Tino, Lara, Amador, Valdivia, Paco Pulido, Andreu, Jacinto... “La lista es interminable, empezando, por supuesto, por mis hermanos Nono y Ale ya que entre los tres solo nos llevamos 15 meses de diferencia”. Santiago Ramírez, conocido profesor de la Facultad de Educación y Humanidades, trata de no olvidarse de nadie mientras toma un café en el que, dice, es el rincón de la ciudad más especial en su vida. Un lugar popular pero todavía no elegido por ninguno de nuestros protagonistas: la plaza Azcárate. “Cuando me propuso la entrevista me costó trabajo encontrar un sitio actual por el que sienta una predilección especial”, explica, “sin embargo al remontarme al pasado sí que se me vino de golpe la plaza porque sí que fue un sitio entrañable y especial de aquellos tiempos”. Y es que la plaza Azcárate es el entorno en el que se crió porque “vivía en Canalejas, 4 y este era el lugar de encuentro de los niños y jóvenes de quienes vivíamos por aquí”.
Ese que durante años visitó prácticamente a diario. “No solo era un sitio en el que quedábamos, sino que directamente acudíamos a ver a quién encontrábamos para charlar, echar unas risas y pasar un rato tranquilo”. Recuerdos imborrables. Como esos bocadillos de pinchitos que todos compraban antes de disfrutar del tradicional cine de verano. O las divertidas conversaciones con Ángel ‘el de las almejas’ casi todos los sábados por la mañana, “cuando ya éramos más mayorcitos y ya podíamos beber alguna cerveza”, junto al puesto que éste regentaba justo al lado de la plaza. “Ante todo recuerdo las agobiantes tardes de verano en que, como además no había aire acondicionado, no había dónde refugiarse”, dice. Por eso ahora echa de menos, cuando frecuenta este lugar, la sombra. “Había árboles muy frondosos y por eso estábamos junto a ellos mucho rato”, explica, “cuando vi que empezaron a hacer los cambios, aunque supongo que mi percepción es demasiado sentimental, vi que efectivamente habían creado un espacio más abierto pero se había vuelto menos acogedora y entrañable”.
Aunque los lazos con el lugar se han perdido, “ya ni la familia ni la mayoría de los amigos viven aquí”, las imágenes se aferran con recelo a su retina. Muchas relacionadas con los pintorescos personajes que llegaron a convertirse en elementos del mismo paisaje. “Hubo un tiempo en que aparecía por aquí el famoso cabo ‘Quedosqui’ que iba contándote historias del ejército y llevaba unos tatuajes muy característicos, por ejemplo uno que en el estómago decía ‘depósito de víveres’, y otros como África ‘La macho’, Rafael Vargas, Pedro ‘el de las orejas’...”, enumera Ramírez.
Al igual que nuestro protagonista, ellos ya no están en un lugar que a pesar de los cambios en esencia permanece. Los edificios que lo rodean, el Lope de Vega “con alguna altura más”... y esa idiosincrasia de lugar de paso que todavía permanece mientras que, quienes tienen un rato de descanso, se sientan en un banco o una terraza para ver, simplemente, quién pasa hoy por allí.