Fue uno de los asuntos motivo de polémico en el pasado pleno sobre el estado de la Ciudad: el desempleo en los jóvenes. Cada vez mayor, marcando a una generación que no tiene siquiera salidas para formarse. Es el círculo vicioso al que se enfrentan hoy en día. Jóvenes con estudios que acuden a entrevistas de trabajo en las que les piden una experiencia que no tienen no porque no quieran, sino porque resulta imposible que alguien les contrate para hacer las debidas prácticas. Ni la figura del becario existe, porque ya se encargan los empresarios de hacer que sus trabajadores terminen convertidos en machacas, cobrando poco, mal y haciendo de ‘chico para todo’ si no quiere enfrentarse al despido a final de mes. ¿Para que tener becarios? Así nos topamos con una situación de absoluta precariedad, para que realmente urge un acuerdo no sólo de la Ciudad sino de la clase empresarial para erradicarla. A Vivas podemos cargarle con las culpas que le competen, pero en esta sangría del desempleo hay demasiados agentes que tienen responsabilidad. La crisis tiene su parte de culpa, pero también quienes se aprovechan de
casino online la misma para que esa precariedad laboral sea aún mayor.
Si una ciudad tiene un tanto por ciento tan elevado de jóvenes en paro no tiene más que una lectura posible: está muerta. Esos jóvenes no tienen capacidad alguna de emanciparse, terminan formando parte de un cuerpo social hundido, carente de expectativas, que, a lo peor, termina abandonando su ciudad en busca de las salidas en otra tierra. Y eso no es malo, pero cuando es la única salida a la que se pueden aferrar casi todos los jóvenes termina siendo preocupante porque se pierde toda una generación.
Según un libro presentado ayer sobre la juventud en las Murallas Reales, la tasa de empleo juvenil en Ceuta es 17 puntos inferior a la media española. La ciudad se convierte líder en un problema monstruoso que termina atacando a muchísimas familias que indirectamente se ven afectadas por la situación. ¿Reproches? Pueden echar todos los que ustedes quieran, aunque quizá en asuntos como estos haya que mirarse algo más al ombligo para saber cuántos agentes han tenido algo que ver en que hayamos llegado a esta situación. ¿Permitirnos una ciudad muerta? Sería admitir el principio del fin escrito por nosotros mismos, sin sonrojo alguno.