El año pasado, más o menos por estas fechas, nos encontramos a Lucía, en los aledaños de una gasolinera. El encargado del establecimiento al ver cómo la acariciábamos nos animó a que nos la lleváramos porque decía que llevaba allí al menos tres días , abandonada por sus dueños.
Era un problema porque ya teníamos perro y macho y no queríamos cachorritos de los que no pudiéramos hacernos cargo. Aún así nos la llevamos, para que al menos las navidades las pasara acompañada, para que tuviera comida y techo y no pasara tanto frío.
Intenté que la adoptaran, pasé su foto por Internet y lo dije en los foros. Era guapa, rubia, pequeñita y cariñosa, pero nadie quiso darle un hogar, así que después de darle muchas vueltas, de comprobar que no tenía chip, ni la buscaba nadie, negocié con el veterinario para que me hiciera un arreglo, esterilizándola.
De eso como les digo, hace un año.
Con el tiempo llegamos a saber que Lucía era un trasto de proporciones considerables, porque no hace caso cuando la llamas, la casa entera es su cuarto de baño y salta , corre y muerde, como si le fuera la vida en ello. Aún así, sigue con nosotros y cada vez que la miro, estoy más convencida de que éste era desde el principio su sitio.
Cuando adoptas un amigo, que ha tenido vida antes de que tú entraras en la suya, siempre te da por pensar qué fue lo que pasó para que esa amistad se rompiera, si se portaba mal, si molestaba, si no era el adecuado. Y sí , con los años perdiendo amigos por vejez, llorándoles y teniéndoles en el recuerdo, siempre presentes, he llegado a la conclusión de que sus humanos no eran los adecuados. Entre otras cosas porque los humanos no estamos hechos, en muchos casos , para entregarnos por entero con la simpleza que lo hacen los animales.
Cuando Lucía llegó a casa, ya había en ella otros habitantes y no hablo de mis humanos, sino de los animales con los que compartimos vida, adoptados de la estafa humana que es creerlos juguetes más de quita y tira, que de pon.
Pepe fue rescatado de una caja de cartón expuesta en el porche de una tienda de piensos y plantas. Era un famélico gato negro, que ni maullaba, ni daba ruido, pero que con buena comida y mimos se subía por lámparas, huecos de paredes y respaldos de sillones y sofás, dejando tatuadas la marca de sus uñas. Aún así, sigue en casa viviendo con nosotros.
Risitas es un perro mixto como la cerveza que tuvo la mala suerte que un cabestro le partiera la cadera , por lo que nunca ha podido orinar con la pata arriba de tantas palizas como le daba el muy desgraciado que se hacía llamar su dueño. Eso le ha provocado en los casi diez años que lleva con nosotros que sea desconfiado y temeroso, hasta unos extremos que nos llegaron a hacer pensar que nunca se recuperaría. Aún así seguimos queriendo compartir nuestra vida con ellos y darles la oportunidad a otros que esperan sin hogar en refugios o en la calle de encontrar una esperanza a nuestro lado.
No digo que la convivencia sea fácil, ni perfecta...¿con quién lo es?, solo digo que merece la pena, que los animales adoptados tienen solera como los buenos vinos y que no he querido a ningún amigo más que a mi Umbral, a mi Delibes, a mi Kondo y sobre todo a mi Dorado, que llegó junto con Risitas cuando se murieron los dos amigos que teníamos de puro viejos.
No les digo que no pasarán dolor cuando los pierdan, que sí, tanto que creerán que la vida acaba y que ya no podrán volver a querer tener más un amigo tan especial que jurarías que es único en la tierra.
Luego un día el pecho empezará a latir de nuevo, lo mismo cuando vean una pobre desgraciada que ha sido abandonada, en navidades, en una triste gasolinera, viéndole en los ojos lo que siempre le viste a todos ellos, entrega absoluta y amor sin límites, algo que no nos está reservado a los que no somos animales de cuatro patas, algo que solo tienen ellos, para regalártelo por entero.