El pasado día Dos de Mayo se cumplieron 210 años de la gesta del teniente Jacinto Ruíz Mendoza, nacido en Ceuta, que es bien conocida por los ceutíes. Pero lo que creo que es poco conocida en Ceuta y en Extremadura es la estrecha relación de cariño, hospitalidad y acogimiento que por los extremeños se dio a Ruíz enfermo y muerto en Trujillo.
Nació Jacinto Ruiz en Ceuta el 16-08-1779. Ingresó como cadete en el Regimiento Fijo de Ceuta con 16 años. El 2-05-1808, cuando el pueblo de Madrid se levantó en armas contra los franceses, Jacinto se hallaba destinado en Madrid, enfermo con fiebre en la cama. Al enterarse del levantamiento del pueblo contra el invasor, saltó de la cama y corrió a su cuartel, uniéndose a una compañía que salía de refuerzo hacia el Parque.
Al llegar al cuartel, el teniente Ruíz y su grupo fueron interceptados por un batallón de franceses de 300 hombres. Ruíz mandó a su tropa cargar armas, ordenando al oficial francés rendir las suyas, o mandaría disparar. El mando francés les franqueó el paso. En el patio del Parque Ruíz encontró a los capitanes de Artillería Luis Daoiz y Pedro Velarde. Los tres decidieron unirse al pueblo y romper en pedazos la orden que tenían de su coronel de no intervenir contra los franceses. Daoiz, con la espada desenfundada, mandó abrir las puertas a los civiles y les entregó las armas.
Los franceses dispararon contra el pueblo causándole numerosas bajas. Ante los disparos enemigos contra la población, los oficiales españoles enardecidos respondiendo con las armas, con vivas a España y la rey. Un disparo francés hirió al teniente Jacinto Ruíz en un brazo. El Guardia de corp José Pacheco le ató un pañuelo haciéndole un torniquete para contenerle la hemorragia. Volvió a su puesto todavía más enardecido por el furor que le exaltaba, gritando: ¡Fuego, Artilleros!. El capitán Daoiz que dirigía la defensa cayó gravemente herido en una pierna y después mortalmente por otro disparo francés. El capitán Velarde acudió a auxiliarle y también cayó abatido.
Tomó el mando el teniente Ruíz. Sin apenas municiones, rodeado de cadáveres, envuelto por el humo, exaltado su ánimo por el fragor de las incesantes descargas, con su cuerpo y uniforme ensangrentados y el sable empuñado parecía como si lanzara un reto a la muerte. Un segundo balazo le penetró por la espalda saliéndole por el pecho. Cae a tierra exánime tras haber luchado durante más de cinco horas. Varios soldados lo recogieron dándolo por muerto, pero un cirujano vio que todavía estaba vivo y le practicó una cura calificando su herida de mortal. Los compañeros lo llevaron escondido hasta su cuartel para ponerlo a salvo del general francés Murat que había anunciado la condena a muerte de quienes entraron en el Parque.
Fue escondido y curado en el piso donde vivía con su casera, María Paula Variano, por el doctor José Rives. Desoyendo los consejos del médico y los compañeros Francisco de Arcos Romero y José de Luna de no incorporarse a la lucha fuera de Madrid debido al precario estado de salud en que se encontraba, pidió que se le trasladara a Badajoz, donde fue llevado clandestinamente al Regimiento de Guardias Walonas. Ahí comenzó su relación con Extremadura.
El Diario de Badajoz del 26-07-1808 se hizo eco de la noticia: “Badajoz.- D. Jacinto Ruiz de Mendoza, teniente de voluntarios del Estado, ha llegado a esta plaza, le acompañan el ayudante mayor Julián Romero, el teniente de granaderos, graduado de capitán, José de Luna y subteniente Francisco de Arcos. D. Jacinto Ruiz fue uno de los tres oficiales que el dos de mayo hicieron en Madrid prodigioso valor, hasta que después de haber rendido una columna de 300 enemigos (…). Sin querer rendirse Daoiz y Velarde murieron al pie de los cañones y con el sable en la mano, y Ruíz con un balazo en el brazo y otro en la espalda que le salió por el pecho y cayó, y los enemigos le tuvieron por muerto. Aun tiene abierta la llaga en la espalda (…) Sus compañeros, que se habían comprometido a no abandonarle, han burlado la vigilancia de los franceses y, huyendo de Madrid han venido todos a alistarse entre los defensores de la Patria”.
Desde Badajoz cursa la siguiente solicitud, el 4-10-1808: “Excmo. Sr. Presidente y demás vocales de la Junta Suprema. Don Jacinto Ruiz Mendoza, primer teniente del R.T. Cuerpo de Guardias Walonas, con el respeto debido hace presente: Que a su llegada a esta Plaza desde la de Madrid donde se hallaba, en la curación de su herida que recibió el 2 de mayo, en la defensa del Parque de Artillería, no hizo presente a V.E no su corto merito en aquella acción, ni los deseos que le asistían de llevar un distintivo que le autorizara a la vista del público.
Por el Jefe de Estado Mayor se le pasó un aviso para que así él, como todos los oficiales y soldados del cuerpo que llegaron al mismo tiempo, pudieran llevar el Escudo concedido a los prófugos de Portugal. No solicita el exponente ser preferido a nadie ni hacer ostentaciones de un servicio que cualquier otro oficial hubiera hecho en iguales circunstancias, ni tampoco manifestar que la grave herida, que aún tiene abierta, fue efecto que de otra cosa que la de las vicisitudes de la suerte militar, pero sí desearía que V.E como tan dignase mandar, que se le habilite de una orden, certificación, o cualquier otro documento para autorizarle a llevar aquel distintivo, o cualquier otro que V.E bien quisiera señalarle en consideración a su corto merecimiento, pudiendo estar V.E bien persuadido que nada anhela con más interés que buscar ocasión para acreditar el deseo de sacrificarse por la Nación, el Rey Religión y esta provincia. Cuartel general de Badajoz, 4-10-1808.- Excmo. Sr. D. Jacinto Ruiz Mendoza”.
Contestándosele: “Líbrese la certificación el primer teniente de R.s. Guardias Walonas Don Jacinto Ruiz Mendoza, diciendo se le ha concedido por esta Suprema Junta el mismo escudo de distinción, señalado a todo militar fugado de Portugal. Hallándose prisionero de los franceses, por amor y patriotismo, con que huyó de Madrid, luego que las graves heridas que recibió tan gloriosamente el día 2 de mayo en aquellas Cortes, le permitieron dejar la cama, con las cuales abiertas aun se presento a alistarse entre los defensores de la provincia , por cuyo motivo, y el distinguido mérito que contrajo en la defensa del Parque de Artillería, le señala la misma Suprema Junta otro nuevo escudo de distinción como premio de valor, del cual deberá usar antes de aquél. Dicho escudo consistirá: en una corona de laurel y en la circunferencia dirá: Por fernº 7º y la defensa del Parque de Artillería el día 2-05-1808. Badajoz, 4 de Octubre de 1808 – Josef Gawuzo”. El original de este documento fue entregado por Ramón Gómez Villafranca, en 1908, al general Macón, gobernador militar de Badajoz, junto a otros más, para ser depositados en el Museo de Infantería de Toledo.
Aun cuando por su herida abierta no podía combatir, se empeñó en acompañar al ejército de Extremadura en su marcha hacia Madrid. Al llegar a Trujillo empeoró, alojándose en casa de unos parientes. El día 11-03-1809, sintiéndose grave, otorgó testamento en Trujillo. Dos días después falleció, con 29 años. Fue enterrado en la parroquia de San Martín de Trujillo, reservándole un sitial de honor. La Junta de Defensa lo ascendió a teniente coronel. En el libro de defunciones de la parroquia consta: “En catorce días del mes de Marzo del año Mil ochocientos nueve, se dio sepultura eclesiástica en esta Parroquia de San Martín de Truxillo, al cuerpo de Don Jacinto Ruiz Mendoza, Teniente Coronel de Guardias Walona, fallecido el día anterior, el que para morir recibió el Santo Sacramento de la Extremaunción; se le dijeron por su alma las misas de cuerpo presente, novena y cabo de año. Y para que conste lo firmo en la fecha y plaza “ut supra”. J. Rigueros, Rubricado”.
En marzo de 1909, al cumplir cien años enterrado en Trujillo, el Gobierno de España ordenó el traslado a Madrid de sus restos mortales, dentro de una urna de caoba con adornos de cobre, en cuya cartela de bronce se lee: "13 de marzo. Jacinto Ruiz Mendoza. 1809-1909". Los restos llegaron por ferrocarril a la estación de Atocha y allí fueron colocados en un armón de artillería, donde le tributaron honores fúnebres de Ordenanzas para el Capitán General que muere en una Plaza en la que tiene mando. Las llaves de la triple cerradura quedaron en poder de las Cortes, el Ayuntamiento y el Museo de Infantería. La inhumación de su cadáver se realizó en el monumento erigido en su honor en la plaza del Rey. El responso fue dirigido por el obispo de Madrid y los rezos por el sacerdote de Trujillo. Algunas cenizas están repartidas también en otras dos pequeñas arcas, una de ellas actualmente en el Museo Militar de La Coruña y la otra en Ceuta, en el Museo de la Legión.
Se le tributó un gran homenaje nacional al igual que antes se había hecho con los capitanes Daoíz y Velarde, habiendo sido la reina Regente Dª Mª Cristina la que ordenó el traslado de sus restos a Madrid.
El presidente de la Comisión nombrada para dicho traslado fue el coronel D. Federico Páez Jaramillo, hijo de Ceuta. El pueblo de Trujillo se oponía abiertamente a que se llevaran los restos a Madrid. En el Libro de Actas del Ayuntamiento de Trujillo se recoge la sesión del día 1-03-1909, dando cuenta de una carta del Centro Hispano-Marroquí de Ceuta excitando el entusiasmo de la Corporación Municipal para honrar al teniente Ruiz. Trujillo se adhirió a tan merecido y solemne homenaje nacional. Nombró una comisión local presidida por su Alcalde D. José Mª Grande de Vargas.
En la caja mortuoria destacaba una corona de flores con la inscripción: “El pueblo de Trujillo a Ruiz Mendoza”. Para acallar las protestas de los trujillanos por llevarse de Trujillo los restos del teniente Ruíz, el coronel Páez Jaramillo tuvo que contener a la población dirigiéndose a ella en los siguientes términos:
“Por un azar de la vida vino Ruiz a morir en la bizarra cuna de Pizarro (…) Ceutí era Ruíz, como lo soy yo, y dispuesto como mi heroico paisano a morir por España idolatrada. Ruiz murió entre vosotros, entre los hidalgos y generosos hijos de Trujillo. Yo, en su venerada memoria, os prometo solemnemente hoy, empeñando en ello mi palabra de soldado, considerarme trujillano a mucha honra. Por las cenizas sagradas de Ruiz os juro, que cuando pueda y cuanto valga lo pondré a vuestra disposición y mi modesta pluma, mi espada y los alientos de mi corazón los consagraré para pedir se haga justicia al pueblo sencillo, noble, hospitalario y digno que sabe amar a la Patria en silencio, que sabe sufrir lo mismo y que no pide nada. Me llevo, trujillanos, los restos de Jacinto Ruiz, pero ahí entre vosotros queda empeñada mi conciencia. Consideradme uno más, el que quiere ir entre los de delante, entre los que peleen, por conseguir todo aquello que os merecéis por vuestra historia, por vuestras virtudes y por vuestro patriotismo”.
Trujillo acogió enfermo de gravedad al teniente Ruíz con gran cariño, haciéndole objeto de toda clase de atenciones. Como igualmente sucedió luego con sus restos tras haber fallecido, siendo tratado el héroe ceutí con la mayor pena y cariño, honrándolo con dignidad y honor. En artículos anteriores he insistido mucho en mi extrañeza de que, tras más de dos siglos de tan entrañable acogida y relación, Trujillo y Ceuta todavía no hayan sido declaradas ciudades hermanas, unidas por el recuerdo hacia el heroico teniente Ruíz.
Creo sería de toda justicia hacerlo en honor y dignidad del teniente Ruíz, y de los nobles pueblos extremeño y ceutí, para mejor honrar su memoria.