Muchas vidas se están perdiendo y se perderán en muy corto espacio de tiempo como consecuencia de la crisis del virus Covid19. Quizá las cifras y las estadísticas no están siendo tan fieles como pensamos y nos están mostrando una realidad pero no nos dicen absolutamente nada de las cualidades de las personas que ya no están entre nosotros. En un mundo civilizatorio exclusivamente acostumbrado a la matemática aplicada para explicarlo casi todo se escapan las calidades y cualidades que no se reflejan a través de los números. Solo parece que importan las cantidades por que vivimos inmersos en la mega máquina productiva a la que estamos permanentemente enchufados para servir a sus enajenados fines sin poder frenar el ritmo y reflexionar sobre el propósito de nuestras vidas y hacia donde queremos dirigirnos. El mercado y el sistema productivo se han convertido en la cárcel más eficiente jamás construida en la que solo hay presidiarios de distintos niveles según su cuna, a veces sus capacidades en las galerías más democráticas, y carceleros fieles a la acumulación infinita de dinero. Los que ponen en práctica planes de fuga son neutralizados y vueltos al sistema y los pocos que lo consiguen son automáticamente expulsados del bienestar del consumo, una poderosa droga creada para subyugar a las masas humanas. En este ambiente hostil a las experiencias significativas y las vocaciones poéticas y literarias donde todos quieren ser ingenieros o funcionarios europeos, o mejor las dos cosas, los sobrevalorados estados prueban sistemas para controlar a las ingentes cantidades de almas humanas, cada vez más numerosas y con mas ansias de consumo y bienestar.
La sombra de la sospecha sobre el origen del virus, continua proyectándose en base a la coincidencia de la propagación del Covid19 y la presencia del peligroso laboratorio de experimentación con patógenos en la ciudad china donde se originó todo este lío. Las teorías conspiratorias están corriendo por las autopistas de la desinformación señalando a un país acostumbrado a tratar las crisis demográficas con gran firmeza y poca humanidad (como lo acontecido con las duras restricciones demográficas en China). Una fuga accidental de un virus extraño entre los muchos organismos patógenos que deben tener en sus colecciones no debe de sorprendernos mucho pues los accidentes ocurren y bien podría haber sido el origen de esta actual pandemia que está recorriendo el mundo. Los estados nación son capaces de llevar a cabo muchas acciones poco honrosas en nombre de sus banderas y en defensa de sus intereses económicos quedando legalmente exonerados de cualquier responsabilidad sobre terceros países. La venta de armas, el mantenimiento de los paraísos fiscales y los intereses de la todopoderosa industria química o del sector de fabricantes de vehículos son algunos ejemplos de algunos aspectos irrenunciables de las políticas de muchos países europeos donde los intereses económicos marcan las agendas políticas y son los poderosos del dinero los que dictan las normas mercantilistas que se establecen.
Volviendo al argumento del inicio del artículo sobre la pérdida cualitativa de vidas, me gustaría centrarme en el valor de lo añejo que no es lo mismo que viejo. Lo añejo es lo que existe desde hace tiempo y tiene profundidad y abolengo mientras que lo viejo está deteriorado y se siente que debe ser eliminado. Por esto utilizo lo añejo para referirme a nuestros mayores. Son los que más han sufrido el azote de la pandemia por estar más predispuestos por cuestiones de la edad. Lo mismo que le pasa a los buenos vinos antiguos que son delicados y hay que tratarlos con cariño para que no pierdan sus intensos sabores. Nuestras personas añejas tienen muchas esencias interiores de saberes y conocimientos que se pueden transmitir de forma pausada y consistente, son testigos de nuestros sueños y deseos, guardianes de los cuentos y los dichos populares y conservan la memoria del pasado que vivieron. Un mayor suele ser casi siempre una fuente de inspiración inagotable si se sabe compartir el tiempo con ellos captando las enseñanzas que nos van regalando. Si los dejamos de lado somos hartamente estúpidos y propio de sociedades de alelados; es también una afrenta intolerable hacia quienes han construido el futuro social del que podemos disfrutar en estos momentos. Los mayores son personas como nosotros solo que tienen más edad y una gran experiencia acumulada en sus espaldas. En general, les agrada la compañía y el contacto con los jóvenes, la vivacidad que les infunden los empuja a la acción en aquellos momentos en los que los achaques tienden a empequeñecerlos. Ellos son nosotros y nosotros somos ellos en diferentes momentos del espacio y el tiempo ya que todos pertenecemos a la misma cadena infinita que conforma la vida. Crear esta red de relaciones vitales nos reconforta a todos jóvenes y añejos ya que juntos creamos el camino iluminado para recorrerlo en mejores condiciones. Por todo esto y mucho, mucho más que se podría argumentar estamos asistiendo a una pérdida generacional irreparable sufriendo tantísimas muertes de personas mayores al mismo tiempo. Al igual que cualquier excelente realización en el campo que se quiera, una persona añeja no se puede crear con precipitación sino que necesita el largo transcurrir de los años y la bendición de llegar con un buen estado de salud a la etapa final de la vida. En esto consiste el secreto, hacerse con lentitud y parsimonia, soportando y creciendo con las condiciones ambientales, sociales y económicas que le hayan tocado vivir a cada uno de ellos. Las aportaciones de estas personas no se encuentran en las enciclopedias ni los compendios de saberes sino en los archivos de la memoria y de la experiencia que se tornan en sabiduría que crisolea en imágenes y representaciones. Una persona de estas características concentra lo mejor de sí mismo como si fuera una esencia lentamente destilada que ofrece su aroma por un periodo breve de tiempo antes de abandonarnos. Es la última metamorfosis física y psíquica, el estado de última representación artística, si consideramos a las especies como obras de arte, de nuestro género previamente a la caída del telón de esta existencia. Ser una persona añeja es una experiencia trascendental que debe vivirse con plenitud y reconocerse no solo con las muestras de cariño y respeto sino teniendo en cuenta su significado mitológico y sagrado. Tan sagrados son los nacimientos como las uniones maritales, las celebraciones en diferentes épocas del año y en distintos ciclos de la vida a través de los rituales de iniciación. De la misma forma la etapa de lo añejo tuvo esta consideración y por eso en las sociedades antiguas a los ancianos se les ha dado un lugar preponderante a la hora de tomar decisiones trascendentales. Todo esto ha ocurrido hasta hace poco tiempo en el que la ancestral cordura se tornó en demencia vestida de una equivocada modernidad y se comenzó a desechar a los mayores como si supusieran un lastre intolerable para la sociedad moderna que solo requería de velocidad e irreflexión para avanzar en su imparable descenso al inframundo de la vacuidad que cada vez nos aprieta más a todos. Así en este mundo tiene poca cabida el añejo a pesar de que su vida es tan sagrada como la de cualquiera y mucho más atrayente y necesaria para alcanzar el ascenso a sociedades más justas y equilibradas. No me voy a extender en el maltrato social al que están siendo sometidos con las míseras pensiones que sufren y las cargas insoportables que conforman actos de heroicidad en defensa de sus familias ya que el sistema social se está desmoronando por la elevada demografía y la codicia de unos pocos. En esta crisis vírica además de morirse a gran escala han tenido que soportar la ausencia de los suyos y en según que casos la pena de ser discriminados a favor de los jóvenes.