Al margen de los subsaharianos que protestan en la plaza de los Reyes hay otros que sí llevan años en el CETI que optan por reclamar una regularización bajo el silencio y la integración. Estas son sus historias. Algunos han llegado a Ceuta tras permanecer siete años en camino, desde su lugar de origen hasta la frontera con Marruecos. Han pasado por distintos puntos del África subsahariana, bordeando un desierto en el que han fallecido algunos compañeros. Los más fuertes o los que, sencillamente, tienen más fortuna han conseguido alcanzar la meta: las cercanías de Ceuta, desde donde se lanzan en balsas de juguete al futuro.
Esta antesala de la inmigración la comparten muchos de los subsaharianos que hoy se encuentran en el CETI. Tanto los que, nerviosos, han optado por manifestarse culpando a toda la ciudad de la compleja acción política como los que, llevando muchos más años que los primeros, optan por conseguir una regularización bajo el silencio y la integración. ‘El Faro’ ha hablado con varios de estos últimos, los que llevan entre dos y tres años en el campamento, después de que llegaran a la ciudad en balsa. Ellos ven con cierto temor lo que está sucediendo estos días, con compañeros que “vinieron hace poco y cuando nos vieron en el campamento nos preguntaron que cuánto tiempo llevábamos aquí. Les dijimos que algunos dos, otros tres años, y se pusieron muy nerviosos”, indica uno de los inmigrantes más antiguos del Jaral. A pesar de que el 80% de los subsaharianos concentrados lleva pocos meses en Ceuta, han optado por salir a la calle y reclamar su libertad, mintiendo sobre el tiempo real que llevaban en la ciudad. Entre el grupo, la mayor parte de los francófonos que ha llegado este mismo mes de agosto en neumáticas. La presión sobre los antiguos, que forman un grupo de 50 inmigrantes, ha sido palpable: les han amenazado, les han agredido y les han coaccionado para que se manifestaran. Los que han sido bautizados como ‘díscolos’ han optado por incumplir las normas y hacer la vida “algo más complicada” al personal del CETI a quienes culpan de su situación, tal es así que ha habido trabajadores a los que se les ha recomendado no acudir al trabajo por el bien de su integridad. Esa presión se traslada a los compañeros que no les secundan y que incluso, hablando con este medio, temen salir en cualquier fotografía que les vaya a causar problemas. Esta división marca el actual estado de un CETI en el que las historias de inmigrantes se mezclan y en donde el deseo por alcanzar la península es dominante y común entre todos. “Es en lo que pensamos en el camino. Durante el trayecto escuchamos a compañeros que nos hablan de las balsas, de que se pueden comprar y con ellas llegar a Europa. El que puede la compra”, señala otro de los sin papeles. Algunos accedieron al CETI tras ser interceptados en el mar, otros llegaron sin que la Guardia Civil se diera cuenta. De hecho el Instituto Armado se dio cuenta de su presencia cuando los inmigrantes llegaron por su propio pie al campamento. “No sabemos cuándo saldremos de aquí”, advierte uno de los subsaharianos, “pero mientras intentamos aprender y adaptarnos”, añade.
Esa situación de bloqueo, de paralización de las salidas está detrás del nerviosismo e inestabilidad que se concentra en un campamento en el que se han producido demasiadas señales que apuntaban a la crisis que hoy protagonizan en las calles no más de ochenta francófonos y para los que la propia Policía reconoce una salida complicada.