Comienza a notarse que Pablo Iglesias tiene buena parte de su vida resuelta tras haberse convertido en eurodiputado. El chico madrileño, creído prodigio por sí mismo, ha relegado a una casi despreciable posición su insistente discurso sobre el mundo perfecto que puede llegar de su mano, dotando de mayor relevancia a sus querellas y espectáculos televisivos.
La proyección mediática que antes utilizaba para iluminar a los desvalidos, ahora la dedica a fines tan políticamente productivos como el último espectáculo que protagonizó junto a Esperanza Aguirre. Una producción política sabiamente explotada por Iglesias en su obsesivo objetivo de sumar apoyos, los cuales son sobre todo cuantiosos cuando cornea a un adepto de esa terribilísima derecha que va a provocar la desaparición de cualquier indicio de existencia, y no sé qué más.
Podríamos considerar que estos encontronazos que Iglesias acepta de buena gana son manchas a las que él no quiere dar cabida para centrarse en lo verdaderamente político… si no fuera porque él mismo los promociona a través de Internet con gran insistencia. De hecho, el nuevo político ha hecho más hincapié en extender sus escándalos que en hacer comprender a sus “groupies” de qué va ese programa y cómo se va a llevar a cabo. Quizá esa sea la razón por la que los fans (me cuesta llamarlos de otra manera) de “Podemos” tienden a hacer mucho ruido, ya sea en las redes sociales o en la vida real, sin que del alboroto se deduzca un fin específico más allá del rabioso anhelo de renovar el sistema, erradicar el hambre, otorgar una vivienda digna a las personas y desarrollar puestos de trabajos con una remuneración dignas, entre otras fantasías que, al parecer, sólo desearían ellos que se hicieran realidad. El resto debemos ser descendientes de Belcebú o, peor aún, de familias puramente aristocráticas, aunque quizá sea más sencillo pensar que la mayoría apoyaría, por supuesto, un mundo ideal en el que no existiera mal alguno, pero es consciente de la imposibilidad que supone alcanzar este objetivo, y de los peligros que entrañan las utopías, como la historia ha demostrado sistemáticamente.
Sin embargo, estimo que las fantasías no componen más que el armazón romántico con el que Iglesias y su mano derecha (o tal vez tengamos que decirlo al revés) han expuesto magistralmente para atraer a la mayor parte de sus fans.
El verdadero proyecto político de estos señores se puede definir de forma sencilla y directa, pero al mismo tiempo imprecisa, como una semirruptura con respecto al modelo capitalista. Un movimiento muy parecido al que llevó a cabo Rafael Correa en Ecuador recientemente.
La cuestión es que existen dos puntos claves que ponen en duda que los males españoles puedan ser reducidos tal y como se ha hecho en Latinoamérica: las fuentes naturales de energía y las diferencias abismales entre la situación de la población latinoamericana y la española. Por un lado, España no cuenta con las vastas explotaciones petroleras y de gas natural sobre las que se han apoyado varios países latinoamericanos para emerger, lo cual se traduce en una dependencia extraordinariamente fuerte de su contexto económico más inmediato, afectando de manera directa a su política.
Por otro lado, la depresión que la sociedad latinoamericana mostraba a finales del siglo XX, debido a una centuria de gobiernos desastrosos, no puede equipararse a la actual situación de la española.
Esta goza de un estándar muy superior al latinoamericano en prácticamente todos los sentidos, pese al crecimiento reciente de los países de Latinoamérica y la caída y posterior estancamiento de España. Mientras que en Latinoamérica los gobernantes se encontraron países cuyos sistemas estaban hechos añicos, España presenta una estructura fuertemente asentada, la cual apenas puede aceptar más que cambios estratégicos en diferentes partes de su complejo sistema; además, su posición en el primer mundo de su área geográfica obstaculiza aún más un movimiento explosivo como este.
Los parecidos entre sendas situaciones son una auténtica obra de ingeniería política.