La historia de Correos comienza en 1706 y, desde entonces, no ha dejado de evolucionar y adaptarse a los cambios de la sociedad. Han pasado más de 300 años y sus servicios siguen siendo más que necesarios pese al auge de las nuevas tecnologías.
La oficina central de Ceuta tiene 62 años. Fue un 23 de junio de 1958 cuando se cortó la cinta del edificio de correos y telégrafos de la ciudad, levantado en la Plaza de España. Fue inaugurado por el director general de correos y telecomunicación, acompañado del alcalde Francisco Ruiz Sánchez y del comandante general Gumersindo Manso. Desde entonces, ha estado siempre ahí, al servicio de los ceutíes.
El jefe de Equipo de la oficina de la empresa en la conocida como ‘Plaza de Correos’, Jesús Andújar, lleva más de 20 años trabajando en la sociedad estatal y desgrana para FaroTV qué es lo que ocurre inmediatamente después de que una persona eche una carta en un buzón.
“Se recogen de todos los buzones estos amarillos que hay por toda la ciudad y esa correspondencia se trae a la oficina y de ahí va a un camión y al puerto. Va todo a Sevilla y una vez allí, se distribuye a toda España”, comenta Jesús Andújar.
Lo mismo que pasa cuando una persona echa una carta en uno de los nueve buzones y los dos leones que hay repartidos por toda Ceuta ocurre cuando va presencialmente a la oficina y le atiende uno de los 56 trabajadores que hay distribuidos entre la del centro, la de Hadú y los de reparto.
Una empresa estatal que nació como servicio postal y de telégrafos, pero que en la actualidad dedica casi todos sus esfuerzos al envío de paquetería. “Lo que más se está demandando ahora es la venta de lotería, que tenemos de ONCE y de Cruz Roja. Luego también viene mucha gente a enviar dinero por giro postal o Western Union a países internacionales y además las pymes y los ministerios también envían muchas cartas certificadas y registradas, y, por supuesto, paquetes”, continúa el jefe de Equipo de la oficina de Correos.
Sin embargo, también han sufrido las consecuencias del cierre del Tarajal. “Al tener la frontera cerrada muchas familias se han quedado aquí y la mayoría allí en Marruecos, además hay un porcentaje muy alto de gente que tiene familia allí. Entonces, desde el confinamiento, ha subido cerca de un 80 por ciento el envío de dinero”, explica el responsable de personal.
Más de 60 años de historia llenos de curiosidades, cartas románticas que llegaron a destiempo, de alegría, tristeza, telegramas… Siempre ahí, facilitando la comunicación entre ambos lados del Estrecho para ayudar a la transmisión de noticias, ha estado y está Correos.
Una misión que ni el coronavirus ha frenado. “En esos meses ha sido mucho envío de dinero y también han subido las notificaciones de la Delegación del Gobierno por las sanciones, puesto que no todo el mundo respeta las medidas y también hemos notado una subida en las notificaciones. Todo eso ha hecho que el trabajo aumentase y teníamos la mitad de la plantilla, o sea que era el doble de trabajo”.
En los últimos años las nuevas tecnologías han irrumpido con fuerza en nuestras vidas y Correos ha sabido adaptarse a esta nueva realidad. Pago de recibos, comprar entradas, cupones de la ONCE, giros a cualquier parte del mundo, recarga de móviles... son algunos de sus nuevos servicios.
“Ha cambiado muchísimo porque antes solo era envío de cartas y paquetería muy poquita y ahora con las compras por internet y la subida de la paquetería, pues Correos ha evolucionado muchísimo. Ahora lo que menos hay es correspondencia. Correos está a la orden del día y toda la logística y todo se ha actualizado y ha cambiado”, concluyó Jesús Andújar.
Lo que se mantiene como el primer día es la figura del cartero.
Antonio Martín Amaya acaba de cumplir 58 años, pero lleva 16 haciendo diariamente la misma ruta en la barriada del Príncipe Alfonso. Sabe quién está a esa hora en cada casa. Pero antes de repartir, estuvo en las oficinas e iba a donde le mandaran. “Llevo 25 años en Correos porque entré en 1992. Nunca me lo planteé, pero estaba trabajando en el taxi y me lo ofrecieron y empecé primero por horas y luego, en 2004, entré fijo a través de un examen y desde años llevo aquí en el Príncipe”, relató Antonio.
Su jornada comienza cada mañana muy temprano. A las siete y media de la mañana ya está en la Oficina de Correos en la Plaza de España dispuesto a recoger su mensajería y paquetería para salir cuanto antes con su moto tras clasificarla y ordenarla. Sobre las diez, cada día, “ya estoy aquí arriba” y comienza su ruta.
Antonio recuerda que sus comienzos “fueron muy difíciles hasta que uno se adapta al trabajo”. “Se necesita un período de adaptación y conocer el barrio porque son muchos callejones, muchos números intercambiados y la verdad que es complicado. Cualquiera que viene no es capaz. A mí el cartero antiguo, don Francisco, fue el que me lo enseñó todo. Él estuvo 30 años de cartero y permaneció una semana conmigo enseñándome y, gracias a él, salí adelante porque me costó”.
Los empleados de Correos han continuado con su labor durante la pandemia. Han sido parte de los trabajadores esenciales que han seguido dando la cara, a pesar del riesgo de exponerse al coronavirus. “Sigo haciendo el mismo trabajo, aunque con la mascarilla uno se asfixia, pero es lo que hay. Hay que ir con cuidado y ya está”, cuenta Antonio, que pertenece al grupo de riesgo y tiene diabetes.
Desempeñar este oficio no es tarea fácil. Un trabajo muy mecánico, y en el que hay que subir y bajar cuestas y escalones, cruzar callejones, casas sin números, y en invierno los días de lluvia y viento no acompañan. Pero al que Antonio está acostumbrado, tiene muy buena memoria y paciencia. Muchas veces se encuentra con las puertas cerradas. Por algo, lo de que el cartero llama siempre dos veces.
Si la correspondencia por carta está pasando a formar parte de otra época, la paquetería crece a un ritmo desorbitado. Pero, nada ha impedido que Correos siga moviendo cartas y paquetes de un lado a otro y eso ha sido gracias a los carteros, como Antonio Martín Amaya, que han sabido adaptarse a los nuevos tiempos. Una imagen que se mantiene inalterable después de tantos años y que se repite cada mañana.
No sabría decir cuantos kilómetros hace al día, pero lo cierto es que se sabe hasta el último rincón de la barriada. “Antes era todo arena y algunas barracas y ya apenas las hay y son todo losetas y cemento, que antes no existían cuando yo empecé. Ha cambiado mucho porque antes era arena y llovía y no podías trabajar porque lloviendo era horroroso. Pero ahora está todo muy bien ya”, recuerda uno de los cuatro carteros del Príncipe.
La cara más amable de su profesión: el trato diario con los vecinos y las noticias agradables. Los conoce a todos, sabe incluso sus nombres y el cariño de estos es evidente.
A Antonio le gusta mucho caminar y para él su trabajo es muy agradable porque todos los días charla con la gente. Vecinos que son ya sus amigos. No se plantea cambiar de barriada, por lo se jubilará en el Príncipe. “Aquí la verdad que no tengo problema ninguno y se portan muy bien conmigo. Nunca he tenido queja de mi trabajo. Siempre hay que mirar el lado positivo porque si ves el lado menos bueno no te levantas cada mañana a las siete de la mañana. Si tienes algún problema siempre se soluciona”.
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