Un lujo de Pregón el de ayer. Memorable. Al menos para quienes sentimos el gusto por lo cofrade, y posiblemente también para muchos más. No son justas las comparaciones. El listón está muy alto desde hace ya bastantes años. Simplemente diría, por destacarlo de otra manera, que el de Javier Pérez fue un pregón distinto, totalmente distinto, muy personal. Tal y como él pretendía. Y lo consiguió.
Aunque RTVCE lo retransmitió en directo, lástima de quienes, muy a su pesar, no pudieron estar en el Auditorio, después de que desde primera hora de la mañana del miércoles un cartel en el PIC de la Gran Vía indicara que las invitaciones estaban agotadas, tal y como ya escribía y lamentaba en esta misma columna al día siguiente. Sí, sí, me dije para mis adentros, al margen de entrar en otras valoraciones como la de la capacidad del auditorio, de la que sigo y seguiré en mis trece.
Pues bien, resultó que a ojo de buen cubero, un tercio del aforo se quedó vacío. Lamentable, sí. Nada achacable el asunto al Consejo de Hermandades, que a decir de su presidente, Juan Carlos Aznar, se limitó a reservar cuatro filas para autoridades y protocolo. Es más, a la entrada del recinto, Aznar aún seguía visiblemente disgustado por lo ocurrido, máxime después de haber estado hasta la una de la madrugada tratando de arreglar en lo posible el desaguisado ocurrido por una mala distribución de las entradas, y la poca conciencia de quienes las retiraron alegremente para luego no asistir.
- Juan Carlos – le dije -, lo gratis hay quienes no saben digerirlo. El año que viene poned un precio simbólico: uno o dos euros.
- Desgraciadamente es así. Si sigo en el cargo, podría ser una buena idea.
En tal caso, que la pequeña recaudación vaya en beneficio de las hermandades para que las que cualquier ayuda parece como caída del cielo. Lo que no puede repetirse es lo de este año. Y quienes no pudieran asistir estén atentos a las redifusiones de RTVCE. Merece la pena.
Francisco Javier Pérez supo poner al desnudo su hondo y sincero sentir cofrade, incubado desde la premisa de su gran fe cristiana, basándose en todo momento en sus vivencias en ese mundo desde su más tierna infancia que, pese a su juventud, evidenció ser cuantiosas.
Lejos de lirismos tan al uso o de retóricos barroquismos, y con un estilo llano, profundo y reivindicativo, el pregonero consiguió mantener viva la atención de los asistentes hasta el último minuto de su casi hora y media de disertación con una apoteosis final de largos y cálidos aplausos que prácticamente ahogaron su voz y las notas musicales de fondo de la Orquesta Ciudad de Ceuta.
Apoyado en su trama argumental en el eje diamantino de su particular “Ángel del Cielo” que, dijo, era su abuelo, “El Lelo Rafael” y del que confesó sentirse tan cerca cuando, hace un año, despertó “paralizado desde el cuello a los pies”, admiré del pregonero su entereza, su seguridad y esa difícil serenidad sin caer de alguna manera víctima de la emoción en tantas situaciones, vivencias tan íntimas, tan familiares o cofrades que fue desvelándonos de su vida.
Puestos a destacar algo, me quedaría con los aplausos que durante casi dos minutos logró arrancar del público en la más que justa reivindicación de su hermandad, a la que “se le deniega, por el capricho de algunos, la posibilidad de poder salir de su Casa” [San Francisco], como cualquier otra, por cuanto, aún contando con las medidas perfectas la nueva puerta del templo, Patrimonio y el responsable de la iglesia, curiosamente también Director Espiritual de la Hermandad, impiden que se toque “ese muro que sustenta una decoración de pésima calidad a base de volutas que buscan el enmarque de un escudo dominico catalogado como bien de interés cultural”. El mismo que, en su juventud, Pérez vio como toscamente “se pintaba a brochazos con Titanlux” y el que con las obras se rompió al desprenderse al suelo.
Quede pues para el Sr. Vicario esta reflexión a indicación del pregonero.
Las Penas merecerá hacer su salida de su iglesia una vez concluya su restauración como cualquier otra. Y Patrimonio debería retomar también de nuevo el asunto. El refrendo del auditorio aplaudiendo a rabiar las justas y valientes reivindicaciones del pregonero, a su vez hermano mayor de la cofradía, no pudo ser más firme y unánime. Y en mejor marco y oportunidad, imposible.