Seguimos configurando un lenguaje que sitúe a la salud mental en un plano de vigilancia y preservación, acaso como única forma de lograr el sostenimiento del Estado de Bienestar, y por supuesto, de evitar un sufrimiento innecesario.
Sucede que articulamos un lenguaje sobre salud mental solo a partir de producirse una pérdida significativa, y obviando todos los condicionantes que favorecen la constante de salud como valor positivo.
Según esto, la salud mental sería una variable dinámica, dependiente de los eventos vitales de la persona, o en su caso, de la predisposición genética.
Como decimos, a raíz de una pérdida significativa, la salud mental se introduce en una escala de gravedad, originando realidades distintas según el grado de afectación. En este punto, el sistema establecido da respuesta con los planes de recuperación, que como sabemos, son discontinuos, escasos de recursos, y se olvidan de la proyección comunitaria del individuo.
La escala de gravedad se invierte según vayamos logrando la autonomía de ese individuo, el regreso de la autoestima, y la aparición de la esperanza por un proyecto de vida independiente.
Aquí, es pertinente asimilar la siguiente paradoja: una persona con trastorno mental grave puede llegar a tener un buen estado de salud mental. O sea, el daño en la salud mental está latente, pero un buen acompañamiento profesional y farmacológico, y una diversificación de la experiencia mental en base a la participación, pueden “resignificar” el sufrimiento, y llevarnos a un escenario de emociones agradables y de bienestar.
Hemos visto el día después de la pérdida en la constante de salud, pero ¿qué ha ocurrido antes, qué práctica hemos descuidado hasta caer en la escala de gravedad?
La proyección al infinito del bienestar, lo que conocemos como “felicidad”, origina una escala distinta, más provechosa y sostenible: la escala de calidad.
Aquí, el lenguaje cambia de signo: no hablamos de incertidumbre, hablamos de seguridad; no hablamos de estigma, hablamos de esperanza; no existe el vacío, existe la ilusión; no hay limitaciones, todas las personas desarrollan su talento; no ha lugar a la confusión, ya que todo el mundo sabe que los problemas de salud mental son un fenómeno natural.
La educación emocional, para hacer frente a los peligros de una sociedad despersonalizada, evitará las heridas antes de que se produzcan.
En definitiva, el mensaje reza que es mejor transitar por la escala de calidad, o vigilancia, que bajar los brazos y enfrentarnos a las inclemencias del destino. Es mejor estudiar los condicionantes del bienestar, y hacer una lectura exigente y sincera de los derechos humanos, que esperar a la gravedad, cuando todo se complica y los recursos están por llegar.
El lenguaje de la preservación llenará los intersticios de una sociedad sin el referente de las palabras, y despertará una conciencia que define la salud mental como patrimonio incalculable del Estado de Bienestar.
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