La vida es, ante todo, un verdadero regalo. Las calles, sobre todo a determinadas horas, están llenas de chiquillos que cuentan con muy pocos meses de edad. Los llevan sus padres, o sólo uno de ellos, en sus coches para que tomen el aire, para que se unan al resto de la gente. Ya tienen su valor como personas y la sociedad debe tenerlos en cuenta; cosa que hace de muy diversas formas entre las que se cuentan los parques infantiles, en los que las madres o padres descansan y los pequeños duermen plácidamente o, según la edad, corretean y utilizan los columpios y el tobogán, con el que se atreven incluso los que acaban de aprender a andar. Verlos, a todos ellos, llena de alegría porque es una estampa risueña y amable de la vida en sus comienzos. Hay que disfrutar con ello, aunque se sabe que el regalo de la vida no acaba ahí.
Es un regalo - el de la vida - que hay que cuidar con la máxima atención para ir atendiendo a todas y cada una de las exigencias que la conservación de ese tesoro presenta a lo largo del tiempo. Lo mismo que se ayuda y vigila al niño pequeño cuando se sube y desliza por la pendiente del tobogán y se le consuela si se cae. también se le debe ayudar y vigilar cuando avanza en edad: nunca se termina en esa labor y hay que procurar llevarla a cabo con delicadeza, naturalmente, pero también con firmeza. En el camino de la vida, cualquiera que sea ese para cada persona, es necesario contar con compañía. Es demasiado difícil y complicado para las fuerzas propias, por mucha que sea la potencia y calidad de ellas. Es un verdadero regalo el de la vida, pero hay que saber compartirlo para que no resulte estéril. Tiene que dar fruto, de la mejor calidad posible.
Es un verdadero regalo que, además, no está exento de dureza; mucha en no pocos casos. Dureza que no sólo se refiere a la personal, a la que uno mismo pueda padecer, sino que engloba la de todos los demás. El ser humano, en el regalo de la vida que ha recibido debe ser consciente de que contiene la obligación de la solidaridad con todos los demás seres humanos; en realidad con todo lo que ha sido creado. No debe llamarse a engaño y unirse, con toda el alma, a procurar proporcionar la máxima ayuda para la solución de los problemas que agobian a unos y a otros. Es necesario vivir la esperanza de llegar a ser útil a los demás, a proporcionar ayuda con la alegría especial del amor.