Colaboraciones

El rey de los ciegos

El PP, henchido de obstinación, se opone a incluir la celebración del fin de Ramadán como día festivo en el calendario laboral de Ceuta para dos mil diecinueve. Un claro exponente de la política de la sinrazón que nos conduce por un camino tortuoso, peligroso y esquizofrénico hacía un incoherente horizonte socialmente irresoluble. El debate sobre esta cuestión trasciende a los propios elementos que lo componen, y se sitúa en el eje central del proceso de articulación de Ceuta como sujeto político que implica, necesariamente, la consolidación de un conjunto de relaciones y dinámicas emanadas de la cohesión social (contrato de adhesión) entre los miembros que lo integran. En realidad no se discute la mejor distribución de los catorce festivos que la ley establece (esta sería una cuestión menor). Lo que subyace a esta tensa y agria polémica que se reproduce cada año con más virulencia, y le imprime el carácter de esencial, es si la Ceuta de hoy, en la que vivimos a punto de consumir el primer quinto del siglo veintiuno, debe (o puede) seguir siendo una Ciudad socialmente estratificada y políticamente jerarquizada, o por el contrario, es preciso (y urgente) avanzar hacia un nuevo modelo de sociedad igualitaria haciendo compatibles (e incluso fundiendo) las diversas formas de entender la vida que en ella conviven. Lo que se está dilucidando no es un calendario, sino la Ceuta que queremos. Antes de continuar, me parece necesario dejar constancia de dos ideas de carácter general que pueden ayudar a comprender mejor lo que pretendo exponer. Uno. Es muy difícil detectar el grado de extensión e intensidad de los conflictos sociales. Nunca ofrecen suficientes señales visibles. Es casi imposible averiguar en qué momento la suma de sentimientos individuales se transforma en energía colectiva y estalla. Y todo sucede repentinamente, inesperadamente, sorprendentemente. Sólo con posterioridad se buscan (y encuentran) las causas que explican los hechos. Dicho de otro modo, nadie sabe nunca qué forma tiene y cuando llega la famosa “gota” que colma el vaso. Podemos utilizar como ejemplo la caída del muro de Berlín. Dos. Uno de los fenómenos políticos más preocupantes de la actual coyuntura histórica es el que se ha dado en llamar la “radicalización”. Con este término se pretende definir una actitud de hermetismo extremo en las señas de identidad propias hasta convertirlas en causa de confrontación violenta frente al sistema. Se produce siempre desde quien se siente víctima hacia el considerado opresor. Desde muchos ámbitos se sostiene que la pobreza y la marginación son el caldo de cultivo para la radicalización. Sin embargo, me parece infinitamente más acertada la posición de Amín Maaluf. Según este pensador, la pobreza sólo genera frustración y conformismo, nunca rebeldía. La causa de la radicalización está en el sentimiento de humillación. La asunción de una posición política de esta naturaleza está precedida de un inevitable proceso de concienciación, que no se gesta desde la marginación sino desde la percepción de la injusticia. Volvamos al asunto que nos ocupa. Ceuta ha experimentado una transformación sustancial durante los últimos treinta años en todos los órdenes de la vida. Sobre esto no merece la pena extenderse mucho. Está muy debatido. El hecho cierto es que en el plano cultural nuestra Ciudad es una comunidad paritaria configurada por dos comunidades con un peso específico muy similar (son la denominada musulmana y la cristiana, aunque es término coloquial no sea correcto). Esta incuestionable realidad define la estructura social, y lógicamente y en consecuencia, debería ser la que informara la estructura política desde una concepción democrática. Sin embargo, en este punto se produce la quiebra. La estructura política se mantiene inalterada desde hace siglos y no ha evolucionado al ritmo que se han producido los cambios sociales. Es obsoleta. Y sustancialmente injusta. Porque es completamente ajena al reconocimiento de la diversidad cultural y perpetua un modelo desigual y jerarquizado. Esta es una situación insostenible. Se parece mucho a lo que sucedía en Sudáfrica. Intolerable e incompatible con los valores democráticos. Por ello, los ceutíes tenemos la obligación de corregir este macabro desequilibrio que amenaza no ya con poner en jaque a nuestra Ciudad, sino con hacerla inviable. Estamos ante un proceso extraordinariamente complejo y difícil, porque requiere un cambio de mentalidad, tanto individual como colectivo, que sustituya prejuicios y complejos fuertemente arraigados en lo más profundo de cada persona, por unos nuevos valores en construcción (e incluso en fase de definición). Es precisamente el superlativo grado de dificultad de esta empresa el que hace aconsejable que se prodiguen los gestos, testimonios, acciones y decisiones que hagan visible, con la mayor fuerza pedagógica posible, la importancia de este cambio e iluminen el camino que debemos recorrer todos juntos. Uno de esos gestos es, sin la menor duda, el reconocimiento institucional del significado que tiene para quienes profesan la religión musulmana (que en Ceuta se cuentan por decenas de miles) el final del mes de Ramadán. Y ello se consigue asignándole la condición de día festivo en el Calendario Laboral. Es la forma de mostrar respeto, consideración y voluntad de fraternidad. Es la manera de decir “lo que es importante para ti, lo es también para mí, porque somos iguales”. Negarse a dar este paso es ir en contra de los intereses de Ceuta. Esto no admite ninguna discusión desde el punto de vista de la razón. Los hechos son concluyentes. El pasado día quince de junio miles de ceutíes musulmanes celebraron con el júbilo que es propio de la ocasión el fin de Ramadán, mientras la dimensión institucional de la Ciudad les daba la espalda y les torcía el gesto con displicencia. La vida cotidiana sufría una bochornosa transfiguración hacia el absurdo con la pretensión de que “todo pareciera normal”, aunque todos sabemos que “nada era normal”. Una situación asaz extraña que cada cual interpreta a su manera. Unos como una señal de victoria (o resistencia), otros como una ofensa, otros con la indiferencia de los ausentes, y otros con la perplejidad de la inocencia. Pero todos, sin excepción, son conscientes de que “esto no está bien”. Es justo reconocer en este sentido la aportación de la comunidad educativa que durante este curso y el próximo ha reconocido el carácter no lectivo de esta fecha. Sin embargo siguen siendo muchos, acaso la mayoría, quienes aún se niegan a salir de la incongruencia. Están ciegos. Por diversos motivos. Unos, racistas recalcitrantes, explícitos o silentes, consideran que Ceuta debe ser, por encima de cualquier circunstancia, una Ciudad nítidamente cristiana, para ellos sobra quien no abrace las señas de identidad de la Ceuta portuguesa; son los que se identifican con la sentencia de que “a quien no le guste que se vaya a su país”. Una variante de esta categoría la constituyen quienes voluntaria o inocentemente, se agarran a la trampa dialéctica de las “cuatro culturas” para equiparar el impacto de la religión islámica al de la hebrea o hindú, a pesar de que entre estas dos comunidades, respetables y respetadas, no suman medio millar de personas. Otros, racistas ocultos, autoubicados en la izquierda, que utilizan la laicidad para blanquear su racismo. Estos son quienes eluden el compromiso blandiendo el cínico argumento de que ellos “no están a favor de las fiestas religiosas”; mientras sostienen (en algunos casos en sentido literal) todos y cada uno los abundantes elementos religiosos que trufan nuestra organización social y nuestra vida diaria. Un tercer grupo de ciegos lo constituyen las aves de paso, o las migratorias (estas últimas son la que ya han decidido desentenderse de los destinos de esta Ciudad aunque siguen viviendo en ella por la fuerza de atracción de la nómina). Estos no ven lo que pasa en Ceuta porque siempre están mirando a la península. Es muy penosa la actitud de estas personas que se niegan a construir una Ceuta de futuro desde la fraternidad. Pero más lamentable aún es que el partido político que ostenta una amplia y prolongada mayoría en la Ciudad, y tiene por tanto una enorme responsabilidad en el devenir de la vida pública, en lugar de actuar conforme al interés general, a los principios y valores democráticos, contribuyendo a restañar heridas, estrecha vínculos, evitar conflictos y promover la unidad, se haya convertido en un ciego más. Juan Vivas (que es el PP), ha optado por ser el rey de los ciegos en lugar del presidente de los ceutíes.

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