El Gobierno de la Ciudad, visiblemente noqueado, ha emprendido una furibunda carrera contrarreloj con la intención de recuperar en el último año el crédito perdido durante un trienio negro que ha llevado a Ceuta al borde del abismo y a los ceutíes al límite de su capacidad de resistencia psicológica. El PP ha perdido el pulso de la calle y se ha hundido estrepitosamente.
En este momento se encuentra en una profunda depresión acosado, además, por la gestación cada vez más consistente (según los sondeos de opinión) de una alternativa por la derecha (extrema) que hasta ahora no existía. Vivas, que quiere presentarse a las próximas elecciones, pero no como perdedor (su decisión final dependerá de las encuestas que están haciendo), ha apelado al orgullo y al amor propio y se ha planteado la recuperación electoral del PP como un reto personal (de los pocos que ya le quedan en una trayectoria política inigualablemente brillante).
Si consigue remontar esta situación, su proeza colmara el infinito espacio de su insaciable vanidad. El riesgo de interpretar la política en clave personal es que se pierden de vista rápidamente los intereses generales, se diluyen los principios y se esfuman los escrúpulos.
La política se concibe entonces como una contienda bélica en la que la victoria es el único fin al que todo lo demás queda subordinado.
Esto es sumamente peligroso. Máxime cuando quien adopta esta actitud concentra en sus manos todo el poder. En el sentido más exacto y literal del término todo.
El Presidente de siente injustamente tratado por propios y extraños. No entiende como él (casi un sumo hacedor) puede ser objeto de críticas tan agresivas por parte de una población que “tanto le debe”. Se ha empeñado en demostrar a todos lo equivocados que estamos. La soberbia herida puede llevar a esta Ciudad a una autentica catástrofe.
El plan urdido desde su más recóndito resquemor se construye sobre tres pilares. Uno. Reforzar la condición del PP de (único) partido capaz de conservar (y fortalecer) las señas de identidad de la “Ceuta portuguesa” (católica y militarista hasta el fundamentalismo).
El problema es que para lograrlo se ha propuesto invisibilizar en el espacio público cualquier atisbo de cultura islámica que debe quedar recluida, “por decreto”, al ámbito de lo privado.
No es necesario extenderse en argumentar que esta maniobra, en una Ciudad en la que la mitad de la población (más de cuarenta mil personas) profesa la religión musulmana, es más propia de un kamikaze que de un gobernante en su sano juicio. Dos.
Recuperación de la inversión. Piensa que si es capaz de culminar algunas obras de cierta envergadura y sobresaliente impacto visual antes de que lleguen las elecciones, puede lograr el indulto de buena parte de su electorado que, deslumbrado, se olvidaría del inmenso caudal de calamidades acumulado hasta ahora. El paradigma de este propósito (o despropósito) es la obra de la Gran Vía.
Para conseguir este segundo objetivo, se ha entregado sin reparos ni condiciones a la empresa Tragsa. A la que le atribuyen la cualidad de singular “varita mágica” que convierte cualquier intención en una reluciente realidad en un tiempo record.
El inconveniente es que esta decisión tiene un coste adicional para la Ciudad de aproximadamente veinte millones de euros (según la información disponible hasta el momento); está arruinando a todas las empresas locales del sector; y asestando otro golpe (y van…) a los parados ceutíes.
Lo peor del caso es que por lo demostrado hasta ahora, Tragsa mas que una “varita mágica” de hacer obras es un “agujero negro” para drenar fondos públicos de Ceuta (trasvasados para tapar otros boquetes peninsulares), sin capacidad operativa alguna. Tres. Reactivación de todos los mecanismos de propaganda.
En una doble vertiente. Una nueva “vuelta de tuerca” a los medios de comunicación, saneando generosamente sus cuentas de explotación; y un hiperactivo despliegue de una campaña de viajes, reuniones y promesas de todo pelaje, con la intención de fabricar un escenario de falso optimismo que dure, al menos, un año. El PP sabe (por positiva experiencia propia) que la conquista de la conciencia del pueblo de Ceuta es relativamente sencilla. Hemos demostrado ser ingenuos y candorosos hasta el esperpento. El riesgo de esta estrategia es que rescatar a una ciudanía absolutamente narcotizada, cuando sea necesario mantenerla activa y motivada, será imposible.
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