Inmaculadamente blanco, aunque también existe en la versión rosa, con las flores en forma de pequeños cascabeles, que, juguetones, se columpian sobre una ramita verde y agobiada por el peso, el muguete o lirio de los valles es la planta “porte bonheur”, (es decir, portadora de felicidad), de Francia.
Resulta imposible precisar qué nos seduce más en esta flor: si la inmaculada blancura de sus cascabeles o el delicioso perfume que emana de ellos. Dicen que el divino Apolo cubrió el suelo del Parnaso con una alfombra de lirios de los valles para que las musas que lo seguían, enamoraban y seducían, no se lastimasen los pies. Esto nos indica la ascendencia mitológica de esta deliciosa planta que, según las referencias de folcloristas e historiadores, ya se hallaba presente en todas las celebraciones paganas en honor a Dionysos, lo mismo que en las de los celtas y ahora continúa en la inolvidable fiesta del primero de mayo. Una de las pocas fiestas francesas en la que no hay ningún vínculo que la relacione con las solemnidades del catolicismo, con los vaivenes de la política o las conmemoraciones de revoluciones, guerras y batallas. Quizás por eso resulta tan entrañable. Ese día, inolvidable y fascinador, en el que todo el mundo está autorizado a vender esta planta, niños y chicas en flor abordan a las gentes en la calle para ofrecerles su ramita de muguete, portadora de felicidad; pero, por lo que cuentan los entendidos, las ramas más meritorias no son las que se compran en avenidas y plazas, sino las que se consiguen en el bosque y de éstas -algo casi imposible-, las que llegan a las trece flores. Familias enteras desplegadas por los bosques y arboledas que bordean el Sena, niños que corren y juegan, felicidad del instante que peina de hermosura el sol primaveral de los inicios de mayo. ¡Hedonista alegría de vivir y gozar! Ese día, si a uno se le ocurre visitar alguno de los cementerios de cualquiera de los pueblecitos de las riberas del río -Meulan, Hardricourt, Mezy, Juziers, Mantes la Joie…-, verá que el lirio de los valles también ha llegado hasta las tumbas de los muertos. Lo mismo ocurre con los que ese primero de mayo se marchan para el otro mundo: entre las coronas que le acompañan siempre irá alguna con el lirio de los valles. Y es que los que se fueron de entre nosotros también tienen derecho a disfrutar de la felicidad que irradian los trece cascabelitos de esta peregrina flor. Pero, en medio de la profusión de tumbas ornadas con la flor de la felicidad, siempre queda alguna que no tiene su ramita de muguete, lo mismo que en el agobio de gentes que circulan por las calles, también van hombres y mujeres que no llevan su ramita de felicidad en el ojal o en la mano. Son los olvidados, los despechados o acaso los que nunca han creído en que la felicidad del instante puede estar en el perfume de una flor.