Ceuta se coló hace un año en la carrera del escritor Benjamín Prado (Madrid, 1961), del que sobresale principalmente su faceta como poeta. No obstante, este partner in crime de Joaquín Sabina con el que ha compuesto varias canciones, lleva ya muchos años cultivando el ensayo y la novela de tinte realista, quizás por su apego a la actualidad y el papel que ejerce como colaborador en prensa y televisión. ‘Los dos reyes’ (Alfaguara) es su última obra, la sexta entrega de la serie de su detective Juan Urbano con una investigación que parte desde la Biblioteca Pública del Estado Adolfo Suárez con el director de este espacio, José Antonio Alarcón, convertido en socio de Urbano para indagar la historia de las relaciones entre España y Marruecos en los últimos 50 años.
Alarcón pone sobre la pista a Urbano, ergo a Benjamín Prado que pasó en 2021 por la Feria del Libro para presentar ‘Todo lo carga el diablo’. El bibliotecario le explicó al escritor durante una cena con vistas al Mediterráneo la historia de los tres soldados de Sjirat. “Me acabas de regalar el principio de mi próxima novela”, le dijo Prado, que tras finalizar la velada se sentó en su habitación del hotel Puerta de África a ‘conectarse’ con su detective ‘alter ego’ para empezar a meterse de lleno en un relato que aúna información sobre la Marcha Verde, el abandono español del Sáhara, los campamentos de refugiados de Tinduf o el antiguo Protectorado. Es decir, una trama de investigación que funde la compleja relación hispano-marroquí.
Prado aprovecha el momento que no está la casa llena para contestar esta entrevista con El Faro desde Rota, el municipio de la bahía gaditana donde veranea desde hace más de veinte estíos junto un selecto club de artistas pero que este año cuenta con la triste baja de Almudena Grandes, la que fuera su íntima amiga y a cuya memoria está dedicado ‘Los dos reyes’.
–Cómo lleva los días de verano por Rota. Imagino que este año estará echando mucho de menos a Almudena Grandes, ¿no?
–Los días de Rota siempre son los mejores del año. La suma del tiempo libre, la playa y los amigos es perfecta. A Almu se la echa de menos todos los días y en todas partes.
–Precisamente, Rota ha vuelto a la palestra tras la cumbre de la OTAN, ¿Cómo valora el papel de España en política exterior?
–Para la gente de Rota es una gran noticia que se incremente la presencia militar norteamericana, aunque quién sabe si eso es un escudo o una diana. Lo incomprensible para mí ha sido el cambio de postura con respecto al Sáhara. Imagino que todo tiene que ver con el papel estratégico de Marruecos y el apoyo norteamericano.
"La solución no es poner vallas para que no se salten, sino dinero para que la gente no huya de la miseria"
–El ‘atlantismo’ no pasa de moda. ¿Se olvida España de mirar más hacia el Mediterráneo?
–Me temo que el atlantismo ha encontrado su mayor propagandista en Putin. Para justificarse y sobrevivir, los ejércitos necesitan enemigos y, en eso, él es perfecto: un malo de película. Sus víctimas, por desgracia, son reales. El problema no es mirar más al Mediterráneo, sino que no se quiera ver lo que pasa en el Estrecho de Gibraltar. España necesitaría que para afrontar ese problema dramático, Europa no se lavase las manos, porque esto es no es un asunto local, sino continental y su solución no es poner vallas para que la gente no las salte, sino dinero para que no tengan que huir de la miseria.
–Tras una tragedia como la de hace un mes en Melilla, ¿opina que hay una doble moral entre la atención a Ucrania y lo que ocurre en la Frontera Sur?
–Pero además es una doble moral que va más allá del mundo de la política y ha llenado el planeta de ciegos que no quieren ver. Lo de Ucrania es una tragedia, pero no es la única aunque, por razones lógicas, ahora sea la más visible. El problema moral del que hablas, se entiende cuando sabes que los medios de comunicación ponen mucho cuidado a la hora de dar noticias sobre la inmigración, porque todos los estudios dicen que bajan la audiencia.
"El problema no es mirar al Mediterráneo, sino que no se quiera ver lo que pasa en el Estrecho de Gibraltar"
–En su última novela, ‘Los dos reyes’, se mete de lleno con la compleja cuestión del Sáhara. ¿Qué considera del papel que ha realizado España desde que abandonó este territorio?
–La novela lo deja claro: el Sáhara es como todo, una cuestión de intereses donde las víctimas no le interesan a nadie. Leyendo el libro creo que queda muy claro por qué en Marruecos lo llaman “el río de oro”: yacimientos de fosfatos, sin los que nada viviría; arena que va de aquí para allá y sirve para la industria inmobiliaria, el desarrollo de infraestructuras, la regeneración de playas... En medio de todo eso, los saharauis son vistos, más bien, como una molestia. España los ha abandonado, el resto de eso que llamamos la comunidad internacional y que no estoy muy seguro de que exista, también.
–La conocía y me enamoré de ella a primera vista, me encanta cómo es y lo que pasa allí, donde conviven, en mi opinión, de forma modélica las diferencias, y lo harán salvo que los cuatro oportunistas que se beneficiarían de romper esa convivencia, se salgan con la suya. Es una ciudad preciosa, llena de rincones hipnóticos y leyendas hermosas, única por su suma de contrastes, y una cena como las que salen en la novela, en uno de los restaurantes a orillas del mar, una maravilla.
"Ceuta es preciosa, llena de rincones hipnóticos y leyendas hermosas, y única por su suma de contrastes"
–En este proceso fue clave el director de la Biblioteca Pública del Estado, José Antonio Alarcón, donde presentó ‘Todo lo carga el diablo’ en 2021. De hecho, convierte en un personaje más a este erudito profesor.
–Fue él quien vio algo: esta novela. Él me contó, con ese talento suyo de hablar como un buen narrador, la historia del asalto al palacio de Hassan II y los soldados que en lugar de matarlo, como les habían ordenado, le perdonaron la vida e hicieron fracasar aquel golpe de Estado. Era un inicio perfecto para una novela, tenía acción, emoción y no había quien se lo creyese, más bien pensaba uno en qué les habría ofrecido el rey a cambio de que no disparasen. Juan Urbano ya tenía a alguien y algo que buscar: a esos soldados y la supuesta abdicación que se le hizo firmar para no ejecutarlo. Me puse a escribir ‘Los dos reyes’ esa misma noche, en mi cuarto del hotel Puerta de África. No podía ser de otra manera, si llevaba años esperando para contar alguna aventura relacionada con la Marcha Verde.
–¿Qué opinión le merece la Marruecos actual y la gestión del Reino Alauita por parte del monarca Mohamed VI?
–No me parece que el reinado de Mohamed VI sea muy distinto del de su padre, aunque, eso sí, él ha acumulado el doble de dinero. La comparación de la monarquía alauita con la española, no tiene un pase: la nuestra es parlamentaria, es decir, sujeta al control del Congreso; la suya, constitucional, regida por una carta magna que dice que todo el poder está en manos del soberano y su Majzen, la oligarquía que lo controla todo y de cuya palabra deriva “almacén”, lo cual, en mi opinión, lo explica todo.
–Partía con conocimiento previo sobre la zona en cuestión, pero ¿cuáles son las conclusiones que saca tras finalizar el libro?
–Lo dicho, que los intereses mandan aún en los casos en que avasallan los derechos de los más débiles. De todos modos, recuerde que soy novelista, no historiador, y que en mi caso la realidad actúa de telón de fondo: yo hago novelas de aventuras, acción, misterio... Todo eso es ‘Los dos reyes’, no un ensayo, pero, desde luego, tiene su parte ideológica, que no puede ser otra que un lamento por las injusticias que ha sufrido un pueblo, el saharaui, al que han separado de su tierra con un muro del que, por cierto, no habla nadie: igual es que como está en el desierto, creen que es un espejismo.
–Ha afirmado recientemente que quizás no le dejen volver a entrar en Marruecos después de lo que ha plasmado en esta novela de ‘Los dos reyes’. ¿Qué echaría de menos de este país?
–Me gusta Marruecos, aunque no me guste lo que pasa en él. Y me gustan su gente y su cultura, que es fascinante. Me interesaba también en la novela contar las peripecias de los muchos españoles que montaron su vida y sus empresas en el Magreb, en la época del Protectorado, para mí ha sido una de las partes más divertidas de su escritura, y disfruté mucho mientras me documentaba.
–Me habla del trabajo de documentación, con todo lo que conlleva, y de una oficio que no parece que vive su mejor época como es el de escribir libros. ¿Merece la pena seguir pese a todo?
–Lo que no merece la pena es no seguir leyendo. La vida de quien lee es más emocionante, más completa y compleja, es una experiencia maravillosa la de sumergirse en un libro, un cambio de elemento parecido al de sumergirse en el agua. Y es una herramienta defensiva: cuanto más inteligentes, menos manipulables.
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