático que incuestionablemente favorece los fenómenos extremos.

Con anterioridad a 1999 esta comarca acostumbraba a disponer de dos cursos de lluvias, uno breve entre los meses de octubre y diciembre, y otro más extenso que se ampliaba desde marzo hasta mayo. Aunque cada cinco años dicha zona soportaba una etapa de sequía al romperse una de estas dos estaciones, con el paso del tiempo esta adversidad sucede cada dos o tres años.

Sobraría mencionar que por motivos irrefutables el conjunto poblacional pende de las lluvias para su conservación. Pero, si no lo hace las cosechas se asolan y el ganado sucumbe de hambre y sed. De ahí, que se halla visto impuesta a desplazarse buscando las ansiadas precipitaciones, pero esto acentúa los desasosiegos internos debido a la pugna por los recursos existentes.

En este panorama de infortunios, Naciones Unidas expone literalmente que “la prolongada falta de agua genera desplazamientos masivos en una región de por sí afectada por los conflictos, la inseguridad y la crisis derivada de la pandemia (…) la emergencia aumenta el peligro de estallidos de violencia en Kenia, Somalia y Etiopía”.

Luego, la anomalía climatológica de la sequía adquiere efectos catastróficos para estas gentes. Fijémonos en la oenegé ‘Save the Children’ que al pie de la letra indica: “Somalia está al borde de la hambruna. La falta de alimentos y agua han provocado que muera el ganado, su principal medio de vida, y ha hecho que muchas familias hayan tenido que huir de sus hogares. La sequía está haciendo que los casos de matrimonio forzado y migración sean cada vez más frecuentes. En Kenia más de 1,25 millones de personas necesitan urgentemente alimentos y se espera que la cifra aumente hasta 3,5 millones en los meses de verano”.

Ante esta situación desconcertante los Gobiernos del Cuerno de África han intentado movilizarse para contrarrestar una crisis sin límites. De ahí, que la República de Kenia haya declarado la sequía como desastre nacional, entrañando la ampliación de los subsidios para adquirir alimentos y productos básicos.

No obstante, el sostén económico no está al alcance de todos. Seis meses más tarde el Presidente Uhuru Kenyatta (1961-60 años) manifestaba que se habían liberado dieciséis millones de dólares que, en cifras oficiales, habían socorrido a 2,3 millones de personas de los 53,77 millones que aglutina el país.

"La participación militar rusa en África se centra esencialmente en dos multiplicadores: primero, la venta de armamento y, segundo, la representación de asesores y mercenarios. Así, Rusia ha reavivado su diplomacia en esta parcela optando por amenizar sus exportaciones e incrementar el volumen de manera manifiesta"

A resultas de todo ello, la invasión de Ucrania lanzada el 24/II/2022 ha tambaleado a la economía mundial, porque los alimentos son una fuente crucial de poder que puede decidir el intervalo de una guerra. Lógicamente, el conflicto arrastra importantes alcances en las cadenas de distribución de alimentos.

La Federación de Rusia y Ucrania son distribuidores notables de productos agrícolas y otros recursos naturales como el petróleo. El trigo y otros cereales se han convertido en bienes estratégicos, ya que debido al conflicto ambos estados han estrechado ampliamente sus exportaciones.

Es más, en 2020, Ucrania facturó 2.900 millones de dólares en mercancías agrícolas al continente africano. De ello, el 48% pertenecía al trigo, el 31% al maíz y el resto comprendía aceite de girasol, cebada y soja. Mientras que Rusia despachó un volumen de productos agrícolas equivalente a 4.000 millones de dólares. Con lo cual, la aldea global ha comenzado una búsqueda impetuosa para averiguar alternativas que inyecten ofertas al mercado, al objeto de impedir el ascenso extremo de los precios.

Pese a ello, unos cuantos estados han establecido limitaciones a las exportaciones de varios productos. Un total de veintitrés países como las Repúblicas de la India e Indonesia o la Federación de Malasia han puesto controles a la exportación de alimentos, alcanzando cotas de proteccionismo contempladas en 2008. Las medidas seguidas han hecho que aún más se disparen los precios y la inflación.

Obviamente, la paralización de los suministros atañe principalmente a África. Y el entresijo alimentario no influye únicamente a la región del Cuerno de África, ya que el Sahel y el Norte del continente se han visto ampliamente perjudicados.

Como muestra de esta vorágine, la República Árabe de Egipto importaba el 90% del trigo desde Rusia. También resulta significativo subrayar la cuestión de los países que gozan de algunos de estos recursos apreciables, pero que han sido encaminados a exportaciones más provechosas en menoscabo del consumo interno. Así ha acaecido en la República Federal de Nigeria, uno de los mayores productores de petróleo que de la noche a la mañana se ha encontrado con un sinfín de cortes masivos de luz, al quedar las centrales desprovistas de combustible.

Los cereales integran la dieta básica de la población africana, pero el incremento descomedido del importe del grano conjetura mayores aprietos para su adquisición, donde las familias se arruinan y la maltrecha economía se retrae. Conjuntamente, es un componente causante de tensiones, como en la República del Sudán con manifestaciones y protestas en contra del alto precio tanto de los alimentos como del combustible.

A ello hay que añadir que en el Cuerno de África se desencadenan realidades políticas contrapuestas y en los que ya existían importantes descontentos como en Sudán, en los que persiste una dictadura militar con un sumario de transición obstruido, o la República Democrática Federal de Etiopía que se ha visto acorralada por una implacable guerra civil.

Desde el inicio del conflicto bélico, Rusia ha bloqueado los puertos de Ucrania imposibilitando que partan los productos alimentarios que tanto se demandan.

Por lo demás, Ucrania es exportador de alimentos a nivel mundial y en especial, para África que en 2019 significó nada más y nada menos, que el 42% de las exportaciones de maíz, más el 9% de cebada y el 9% de trigo. Ante esto, Estados Unidos estima que podrían encontrarse veinte toneladas de trigo inmovilizadas en los puertos ucranianos y se buscan opciones para su inminente salida, aunque es una operación que a groso modo plantea grandes impedimentos.

En otras palabras: los suministros configuran un instrumento de poder e influencia que en esta guerra ocupa un protagonismo trascendente. Tras la incursión de Ucrania, Occidente reaccionó en contra reprobando la agresión e imponiendo innumerables sanciones, pero las réplicas no han sido igual en todas las partes, porque los estados africanos conservan sus propias sutilezas, objetivos y alianzas que pueden discrepar de las reinantes en el Viejo Continente o Estados Unidos.

En esta perspectiva las direcciones africanas intentan permanecer imparciales en los conflictos entre grandes potencias, pero, a la par, se hallan en un verdadero dilema estratégico.

Y por si fuera poco, Rusia no ha cesado de extender significativamente su dominio en diversas esferas de África en los que se atinan el comercio de alimentos. Además, las sanciones individuales y económicas contra esta fuerza euroasiática entorpecen el comercio bilateral, lo que resulta dañino para este continente, que si se le ocurre tomar una postura desafiante, el Kremlin podría impulsar acciones como represalia.

Llegados a este punto de la disertación, el Cuerno de África ha de desafiar una crisis humanitaria en toda regla, en la que miles de individuos están en peligro de sucumbir de hambre. A decir verdad, desde el año 2020 se han producido una cadena de ingredientes, hasta constituir el caldo de cultivo ideal para que se desencadene este entorno.

Las oenegés no han titubeado un instante para poner en entredicho la penuria de medios contra una emergencia humanitaria que es urgente lidiar. La alarma del hambre hace que el resto de contrariedades a las que ha de encarar la región, llámese el yihadismo o el crimen organizado, se recrudezcan y resulte más espinoso su eliminación. Simultáneamente, es un difusor de tensiones sociales y en varios territorios se han podido contemplar cuantiosas reprobaciones contra el agravamiento del precio de los alimentos.

La Primavera Árabe es uno de los argumentos más paradigmáticos en los que la miseria y el hambre llevan a los reproches sociales demoledores y que concluyen con la degradación de los gobiernos. Es asumible un acrecentamiento de las sacudidas de un conjunto poblacional que ya estaba insatisfecho ante la tesitura de adquirir cualquier tipo de alimentos.

"He aquí un contexto crónico de emergencia humanitaria de inseguridad alimentaria, como consecuencia de las condiciones climáticas desfavorables, la intermitencia de la crisis económica y los laberintos armados y la violencia intercomunitaria, unido a las dificultosas secuelas socioeconómicas inducidas por la pandemia"

Ante esta disyuntiva belicista con visos a la agravación, el 2/III/2022 la Asamblea General de Naciones Unidas efectuó una votación extraordinaria para desacreditar la invasión rusa de Ucrania. Curiosamente, entre los antecedentes derivados hay uno realmente revelador: África es el continente dónde más países hicieron oídos sordos con la abstención y una mayor cantidad de no participantes en el referendo, e incluso el Estado de Eritrea, lo hizo en contra.

A pesar de estas críticas, el Presidente de la Unión Africana, Macky Sall (1961-60 años) fue contundente con Vladímir Putin (1952-69 años) requiriéndole textualmente “respeto al derecho internacional, la integridad territorial y la soberanía nacional de Ucrania”; o la alocución en el Consejo de Seguridad de la ONU por el Presidente de Kenia, Martin Kimani (1971-51 años), en el que contrastaba la hoja de ruta seguida por Rusia en Ucrania con el colonialismo en África. Toda vez, que la repulsa africana no ha sido tan abrumadora como en otros lugares.

Queda claro, que gran parte del continente desea conservar su neutralidad tolerante ante los conflictos, a la vez que Rusia agranda intensamente su proyección en la poco más o menos totalidad de los estados africanos. Esto sin duda, es el origen inmediato de que las ramificaciones de la guerra no sean ajenas a estas tierras. Y como no, la seguridad pasa a convertirse en uno de los elementos más visibles del papel protagónico que Rusia ejerce en África, porque en los últimos años ha contribuido en diversas colisiones africanas, ya sea en la pelea contra la insurgencia o apoyando a apuntalar regímenes apenas democráticos.

Examinando brevemente la votación efectuada en la ONU, contemplamos a varios de estos países que no consumaron su papeleta por estar en contra de la condena. Las Repúblicas de Mali, Guinea o Sudán y Burkina Faso, han hallado en Rusia su mejor socio para legitimar los golpes de Estado materializados. En cambio, para otros como la República de Mozambique, la República del Sudán del Sur o la República Centroafricana, el refuerzo ruso les ha permitido compensar el fuerte desequilibrio instado por los conflictos armados.

En otras naciones como la República de Guinea Ecuatorial, la República de Uganda o Eritrea, el respaldo ruso ha llevado a una menor condena internacional a sus regímenes totalitarios.

La participación militar rusa en África se centra esencialmente en dos multiplicadores: primero, la venta de armamento y, segundo, la representación de asesores y mercenarios. Así, Rusia ha reavivado su diplomacia en esta parcela optando por amenizar sus exportaciones e incrementar el volumen de manera manifiesta.

En este momento, según reseñas proporcionados por el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, el 49% de las importaciones armamentísticas de los estados africanos provienen de Rusia, siendo la República Argelina Democrática y Popular, Egipto, Sudán y la República de Angola los mayores destinatarios. A su vez, en los últimos trechos, Rusia muestra enorme atracción por establecer bases militares en Sudán y Guinea Ecuatorial, siendo una de las premisas tratadas en la visita del Jefe adjunto del Consejo Soberano de Sudán, el General Mohamed Hamdan Dalgo (1975-47 años) al Kremlin.

Pero el aliciente de Rusia en Sudán va más lejos del terreno miliar y como sostiene el diario británico ‘The Telegraph’, en los últimos meses, Rusia habría importado cantidades substanciales, pero indeterminadas, de oro sudanés con el que establecer una reserva para las sanciones predecibles.

Por otro lado, combatientes del Grupo Wagner han colaborado en numerosos conflictos, siendo fundamentalmente perceptibles en la lucha contra la insurgencia yihadista u otros bandos armados en estados como Mali, Mozambique o la República Centroafricana. No son pocos los analistas que opinan que ante el menester de emplear a estos guerrilleros en la guerra de Ucrania induzca a su marcha, resultando en un aumento de la inseguridad en demarcaciones como el Sahel.

Esta coyuntura, aunque viable, da la sensación de ser inadmisible dada la imponente cifra de las fuerzas armadas rusas y milicias de otras zonas como Siria o Chechenia, sin que Rusia tenga que apelar a los mercenarios que operan en África.

Dejar a estos países a su suerte conduciría en una pérdida de la credibilidad, y Rusia no puede permitirse malograr a unos aliados decisivos en un paisaje de transición del escenario geopolítico internacional. Sin obviar, que las operaciones del Grupo Wagner vienen a menudo asociadas a sustanciosos contratos para la extracción de minerales, de vital trascendencia para su economía.

A ello hay que agregar, que la pujanza rusa en la seguridad posee su contrapartida en la pérdida de esta por otros ejecutantes, especialmente, la República Francesa: en el enjambre de golpes de Estado cristalizados, ha sido reiterado la retrato de marchas de apoyo a los militares en las que se alzaban banderas rusas, mientras que la francesa era menospreciada e incendiada.

En Mali, los agentes han expresado una clara hostilidad hacia Francia, ilustrado en el repliegue escalonado de sus tropas del país saheliano, ampliando la estampa rusa y transformándose en modelo para el resto de la región. Además, los representantes malienses han alegado su inquietud de que la guerra de Ucrania conduzca a una pérdida de apoyo ruso. Motivo por el que una delegación ha viajado a Moscú, recibiendo plenas garantías de que Rusia proseguirá respaldando a Mali en su disputa contra el yihadismo.

Finalmente, si existe un factor determinante que ha centrado la atención mediática de Ucrania, este es el sector energético: la subida de los precios del gas y el petróleo y un empobrecimiento permisible del suministro, perjudicará de manera taxativa a África, pero para algunos estados puede ser una oportunidad.

Esta revolución monumental en política de importación de energía, transita irremisiblemente por una diversificación del suministro y, para ello, las visiones de muchos territorios europeos están puestas en África. Sin embargo, únicamente Argelia y Nigeria, cuentan en este momento con las infraestructuras indispensables para una exportación de gas a Europa.

El primero de ellos, ha informado que en un presente próximo no cuenta con la capacidad de substituir las grandiosas cantidades de gas ruso que proveen el continente europeo. Aun así, exportando su gas a Europa se ha aventurado a duplicar su producción en los próximos cinco años.

Por ende, los pequeños resquicios pasan por invertir grandes sumas de dinero en optimizar las capacidades productivas de algunos estados. Otros, como Mozambique, la Republica Unida de Tanzania, Guinea Ecuatorial o la Republica del Senegal, cuentan con espaciosas reservas en su subsuelo, pero no obtienen la inversión oportuna para extraerlas.

En estas circunstancias, empresas europeas y estadounidenses llevan años acomodándose en el continente e invirtiendo para hacerse con el control de los yacimientos.

Pero, si el conflicto bélico de Ucrania puede ser una encrucijada para ciertos gobiernos africanos en el componente energético, las dificultades alimentarias ocasionadas redundarán directamente entre su población. Un ahogo económico que Rusia, junto a la carencia de capacidad productiva y exportación que hay en Ucrania, pondría en serias premuras de abastecimiento a diversos estados de África.

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