Palmones se levanta somnoliento entre brumas de humanos, que apuran sus contratos de trabajo. Son las tres de la tarde y el polígono algecireño, se debate entre el caos de un tráfico que se agradece, no por el calor, ni por el retraso, que provoca , sino porque da razones de actividad económica , tan necesitada y querida. Hay una fila de coches, de todas las marcas, con gente aburrida en su interior, rostros que se apagan , en la mediocridad del cansancio de la jornada y las ganas de llegar a casa. Rodean el Mac Donald , que bufa de jóvenes etiquetados por la vestimenta en amarillo y negro y rojo y negro, de la marca, que te reciben , en un mundo de fábula, con la cara del fantasmagórico payaso, donde solo existen sus productos y sus emblemas. Vas deprisa, así que tomas el caminito del Mac Auto, fórmula gozosa que te permite comer al más puro estilo americano, de pedir a un altavoz parlante, pagar y recoger, por el mismo modélico precio, en una fea bolsa marrón, lo elegido.
Pero en los aledaños de la primera caja, un ladrido estridente nos sale de uno de los costados del edificio y vemos a un perro tuerto, de esos abandonados por la vida, feo y esquivo, pequeño y vulgar, como un eructo. Parece que ha hecho en esta franquicia, hogar, posada y seguramente guía, acogido a la misericordia de paseantes, trabajadores de contratos basura y jóvenes , que lo son, y mucho, que seguro premian su lealtad, que curiosamente la tiene, con restos de hamburguesas y patatas roídas. Nunca me pudo parecer un sitio- tan insólito- lugar tan bueno para un desterrado por los humanos, porque comida no le faltaría y si deduzco- por mis perros- lo que les gusta a sus paladares, les aseguro que es más la comida basura, de la que tanto apetecemos también los humanos, que cualquier otra cosa. ¿Saben lo único malo?...que hasta el cielo se acaba y un día no muy lejano, el perro tuerto, sin raza y feo , que no delgado , ni empulgado, pero sin dueño fijo , eso sí, que venga a recogerlo y lo lleve a casa, pasará a mejor vida o lo atropellará un coche de los mismos que vienen a comer o por la noche , algún gracioso, de los que merodean el polígono o algún hijo de mala madre, que no tenga mejor cosa que hacer, quizás le estampe una botella en la cabeza y esta vez no lo entuerte, sino que lo mate o lo deje agonizante, en cualquier esquina, como ésta del Mac Donald, que ahora ha hecho ya suya y que defiende como jabato, porque tiene miedo, miedo de los humanos, que tanto daño le han hecho.
Triste legado -este nuestro- de ver llegar el verano y recibir fotografías de perros, perros y mas perros , en jaulas de perreras , esperando la ejecución , sin haber cometido delito alguno, más que obedecer –ciegamente- a un amo y quererlo, darle su fuerza y cariño, protegerle , defenderle y ser su mejor amigo, para que un día, por lo que sea, por tener un niño pequeño, porque no se le saca y se orina o porque nos da la gana, le demos una patada y vaya a la perra calle, que por eso se llama así, porque está llena de esos inmigrantes sin papeles, pateros en muchas acepciones, porque meten patas en la patera de la vida, para naufragar , sin llegar nunca, a una buena playa.
Y mientras el día corra tupido y se levante el sol , en todo lo alto de los edificios y almacenes, con el sudor que emana de todas partes y la calorera del verano que pronto acaba, el perro del Mac Donadl de Palmones, verá la vida por su ojo tuerto, ese que no ve , porque se lo dejaron seco, y blanco , no de esperanza, sino de vacío y hueco, alegrándose de no estar muerto, de no ser una foto más en el correo de un voluntario de protectora, muestra de nuestro impúdico comportamiento, señal de que los humanos vamos para atrás, como los pobres cangrejos, a los que asamos para comérnoslos.