Un asunto recurrente en esta columna de opinión sabatina es el de la identidad. Nos interesa por múltiples motivos, en especial por su estrecha relación con los procesos de identificación y apropiación del patrimonio, pero también por entenderlo como un asunto clave a la hora de evaluar la viabilidad del proyecto cívico ceutí.
El interés que nos suscita esta temática nos hace estar atentos a aquellos estudios que analizan la identidad desde uno u otro prisma. Precisamente llegó a nuestras manos, de manera casual, un libro que despertó nuestra curiosidad por su sugerente título: Místicos y militantes. Su autor, Adam Curle, un conocido educador social y un pensador político con una extensa carrera a sus espaldas, distingue dos facetas en nuestra identidad, la de pertenencia y la de conocimiento. La identidad de pertenencia implica que nos definimos a nosotros mismos en términos de aquello a lo que pertenecemos, o lo que nos pertenece a nosotros. Por su parte, la identidad conocimiento surge de la propia definición que hacemos de nosotros mismos a partir del nivel de autoconocimiento que somos capaces de alcanzar. Ambas dimensiones de nuestra identidad mantienen un equilibrio fluctuante y se combinan dando lugar a distintos niveles y tipos de conocimiento, cuyo resultado determina en gran medida nuestro posicionamiento en el entorno social: distanciamiento, apatía, militancia, misticismo, conservadurismo, progresismo, etcétera…
Adam Curle, partiendo de sus observaciones personales, distingue cuatro tipos psicológicos principales en función del desigual peso que en la personalidad presentan la identidad pertenencia y la identidad conocimiento. La más habitual es la configuración dos, caracterizada por una fuerte identidad-pertenencia y una débil identidad-conocimiento. En este nivel, debido al bajo autoconocimiento general de la gente, el sentido de ser recae en la identidad-pertenencia. Nos convertimos, según Adam Curle, “en aquello a lo que pertenecemos, y a lo que nos pertenece: nuestra nación, región, familia, iglesia, partido político, esposa e hijos, escuela, universidad, vecindario, casa, tierra, libros, profesión, clubes y sociedades, posición social, etcétera…”. Cuando alguien nos pregunta quiénes somos, decimos español, ceutí, hijo de…, médico, del Madrid, musulmán, cristiano, y un largo etcétera.
Sin embargo, si deseamos alcanzar un nivel más elevado de autoconocimiento objetivo, debemos vaciarnos de esta forma de conocimiento basada única y exclusivamente en la identidad-pertenencia. Este proceso no es nada sencillo ni cómodo. Significa, como advierte Curle, demoler imágenes y reconstruirlas, proceso doloroso, difícil y a veces ansioso, en el que se abandona la confianza en la identidad. Precisamente, por estos motivos, y por nuestro propio interés psicológico y material, preferimos aferrarnos a los elementos que definen nuestra identidad-pertenencia. Es nuestra tabla de salvación. La única que encuentran muchos para no perecer ahogados en una sociedad líquida como la nuestra, según la definición dada por Zygmunt Bauman. Es por ello que cuando vemos amenazado algunos de los componentes de nuestra identidad-pertenencia tendemos a reaccionar agresivamente.
En Ceuta vivimos en una permanente sensación de amenaza a nuestra identidad-pertenencia. El grupo social hasta ahora mayoritario y preponderante en el plano político y económico –los occidentales– observa con preocupación y recelo el imparable crecimiento de la comunidad emergente, los musulmanes. Ambas comunidades comparten su plácido estancamiento en la identidad-pertenencia, sin que ninguna de las partes se haya planteado la urgente necesidad de abordar un cambio sustancial en su nivel de conocimiento, desde la identidad-pertenencia a la identidad-conocimiento. ¿Cómo elevar este conocimiento? Lo primero que conviene aclarar es que el autoconocimiento, la autodirección, la autorrealización, no pueden delegarse, corresponden a la voluntad y el esfuerzo de cada uno de nosotros. Hay quienes lo consiguen mediante la psicoterapia, la meditación, el estudio y algunos consiguen aumentarlo por circunstancias completamente fortuitas. En cualquier caso, el conocimiento necesita cultivo y una gran fuerza de voluntad para superar nuestra resistencia a admitir que somos menos autónomos de lo que quisiéramos creer. Lo fundamental, como insiste A.Curel, es que debemos en todo momento tratar de recordar quiénes somos.
Al final de este esclarecedor y lúcido libro de Adam Curle, podemos encontrar un extraordinario párrafo que sintetiza el mensaje central de esta obra: “El conocimiento y la identidad-conocimiento están en eterno conflicto, en nosotros y a nuestro alrededor, con la identidad-pertenencia. El conocimiento es incómodo e inseguro. Nos arrebata las agradables certidumbres de la vida, los valores fijos, las respuestas fáciles a cuestiones insolubles. Aguijonea a la conciencia perezosa, obligándonos a tomar posición cuando preferiríamos andar felizmente con la manada. Nos lleva hasta a una muerte anónima e indigna por causas perdidas. Nos hace sentir insatisfechos con nuestras posesiones y posición, que alguna vez atesoráramos, son como cenizas en la boca. Envidiamos a aquellos que son dueños de lo que llamamos “fe sencilla”, sea en Dios, en el país o en una forma de vivir. Cuan felices son-en un sentido”.
El camino hacia el autoconocimiento, la autoeducación y el autocontrol es complejo y no exento de peligros. Aquellos cuyo conocimiento es elevado han sido siempre una amenaza para la inmensa mayoría de la gente cuya seguridad depende de una identidad-pertenencia. Amenazan con hacerlos sentir a ellos también incómodos e insatisfechos, o con quebrar efectivamente sus sistemas protectores de pertenencia. Tendemos a odiar a aquellos que nos obligan a interrogarnos a nosotros mismos, y huimos de tener que contestarles, atacándolos. Proyectamos hacia afuera nuestra lucha interior, y muchos sufren, mueren o matan porque no quieren reconocer su ceguera, o no tratan de recuperar la vista. Esta fue la razón por la que Sócrates fue condenado a beber un tazón de cicuta y Jesús de Nazareth llevado a la cruz.
Ceuta bien podría figurar en El informe sobre ciegos de Ernesto Sábato o en el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Sobre nuestros ojos se ha formado una tupida membrana de ignorancia que nos impide ver a los demás como seres humanos con las mismas inquietudes vitales que las nuestras. Nuestra vista apenas distingue, entre tinieblas, formas estereotipadas (occidentales, musulmanes, ….). Vamos provistos de gruesas gafas ideológicas, culturales y religiosas que sólo dejan entrever el mundo tal como se muestra a otros hombres con otros anteojos, o tal como se muestra a aquellos pocos que han recuperado la visión y pueden ver sin ayuda de lentes. Si fuéramos capaces de incrementar nuestra identidad-conocimiento y reducir la identidad-pertenencia podríamos mirarnos a los ojos y reconocernos como seres humanos totales, equilibrados, autoconscientes y autónomos.
Un asunto recurrente en esta columna de opinión sabatina es el de la identidad. Nos interesa por múltiples motivos, en especial por su estrecha relación con los procesos de identificación y apropiación del patrimonio, pero también por entenderlo como un asunto clave a la hora de evaluar la viabilidad del proyecto cívico ceutí. El interés que nos suscita esta temática nos hace estar atentos a aquellos estudios que analizan la identidad desde uno u otro prisma. Precisamente llegó a nuestras manos, de manera casual, un libro que despertó nuestra curiosidad por su sugerente título: Místicos y militantes. Su autor, Adam Curle, un conocido educador social y un pensador político con una extensa carrera a sus espaldas, distingue dos facetas en nuestra identidad, la de pertenencia y la de conocimiento. La identidad de pertenencia implica que nos definimos a nosotros mismos en términos de aquello a lo que pertenecemos, o lo que nos pertenece a nosotros. Por su parte, la identidad conocimiento surge de la propia definición que hacemos de nosotros mismos a partir del nivel de autoconocimiento que somos capaces de alcanzar. Ambas dimensiones de nuestra identidad mantienen un equilibrio fluctuante y se combinan dando lugar a distintos niveles y tipos de conocimiento, cuyo resultado determina en gran medida nuestro posicionamiento en el entorno social: distanciamiento, apatía, militancia, misticismo, conservadurismo, progresismo, etcétera…Adam Curle, partiendo de sus observaciones personales, distingue cuatro tipos psicológicos principales en función del desigual peso que en la personalidad presentan la identidad pertenencia y la identidad conocimiento. La más habitual es la configuración dos, caracterizada por una fuerte identidad-pertenencia y una débil identidad-conocimiento. En este nivel, debido al bajo autoconocimiento general de la gente, el sentido de ser recae en la identidad-pertenencia. Nos convertimos, según Adam Curle, “en aquello a lo que pertenecemos, y a lo que nos pertenece: nuestra nación, región, familia, iglesia, partido político, esposa e hijos, escuela, universidad, vecindario, casa, tierra, libros, profesión, clubes y sociedades, posición social, etcétera…”. Cuando alguien nos pregunta quiénes somos, decimos español, ceutí, hijo de…, médico, del Madrid, musulmán, cristiano, y un largo etcétera. Sin embargo, si deseamos alcanzar un nivel más elevado de autoconocimiento objetivo, debemos vaciarnos de esta forma de conocimiento basada única y exclusivamente en la identidad-pertenencia. Este proceso no es nada sencillo ni cómodo. Significa, como advierte Curle, demoler imágenes y reconstruirlas, proceso doloroso, difícil y a veces ansioso, en el que se abandona la confianza en la identidad. Precisamente, por estos motivos, y por nuestro propio interés psicológico y material, preferimos aferrarnos a los elementos que definen nuestra identidad-pertenencia. Es nuestra tabla de salvación. La única que encuentran muchos para no perecer ahogados en una sociedad líquida como la nuestra, según la definición dada por Zygmunt Bauman. Es por ello que cuando vemos amenazado algunos de los componentes de nuestra identidad-pertenencia tendemos a reaccionar agresivamente. En Ceuta vivimos en una permanente sensación de amenaza a nuestra identidad-pertenencia. El grupo social hasta ahora mayoritario y preponderante en el plano político y económico –los occidentales– observa con preocupación y recelo el imparable crecimiento de la comunidad emergente, los musulmanes. Ambas comunidades comparten su plácido estancamiento en la identidad-pertenencia, sin que ninguna de las partes se haya planteado la urgente necesidad de abordar un cambio sustancial en su nivel de conocimiento, desde la identidad-pertenencia a la identidad-conocimiento. ¿Cómo elevar este conocimiento? Lo primero que conviene aclarar es que el autoconocimiento, la autodirección, la autorrealización, no pueden delegarse, corresponden a la voluntad y el esfuerzo de cada uno de nosotros. Hay quienes lo consiguen mediante la psicoterapia, la meditación, el estudio y algunos consiguen aumentarlo por circunstancias completamente fortuitas. En cualquier caso, el conocimiento necesita cultivo y una gran fuerza de voluntad para superar nuestra resistencia a admitir que somos menos autónomos de lo que quisiéramos creer. Lo fundamental, como insiste A.Curel, es que debemos en todo momento tratar de recordar quiénes somos. Al final de este esclarecedor y lúcido libro de Adam Curle, podemos encontrar un extraordinario párrafo que sintetiza el mensaje central de esta obra: “El conocimiento y la identidad-conocimiento están en eterno conflicto, en nosotros y a nuestro alrededor, con la identidad-pertenencia. El conocimiento es incómodo e inseguro. Nos arrebata las agradables certidumbres de la vida, los valores fijos, las respuestas fáciles a cuestiones insolubles. Aguijonea a la conciencia perezosa, obligándonos a tomar posición cuando preferiríamos andar felizmente con la manada. Nos lleva hasta a una muerte anónima e indigna por causas perdidas. Nos hace sentir insatisfechos con nuestras posesiones y posición, que alguna vez atesoráramos, son como cenizas en la boca. Envidiamos a aquellos que son dueños de lo que llamamos “fe sencilla”, sea en Dios, en el país o en una forma de vivir. Cuan felices son-en un sentido”. El camino hacia el autoconocimiento, la autoeducación y el autocontrol es complejo y no exento de peligros. Aquellos cuyo conocimiento es elevado han sido siempre una amenaza para la inmensa mayoría de la gente cuya seguridad depende de una identidad-pertenencia. Amenazan con hacerlos sentir a ellos también incómodos e insatisfechos, o con quebrar efectivamente sus sistemas protectores de pertenencia. Tendemos a odiar a aquellos que nos obligan a interrogarnos a nosotros mismos, y huimos de tener que contestarles, atacándolos. Proyectamos hacia afuera nuestra lucha interior, y muchos sufren, mueren o matan porque no quieren reconocer su ceguera, o no tratan de recuperar la vista. Esta fue la razón por la que Sócrates fue condenado a beber un tazón de cicuta y Jesús de Nazareth llevado a la cruz. Ceuta bien podría figurar en El informe sobre ciegos de Ernesto Sábato o en el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Sobre nuestros ojos se ha formado una tupida membrana de ignorancia que nos impide ver a los demás como seres humanos con las mismas inquietudes vitales que las nuestras. Nuestra vista apenas distingue, entre tinieblas, formas estereotipadas (occidentales, musulmanes, ….). Vamos provistos de gruesas gafas ideológicas, culturales y religiosas que sólo dejan entrever el mundo tal como se muestra a otros hombres con otros anteojos, o tal como se muestra a aquellos pocos que han recuperado la visión y pueden ver sin ayuda de lentes. Si fuéramos capaces de incrementar nuestra identidad-conocimiento y reducir la identidad-pertenencia podríamos mirarnos a los ojos y reconocernos como seres humanos totales, equilibrados, autoconscientes y autónomos.