Es posible una revolución democrática? Es una pregunta eterna, sin respuesta cierta, que atormenta ancestralmente a quienes ansían un mundo más justo, y quieren hacer su lucha compatible con el respeto a los principios en los que se fundamenta la democracia.
La historia, más o menos reciente, aporta numeroso ejemplos para el debate de suerte dispar. No es necesario recurrir a ellos. Estamos viviendo, de manera muy directa, un caso paradigmático. La ciudadanía española, humillada, ridiculizada, desvalijada y sojuzgada por la dictadura del capitalismo moderno, blanqueada en modo "democracia formal" regentada por el "bipartidismo"; ha dicho ¡basta!
PP y PSOE se presentaban (siguen haciéndolo) ante la sociedad como opciones antagónicas, cuando en realidad, ambos no son sino fieles guardianes de un poder (el económico) omnímodo, que aplasta a la inmensa mayoría del pueblo para mantener (y aumentar), su indecente acumulación de riqueza. Los matices diferenciadores tolerados por "los mercados", que nunca llegaban a afectar al núcleo duro del sistema, servían para hacer creíble una fingida libertad. La casta, alumbrada por este régimen corrupto hasta la médula, protegía con mano de hierro, y probada eficacia, el desmesurado botín. Durante tres décadas este simple truco, ha servido para domesticar a una ciudadanía más ocupada en reconstruirse a sí misma tras la dictadura franquista que en forjar su dignidad colectiva anclada en el efectivo arraigo de los derechos sociales. Quienes denunciaban este gigantesco latrocinio histórico, siempre en inmensa minoría, eran condenados al ostracismo de manera fulminante y definitiva. En nuestro país sólo cabía la casta. Que todo lo ocupaba. Y todo lo acaparaba.
Afortunadamente este tiempo está tocando a su fin. Los complejos fenómenos económicos, de dimensión internacional, han desnudado la verdad para millones de personas que hoy se sienten víctimas de lo que en el fondo no es más que una versión moderna de la "explotación del hombre por el hombre". Y han decidido rebelarse. Quieren arrebatar el poder a "los mercados", representados por sus lacayos, PP y PSOE, y entregárselo al pueblo. Cambiar un simulacro de democracia por una democracia plena. Una revolución. La expresión política de esta voluntad es Podemos. Un fenómeno social muy parecido, en esencia, a la Revolución Francesa. Pero en este caso, desde las urnas. ¿Es posible?
La furibunda reacción del régimen ante la consistencia de este movimiento de cambio, hace albergar inquietantes dudas al respecto. El arsenal que tienen es de tal amplitud y magnitud, que infunde pavor. Han activado todas las armas disponibles (y son muchas) para volver a domesticar a la sociedad hasta hacerla claudicar en su voluntad revolucionaria. Utilizan todos los resortes de poder del estado, y la colosal fuerza de los medios de comunicación, para inocular en la conciencia colectiva la aversión al cambio por dos vías complementarias: el miedo (a una imaginaria inestabilidad) y la resignación ("todos son iguales"). Buena prueba de ello es el brutal linchamiento mediático a que están sometiendo a las personas que coyunturalmente encarnan la convicción de que "podemos". Es de una perversión intelectual muy difícilmente asumible. Un espectáculo indecente. Las acusaciones de corrupción por hechos insignificantes, desvirtuados y tergiversados, proferidas como posesos por quienes han robado todo (dinero, derechos, principios, instituciones y dignidad), produce náuseas.
La batalla es muy desigual. Acaso excesivamente. La casta tiene todo el poder, los ciudadanos sólo una ilusión. Y un voto. Por eso debemos blindarla. Y resistir. No nos pueden hacer dudar. Nuestra duda es su éxito. La prioridad, hoy, es desalojar del poder a los que han hecho de la corrupción y el sufrimiento de los débiles, un sistema político y un modo de vida. Estamos ante un desafío histórico. El cambio es una exigencia ética. Un compromiso que debemos fortalecer y contagiar. Podemos hacer una revolución democrática. Sí.