No lo podemos remediar porque es algo que forma parte de ese conjunto de pensamientos - muchos y muy variados - que bullen en la mente de todo ser humano. Pensar, más o menos y mejor o peor, es algo que toda persona tiene en propiedad y a la que, para preservarla, resulta necesario ponerle algún que otro dique para encauzar su flujo, al igual que se hace con las aguas de los ríos cuando discurren por lugares donde se pueden producir desbordamientos. Esa es labor a hacer por cada persona; como suele ocurrir con aquellas que poseen valores depositados en entidades financieras, que las van vigilando por medio de las informaciones bursátiles y también de otras fuentes, para no perder esos valores o emplearlos mal, de forma indebida para sus propios intereses y, al mismo tiempo, los de otras muchas personas.
Lo malo, para cada persona en particular y para el conjunto de la sociedad, es que algunos pensamientos - o simplemente uno - la lleguen a dominar convirtiéndola en algo providencial, sin cuya puesta en práctica se producirían graves males de forma inexorable. La existencia de esas personas en ámbitos muy diversos como pueden ser desde las peñas deportivas hasta llegar, por ejemplo, hasta los círculos de opinión sobre la Seguridad de la Nación, suelen crear problemas que, en algunos casos, revisten mucha gravedad. Los de las peñas deportivas o similares producen algún que otro enfado que suele ser pasajero; no tienen mayor importancia y son hasta la salsa picante de ellas, pero lo otro, lo que se refiere a la Seguridad de la Nación y el Ordenamiento Institucional, requiere la máxima atención para que no se desborden.
Desde hace algún tiempo venimos oyendo que algunas personas proclaman que las regiones geográficas de las que son naturales tienen unas características especiales y ahora es el caso de que algunas de esas personas consideran que, a su juicio, deben ser reconocidas como singulares y separadas del resto. Se ha desbordado la mente de esas personas y alguna de estas se siente - a su juicio - tan sumamente importante que se ha lanzado a proclamar como irrebatible lo que piensa y desafía a todo lo que se opone a su pensamiento. Es una verdadera lástima tener talento y por ello sentirse importante y capaz de cualquier cosa, aunque en el fondo sea un verdadero disparate. El talento, cuando es verdadero, profundo y bien cimentado no llega a proponer disparates dañinos para el resto de la sociedad.
Esa postura es similar a la de aquél que ante el posible peligro de naufragio toma para sí uno de los botes salvavidas y no deja embarcar a nadie más. ¿No es más razonable que esa persona ponga su talento a disposición de los demás para, cuando menos, disminuir el peligro existente para todos? Es curioso que se olvide tan fácilmente la gran importancia que tiene, en todo momento, la belleza de servir a los demás; que se olvide que los más dotados son, precisamente, los que más han de proporcionar para solucionar las dificultades y nunca para crearlas o hacerlas más críticas. Sí, el peligro de sentirse importante es caer en el error, en el que permanecerá tanto más tiempo cuanto mayor sea su vanidad. ¿Por qué dejarse llevar de lo que nada vale o del egoísmo absurdo y lamentable?
Mucha es la responsabilidad de toda persona en procurar el bienestar de la sociedad y especialmente de la armonía espiritual de la gente, sin distinción alguna. Ayer leí, en un libro muy importante para vida en común, "que la belleza es el esplendor de la verdad". ¿Por qué no buscar esa especial belleza en lugar de crear dificultades sin sentido?
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