En los preludios del siglo XX, se valoró la prioridad de establecer una nueva traza de Ejército en el continente africano, mejorando e intensificando las unidades con Tropas Indígenas movilizadas en las cabilas, que más tarde pasaron a denominarse “Fuerzas Irregulares Auxiliares”, aunque evidenciaron poca eficiencia y fiabilidad.
Ante esta confirmación, en el año 1911, el salto cualitativo en el vuelco de este dibujo lo materializa don Dámaso Berenguer Fusté (1873-1953), con la instauración de las “Fuerzas Regulares Indígenas” que se tornan en Soldados profesionales, a los que progresivamente se les aplica una férrea disciplina, preparación y enorme sacrificio. Destacando el éxito de su integración y la atención otorgada a sus familias.
Sin lugar a dudas, entre los activos de estas milicias se hilvanaba una profunda transformación: la reducción en la pérdida de vidas humanas, porque, ante todo, este Soldado Regular se caracterizó por ser un combatiente aguerrido y constantemente presto, deseoso de participar con orgullo en las muchas servidumbres del Ejército Español. Mientras, el Estado Mayor Central continuaba aferrado al paradigma prusiano y en el método de combate derivados de la Primera Guerra Mundial (28/VII/1914-11/XI/1918), en los que contracorriente, Berenguer interpretaba y nutría una nueva doctrina para el lance colonial. De manera, que desde este preciso instante geopolítico y geoestratégico, se priorizaron los principios de “movilidad y potencia de fuego; pero, sobre todo, el del liderazgo y la moral de victoria”.
Ante esta perspectiva, era más que manifiesto la necesidad de unas Fuerzas Coloniales que reemplazasen a las constituidas por Tropas Peninsulares de incorporación forzosa, que con anterioridad habían entrado en línea de combate; posiblemente, con un adiestramiento incompleto a los rasgos regios del adversario.
En definitiva, era imprescindible la irrupción de un Ejército respaldado por la ciudadanía y que mismamente, ésta, estuviese debidamente informada de la misión contraída, admitiendo sin vacilación las supuestas bajas que se originasen.
Y esto aconteció con la creación del “Tercio de Extranjeros’’, que, a posteriori, se denominó ”Tercio de Marruecos”, después “Tercio” y finalmente, “La Legión”. Designación alcanzada en nuestros días por esta admirada y memorable unidad militar, por aquel entonces, implorada a poner paz en las operaciones del Protectorado de Marruecos, en los que se acentuaron los inconvenientes del proceso reclutador.
Con estos mimbres, este pasaje pretende encumbrar y enorgullecer la efeméride del ‘Centenario de La Legión’, teniendo como punto de partida una Historia densa de heroísmos desarrollada en la década de los veinte, cuando España emprendió un duro combate en el Norte de África, con el añadido de implementarlo con jóvenes apremiados a sucumbir en los frentes de Marruecos.
Con lo cual, haciéndolo con los honores que merece, es de justicia corroborar que ‘La Legión’, como grupo de choque profesional, alcanzó una gran resonancia en el desenlace categórico de esta complejidad.
Sin inmiscuirse de lo anteriormente desentrañado, las bocanadas anarquistas y revolucionarias que incurrían en Europa y en los que España, no iba a ser una excepción. Por lo demás, el entorno social y político eran demasiado dificultosos para hacer frente a los compromisos internacionales. Únicamente, una pequeña chispa podía expandir el fuego con las agitaciones y sacudidas sociales, que por doquier, el anarquismo condicionaba como catalizador de su sublevación.
Como consecuencia de un agresión rifeña en las postrimerías de 1909 en la Ciudad de Melilla, el reclutamiento de Tropas para apoyar esta crisis, ocasionaría un descontento generalizado que en seguida libraría episodios violentos como en la estación de Atocha, pero, fundamentalmente, en la Ciudad Condal y otros Municipios de Cataluña, desembocando en la Semana Trágica (25-VII-1909/2-VIII-1909).
Esta eventualidad exigió al Gobierno el retoque en la reglamentación sobre el aislamiento del Ejército; por cierto, muy distante a los ideales ilustrados del servicio militar universal, instituido con la Constitución Política de la Monarquía Española, más conocida como la Constitución de 1812 o Constitución de Cádiz, distinguida popularmente como la Pepa.
El caso es, que el impuesto de sangre meramente lo costeaba la población más modesta, siendo invocado a voces la resolución de este grave perjuicio, con el ensamble de unas Tropas que satisficieran lo que se reconocería como ‘el problema de Marruecos’.
Ya, en 1911, se sanciona otra Ley de Reclutamiento y Reemplazo que dispone el servicio militar, pero con la primicia del ‘Soldado de Cuota’: ahora, con el abono de una cantidad explícita, se comprime el tiempo de servicio e incluso se selecciona el destino. Sin más, una cuestión sólo posible para las clases más acomodadas.
De especial trascendencia resulta el Tratado de Fez, firmado el 30 de marzo de 1912, en el cual, el sultán Abdelhafid de Marruecos cede la soberanía de su país a Francia, haciendo de él un dominio para la pacificación de la región. Con ello, España asume la extensión Norte de Marruecos, donde posiblemente estriban los guerreros más tenaces y resistentes de la franja.
Su consecuente ocupación, tiene como efecto fulminante la campaña del reino alauita, demostrándose que España estaba instada a la incorporación imperiosa de Tropas profesionales españolas y extranjeras.
Como inicialmente se ha expuesto, con el propósito de equipar a la Milicia de África con activos más simétricos al terreno y combate, se constituyeron las “Fuerzas Regulares Indígenas”, los admirados y loados “Regulares”. Análogamente, en 1912, se aprueba la Ley de voluntariado para el Ejército. Sin embargo, sin desmerecer el tributo ofrendado, ni lo uno ni lo otro, van a dar los frutos deseables, debiéndose seguir empleando la figura del Soldado conscripto, para al menos, taponar las carencias militares de la zona del Protectorado.
Por si fuese poco, lo imperceptible de la superficie colonial hispana, imposibilitaba un enganche eficiente de indígenas. Lo inverso que acaecía en otros países, que incorporaban a sus filas en unas colonias e idénticamente los aprovechaban en otras. Esto, fusionado a la reducción del presupuesto, trababa la concreción suficiente de tabores o batallones de Regulares.
En el caso del personal voluntario, estrepitosamente quedaba frustrado por los exiguos devengos consabidos; amén, de un sueldo medio en la minería de entre tres y cuatro pesetas. Ejemplo visible de un trabajo mal remunerado por las numerosas adversidades adquiridas, porque este Soldado distante de su hogar, subsistía en destacamentos y exponía constantemente su vida en la guerra, al que se le pagaban ochenta céntimos, aparte del rancho. Entre tanto, la suma de 130 pesetas en su afiliación, intentaba ser el incentivo que respondiese a dicho reclutamiento.
Indiscutiblemente, esto no se cristalizó, sobre todo, en unos trechos como el de la Gran Guerra, donde las remuneraciones aumentaron, a diferencia de quedar congeladas las de la Tropa voluntaria. Llegados hasta aquí, mucho no se pospondría, para que fuese tomando forma el modelo de recurrir a la leva de extranjeros.
El precedente francés de La Legión, era más que palpable y la cercanía en la finalización del conflicto mundial, pronosticaban la viabilidad de un ingreso asequible para quiénes conocían de primera mano los estragos de la conflagración.
Conjuntamente, estos hombres a su retorno, se hallaban sin un oficio que les diese de comer; esencialmente, aquellos que correspondían a los estados derrotados y como tales, sumidos en significativos desequilibrios sociales.
En 1916, el General don Agustín de Luque y Coca (1850-1935), en calidad de Ministro de la Guerra, traslada al Congreso un diseño de reorganización del Ejército, englobando una proposición de innovación con La Legión Extranjera como fórmula.
Es necesario incidir, en la inestabilidad gubernamental reinante en España, con la disyuntiva altisonante de once gobiernos en la horquilla establecida de 1917 a 1920, respectivamente.
Tampoco van a ser menos, el espectro de las Juntas de Defensa, sindicatos militares que restringen a más no poder el ejercicio de la administración; poniendo infinidad de impedimentos que no hacen más que demorar las tentativas de reorganización. Un escenario irresoluto y de mutabilidad que, en 1917, don Juan de la Cierva y Peñafiel (1864-1938), Ministro de la Guerra en la etapa constitucional de Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII (1886-1941), le otorga otro porte al designio de La Legión.
Habiendo transcurrido dos años y tras recoger la cartera como Ministro de la Guerra, el General don Antonio Tovar y Marcoleta (1847-1925), delega al Teniente Coronel don José Millán-Astray y Terreros (1879-1954), en visita oficial a La Legión Extranjera en Argelia, para ultimar los asuntos perfilados en el Ministerio.
Por fin, la continuidad de este hecho se haría imperecedero con su sucesor en el cargo, me refiero al General don José Villalba Riquelme (1856-1944), quién dispuso la divulgación del Real Decreto de fundación del Tercio de Extranjeros, publicado en el Diario Oficial, por sus siglas, D.O. número 22 de fecha 29/I/1920, página 293.
La descripción inaugural del Tercio de Extranjeros en la impresión vespertina del día 28 de enero de 1920, rezaba literalmente en su exposición como seguidamente detallo:
“La conveniencia de utilizar todos los elementos que puedan contribuir a disminuir los contingentes de reclutamiento en nuestra zona de protectorado de Marruecos, inclina al Ministro que subscribe a aconsejar, como ensayo, la creación de un Tercio de Extranjeros, constituido por hombres de todos los países, que voluntariamente quieran alistarse en él para prestar servicios militares, tanto en la Península como en las distintas Comandancias de aquel territorio. Fundado en estas consideraciones, el Ministro que subscribe, de acuerdo con el Consejo de Ministros, tiene el honor de someter a la aprobación de V. M. el siguiente proyecto de decreto. Madrid, veintiocho de enero de mil novecientos veinte.
Real Decreto. Artículo único. Con la denominación de Tercio de Extranjeros se creará una unidad militar armada, cuyos efectivos, haberes y reglamentos por que ha de regirse, serán fijados por el Ministro de la Guerra. Dado en Palacio, a veintiocho de enero de mil novecientos veinte”.
Si bien, no faltaron obstáculos para llevar a término el desarrollo preceptivo del Tercio de Extranjeros y su engranaje, viéndose interrumpido ante la imposición diplomática francesa, que no tardó en poner sobre la mesa el interés del Tratado de Versalles (28-VI-1919), porque truncaba a todas luces, el alistamiento de Soldados alemanes para otros Ejércitos que no fuera el galo.
Sin soslayarse, la intranquilidad que vaticinaba hacerse con los servicios de elementos extranjeros, ante la probabilidad que generalizasen el ideario de la Revolución rusa en pleno trienio bolchevique, tanto en la circunscripción andaluza como en Barcelona, en las que se trababan violentas revueltas. Consecuentemente, Millán-Astray convertido en el acérrimo valedor y promotor de La Legión, con refinamiento aprovechó la admisión del nuevo Gobierno de don Luís de Marichalar y Monreal (1873-1945), vizconde de Eza y Ministro de la Guerra, invitándolo a una conferencia que se ofreció en Madrid, el 14 de mayo de 1920 en el Centro del Ejército y de la Armada.
El coloquio concluyó con una propuesta atrevida como solícita: “Este Cuerpo, La Legión, sólo espera como Lázaro, aquellas palabras bíblicas: Levántate y anda”. Palabras que en absoluto demoraron los acontecimientos que estarían por llegar.
Inmediatamente, Marichalar, que tenía tanteado como meta prioritaria el reajuste del servicio militar de tres a dos años, no titubeó en vislumbrar que La Legión era el instrumento inmejorable para conseguirlo; solventando el menoscabo presupuestario con el procedimiento de licenciar a dos Soldados conscriptos, por cada Legionario incorporado. Resolviéndose la susceptibilidad francesa al no inscribirse Soldados germanos; como, del mismo modo, se contrarrestaba la negativa interna del Gobierno que no veía con buenos ojos la movilización de extranjeros.
Derrotadas con voluntad política las diversas trabas, definitivamente, el 1 de septiembre de 1920, estrenaba su largo caminar el Reglamento de Organización del Tercio de Extranjeros. Disponiéndose, que el ejecutor y garante de introducir el Tercio de Extranjeros fuese Millán-Astray, hasta ese momento destinado en el Regimiento de Infantería del Príncipe Núm. 3, con Guarnición en Oviedo.
En los meses sucesivos, con orden y sin pausa, Millán-Astray continuó dándole su idiosincrasia a esta gloriosa unidad, con capacidades y características diferenciadas que la harían resplandecer en su accionar hasta nuestros días, con la denominación que todos conocemos: La Legión.
Paulatinamente, la infinitud de principios y virtudes se moldeaban en el Tercio de Extranjeros y siete meses después, el 31 de agosto, la Gaceta de la República divulgaba otro Real Decreto, en el que S.M. el Rey establecía como se constituiría. En tres artículos, se declaró que este Ministerio acordaría el cupo de integrantes, los medios y su reglamentación; igualmente, las partidas presupuestarias con las que se cubrirían los gastos. Y llegó septiembre, intervalo de la Historia de los Ejércitos de España en los que se originan dos vicisitudes de importante calado.
Primero, en la Plaza de Ceuta se creó el Cuartel General del Tercio; y, segundo, se promovieron en varias localidades españolas las incorporaciones convenidas, con la inauguración de los ‘Banderines de Enganche’.
Con este afán firme y resuelto, se esparce un sinfín de anuncios que alientan a los jóvenes a enrolarse en La Legión. La difusión y propaganda textualmente demandaba: “Nobles, plebeyos, vagos, cocineros, poetas, químicos, periodistas, ingenieros, todos tienen cabida en la Legión”. Así, los receptores podían ser hombres de entre 18 hasta los 40 años, ofreciéndoseles un sueldo o soldada de 4 pesetas y 10 céntimos diarios; además, 350 pesetas que percibían en dos plazos: en el instante de afiliarse y a la conclusión de los tres primeros años de servicios.
Como anécdota, el día 20 de septiembre de 1920, un joven de 30 años procedente de Ceuta, don Marcelo Villeval Gaitán, se convirtió en el primer legionario que se alistó al Tercio, obteniendo el empleo de Brigada. Posteriormente, en 1925, tras el desembarque de Alhucemas, en el transcurso del avance librado para la conquista de las posiciones del Monte Malmusi y del Morro, moriría.
La fecha de filiación de este primer Legionario, o sea, el 20 de septiembre de 1920, oficialmente es contemplada como la génesis de La Legión. Por lo tanto, el nacimiento del Tercio de Extranjeros presume el comienzo de un cuerpo de élite profesionalizado, ataviado por voluntarios de cualquier patria, donde la mayoría ansía un súbito olvido o la exoneración de un pasado, quizás, satisfecho de desdichas.
Cabiendo confirmar, que desde estos lapsos beligerantes, España contaría con Tropas profesionales facultadas para contrarrestar el endurecimiento de las ofensivas como la Guerra del Rif (1920-1926), a los que antes combatían y sucumbían sin cesar, los Soldados de Reemplazo. Tanto S.M. el Rey Don Alfonso XIII como Millán-Astray supusieron que, gradualmente, se irían incorporando interesados, pero, nunca entrevieron, que de golpe se unieran cerca de cuatrocientos individuos.
De hecho, en setenta y dos horas se listaron en Barcelona unos doscientos sujetos, erigiéndose en el primer gran grupo de voluntarios que arribó en Ceuta, con el Comandante don Francisco Franco Bahamonde (1892-1975) a la cabeza.
Meritoriamente, Millán-Astray se convierte en el precursor y primer Jefe del Tercio de Extranjeros, abriendo el frontispicio de su andadura a una de las unidades más entregadas, atribuidas y recompensadas y un referente en mayúsculas tanto dentro, como fuera de las latitudes de nuestras fronteras.
Legítimamente, en este siglo de fuerza, vigor y aliento infatigable, a raíz de la promulgación del Real Decreto de 28 de enero de 1920, La Legión porta con templanza sus insignes virtudes y el inexorable valor sin límites, gracias a su impertérrito espíritu de cuerpo, modulado en torno al Credo Legionario que se nutre con sus doce espíritus. Fraguándose inigualablemente un estilo y una mística carismática específica del Ejército, que la hacen ser admirada, respetada y venerada por cualesquiera de los rincones de España; como en cada uno de los escenarios internacionales en los que ha tenido la dicha de poner en antecedentes, ofreciendo lo mejor de sí y donando el don más preciado: la vida.
Esta es sencillamente la plasmación del ‘Tercio de Extranjeros’, hoy nuestra querida Legión, que cien años más tarde, no hay quien la pueda detener en su ímpetu denodado de configurar y esculpir a Caballeros Legionarios altamente preparados y efusivamente motivados, rechazando el miedo a la muerte hasta abrazarla y hacerse uno con ella.
En 1905 el general Jose Villalba Riquelme, tras estar un mes destacado en las maniobras de otoño del Ejercito francés hizo una memoria sobre el funcionamiento de dicho ejercito y de sus tropas coloniales, que le valieron un ascenso y una cruz blanca al mérito, en 1911 y basándose en ese informe de Villalba el General Luque fundo los Regulares Indígenas y le dio el mando a su antiguo ayudante Berenguer y en 1920 el ministro de la Guerra Villalba, que previamente había tenido largo intercambio de opiniones con el Ministro Tovar pidió a este que mandara a Millan Astray a actualidad sus estudios de 1905 para crear el Tercio, nombre con el que Villalba designara la nueva unidad que funda el día 28 de enero de 1920, dándole al recién ascendido Millan el mando de la unidad y el encargo de darle forma y organizarla, cosa que hizo magníficamente, dándole a la Legión la mística que lo distingue del resto e fuerzas, mientras que el comandante Franco le daba la fuerza, la disciplina, la cohesión de combate y la moral de vencer que caracteriza a la unidad.
PD/ ambos militares fueron discípulos de Villalba, el primero hasta fue designado por Villalba para ser profesor de su asignatura Táctica de las Tres Asmas, lectura obligatoria si se desea comprender el espirito que trasciende del Tercio mientras que Franco fue alumno de Academia de Villalba y el primero y segundo mando que tuvo en combate en la guerra del Rif, los libros de táctica y estrategia de Franco, reconocido por el, fueron los de estrategia y Táctica de su maestro Villalba.
La historia debe ser escrita en su totalidad y jamas debe ser utilizada para vestir un santo desvistiendo a otro