Esta pandemia que nos tiene prisioneros a medio mundo está cambiando casi todo. No se sabe si estos cambios van a ser permanentes o no. De momento, estamos en pleno proceso de adaptación. Es lo que ocurre en la enseñanza. El debate, a la vez que problema, era cómo abordar lo que quedaba de curso, sin perjudicar a los estudiantes, por un lado, y sin sobrecargar a los profesores de manera excesiva, por otro. Una cuestión importante a tener en cuenta son las condiciones de acceso a los medios informáticos y telemáticos. No todos los estudiantes y profesores tienen las mismas posibilidades.
Una de las preocupaciones que han estado en la mente de autoridades académicas, docentes y estudiantes ha sido el sistema de evaluación. Yo diría que incluso más que el interés por mantener el aprendizaje. Esto es lógico. Un virus maldito no puede paralizar las expectativas profesionales, o de estudios superiores, de la gente. Sobre este asunto, ya hay un pronunciamiento oficial del Ministerio, al menos sobre la educación no universitaria. Se trata de que nadie repita curso por esta causa. Es decir, no es un aprobado general, pero el suspenso hay que justificarlo muy bien. Algunas Comunidades, casualmente del mismo signo político, ya se han mostrado en contra de la medida.
En lo referente a la Universidad, hay recomendaciones generales, en las que se parte de la libertad del propio docente para escoger su sistema de enseñanza virtual y de evaluación. Sin embargo, los estudiantes presionan. Y los equipos de gobierno, también. Y, además, en algunos casos se enfadan muchísimo cuando los sindicatos y legítimos representantes del profesorado les recuerdan que aquellas medidas que se adopten y que supongan una carga extraordinaria de trabajo a este, deben ser negociadas.
En un artículo que escribía en estas páginas en marzo de 2017 titulado “El futuro de la universidad”, refería la entrevista que hicieron a David Roberts, experto en innovación y en tecnología disruptiva, y miembro de Singularity University, la universidad de Silicon Valley creada en 2009 con el apoyo de la NASA, que nos decía: “la mayoría de las universidades del mundo van a desaparecer”. Lo que explicaba Roberts era que los programas académicos cerrados y la acreditación ya no tenían sentido porque en los cinco años que suelen durar los grados los conocimientos se quedan obsoletos. Lo que planteaba era enseñar “herramientas que ayuden a las personas a tener una vida gratificante, agradable y que les llene”. También sustituir la idea de educación por la de aprendizaje y permitir que la gente aprenda en tiempo real, según sus necesidades.
También explicaba en dicho artículo lo que suponían las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y que su universalización estaba propiciando nuevas fórmulas de generar, gestionar y transmitir el conocimiento y el saber. Es lo que se llama Universidad Digital, que agrupa numerosos servicios digitales para el apoyo al aprendizaje y la investigación, que está en consonancia con la denominada Carta de Río 2014, elaborada durante el III Encuentro Internacional de Rectores Universia; con la Estrategia Universidad 2015 del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; y con los informes UNIVERSITIC de la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas.
Mi amigo y compañero de Facultad, Fernando Trujillo, experto en este tipo de formación, nos decía: “No hay futuro para una Universidad que no se tome en serio el concepto de Universidad Digital y parece obvio que la “producción de recursos” es un asunto relevante en esta materia. La UGR tiene una amplia experiencia en e-learning pero nunca es suficiente: desde el desarrollo de grados y posgrados virtuales y la creación de MOOCs y su reconocimiento por la UGR así como la prospección permanente acerca de posibles vías de desarrollo de la universidad a través de las TIC exigen de nosotros no solo concienciación sino una política clara, un esfuerzo presupuestario adecuado y una gran imaginación”. Por desgracia, estas buenas intenciones aún no se han visto plasmadas en la realidad de forma total.
Un libro que me impactó de forma positiva cuando comencé a estudiar lo que nos decían sobre evaluación continúa al crear el Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), fue el de Ken Bain, “Lo que hacen los mejores profesores universitarios”. En el apartado dedicado a cómo evalúan a sus estudiantes y a sí mismos, se destacaba que “el conocimiento profundo solo se logra cuando es el alumno el que lo construye de forma activa; esto es, a partir del desafío intelectual que implica cuestionar sus concepciones preexistentes”. En este sentido, se hace la “diferencia entre el conocimiento estratégico, aquel que el estudiante adquiere con el único objetivo de aprobar un examen, y el conocimiento profundo, que parte de un interés real en la materia y permite aprender de una manera duradera”. Es decir, lo que se trata de valorar es “el aprendizaje, la forma de pensar, el desarrollo intelectual y personal, los cambios producidos y los propios esfuerzos por facilitarlos”. Sinceramente, yo creo que esto no se valora con un examen, presencial o virtual, en el que el estudiante responda a una serie de preguntas, que a lo más que llegarán es a evaluar lo que Bain denomina conocimiento estratégico.
De cualquier forma, ya sea mediante el sistema de evaluación continua, o mediante exámenes virtuales o presenciales, es importante no olvidar el consejo que nos daba el profesor y catedrático de la Universidad de Granada Salvador Camacho hace unos años, en un memorable curso sobre preparación de guías docentes. Nos hablaba sobre el concepto de evaluación: “Etapa del proceso educacional que tiene por objeto comprobar de modo sistemático en qué medida se han logrado los resultados previstos en los objetivos que se hubieren especificado con anterioridad. En síntesis, la evaluación es una interpretación de una medida (o medidas) con relación a una norma ya establecida. (LAFOURCADE)”; y también de su concepto de rendimiento en la enseñanza universitaria: “La enseñanza no supone hoy transmisión de conocimientos de modo exclusivo. Implica, más bien, la preparación del alumno para el tipo de sociedad en la que, en un futuro, tiene que desarrollar un papel activo. Por ello, el rendimiento debe ser el resultado de las mejoras que se operen en conocimientos, competencias y actitudes “. ¿Acaso la situación de confinamiento no va a dar a nuestros estudiantes suficientes conocimientos, competencias y actitudes para su futuro? Quizás debamos tener en cuenta esta circunstancia en nuestras evaluaciones.
Espero haber contribuido de forma positiva al debate en el que estamos inmersos en estos momentos. Como en todo, habrá opiniones distintas.
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