El Gobierno de Juan Vivas es un acreditado experto en la aniquilación de ideas y valores. En su raquítico universo de flores y cemento no hay lugar para los sentimientos. Su última víctima ha sido el “Día de Ceuta”. Despojado de su carácter festivo, ha quedado reducido al enésimo acto protocolario endogámico, cuya única finalidad es que el Presidente se escuche a sí mismo acompañado de su particular cofradía de la perpetua adulación. Ayunos de ambición. Cegados de egoísmo.
El “Día de Ceuta” se concibió para exaltar la condición de ceutí, y reforzar de este modo la debilitada conciencia de pertenencia a un ente colectivo con identidad propia, llamado “pueblo de Ceuta”. Se trataba de instaurar un día de reflexión y orgullo. Construir señas de identidad, modelar valores sociales, establecer metas comunes, estrechar vínculos afectivos y crear conciencia desde la memoria colectiva, no es posible sin la participación activa del conjunto de la ciudadanía.
Por ello, el único protagonista del “Día de Ceuta” debía ser el pueblo. Las autoridades deberían quedar en un segundo plano, limitándose a crear las condiciones para hacer posible que todos los ciudadanos, sin excepción, se sintieran artífices de un emotivo homenaje a su ciudad. Demasiado exigente para unos dirigentes políticos mezquinamente miopes, incapaces de ver más allá de una urna. Poco a poco se fueron adueñando de la efemérides, vaciándola de contenido, y convirtiéndola en un simple spot de propaganda partidista.
El pueblo ha quedado completamente orillado. No siente el menor apego por una celebración que contempla, en el mejor de los casos, como otro episodio de la vida política ajena a sus intereses. Es muy difícil condensar tanto despropósito en un sólo evento.
Han logrado devaluar las medallas de la autonomía hasta el ridículo. Siempre mirando de reojo los intereses electorales, han establecido un sistema de cuotas, que permite a los partidos políticos repartir proporcionalmente las condecoraciones en función del número de votos. En consecuencia, lo que debería ser un reconocimiento público a los méritos de ceutíes destacados en los diversos órdenes de la vida social, se transforma en un burdo intento (más) de captación de votos. Penoso.
No es menos estrambótico el invento de homenajear a una Comunidad Autónoma cada año.
Una irónica exhibición del crónico complejo de inferioridad que nos mantiene históricamente inmóviles. No parece muy inteligente difuminar la imagen de Ceuta, precisamente, el “Día de Ceuta”.
Pero quizá lo más grave es la patrimonialización del discurso político que hace el Presidente, identificando su persona con la Ciudad. En el “Día de Ceuta”, el alegato político oficial debe representar el consenso de todos en torno a objetivos comunes. No cabe el sesgo partidista porque ello supone prostituir su significado.
El Gobierno y su Presidente tienen infinidad de ocasiones y medios para divulgar entre la ciudadanía su proyecto político; pero el “Día de Ceuta” debe estar abierto a todos. Somos muchos los ceutíes que no comulgamos con la forma de Gobernar del PP. No queremos que en nuestro nombre, porque también somos Ceuta, se digan (u omitan) cosas que no podemos ni queremos compartir. Vivas, en su singular proceso mental de deificación, se piensa que ha alcanzado el estatus de Jefe de Estado y sus discursos tienen el mismo rango que los del Rey; pero la triste realidad es que no es más que un modesto alcalde de pueblo sustentado por un partido de derechas que propugna valores dudosamente recomendables. Falta grandeza.
Sobra soberbia. Por ese motivo se ofenden cuando alguien se niega a seguirles su juego.
Por último, merece reseña aparte la pérdida de la condición de festivo del “Día de Ceuta”, único aunque mínimo vínculo con la sociedad. Mantener el “Día de Ceuta” pero hacerlo laborable resulta grotesco. Lo peor es que no es una decisión directa sino derivada. La aceptación a regañadientes de la inclusión de la pascua del sacrificio en el calendario laboral; y el pánico a la reacción de los sectores más retrógrados de la población (preferentemente votantes del PP), si se suprimía una fiesta religiosa cristiana a cambio, condujeron a la liquidación del “Día de Ceuta”. El racismo sigue pujante.
Ya no existe el “Día de Ceuta”; pero eso no es óbice para que el Presidente siga organizando su pintoresco espectáculo. Con sus medallitas, sus ilustres invitados, su manido discursillo de mentiras prefabricadas y, claro está, su infalible cohorte de nóminas agradecidas.
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