No me gusta la deriva que está tomando Ceuta. La sensación que uno tiene al darse una vuelta por la ciudad y leer las noticias locales es que somos presa del caos. La frontera es un claro ejemplo de esta situación. Por muchos policías y guardias civiles que se pongan en el paso fronterizo no es posible controlar el incesante ir y venir de coches y de personas. Nuestra frontera es un estrecho cuello de botella que impide el normal fluir de vehículos. Esta realidad la pude comprobar en persona hace unos días. Regresamos un amigo y yo de Tetuán una tarde de sábado, a eso de las 19:00 h. No había demasiado movimiento. Nos pusimos con nuestro coche en uno de los cuatro carriles que en ese momento tenían abiertos los policías marroquíes. No entendíamos que con tan poca gente no fuera más rápida la cola. Cuando por fin pasamos el control de pasaporte, observamos que los cuatro carriles pasaban a dos y, al entrar en la frontera española, en uno solo. Aquí estaba la explicación de que unos pocos coches tardáramos casi una hora en atravesar el paso fronterizo entre Marruecos y Ceuta. Pensé entonces: “Si esto sucede un día y a una hora buena, ¿Qué no pasará a diario cuando son cientos los coches que pretenden entrar nuestra ciudad?”. Bien pensado no hay otra solución con la actual estructura del viario en la zona de la frontera. Hay que pasar, de alguna manera, de los cuatro carriles de la frontera marroquí al único carril que los vehículos encontrarán al llegar a Ceuta.
La solución, según nuestras autoridades, para ensanchar este estrecho cuello de botella que es la frontera española, consiste en ampliar el número de carriles en el tramo de carretera entre el mismo paso fronterizo y la Almadraba. Puede que esta nueva infraestructura haga más fluido el tráfico en este tramo de la carretera, pero, mucho nos tememos, que al final agravará el problema. Realmente lo único que conseguiremos con esta ampliación de carriles es trasladar el cuello de botella de un punto a otro, ya que, tarde o temprano, nos encontraremos con uno o dos carriles a lo máximo. La propia estrechez de la península que es Ceuta y el hecho de estar rodeado del mar impide que podamos crear circunvalaciones, o cosas por el estilo. La única entrada a la ciudad por la bahía sur es el puente de Cristo. No hay más alternativas ni es posible modificar las dimensiones de Ceuta a nuestro antojo.
Al dibujar un embudo de mayor capacidad en la misma entrada de la ciudad daremos la posibilidad de que en poco tiempo se llene y el tapón ya no esté en la parte marroquí, si no en la española. Tal y como demostró Colin Buchanan, las nuevas infraestructuras generan más tráfico del que son capaces de absorber. Ceuta, debido a su alta densidad de población y abultado parque automovilístico, ha sobrepasado su capacidad para absorber el tráfico motorizado, debido a su estructura urbana, su carácter y su edificación. Las autoridades competentes de la ciudad deberían reconocer que la situación del paso fronterizo no puede solucionarse construyendo nuevos y costosos viales. Es necesario afrontar una gestión realista del problema antes de emprender la construcción de nuevos carriles que empeorarán la situación actual. La única solución viable pasa por controlar el número de vehículos que entran y salen de Ceuta. Todos sabemos en esta ciudad que una de las principales causas de la presión que sufre la frontera ceutí es el polígono del Tarajal. El comercio atípico, como le gusta llamarlo a algunos, es la fuente de la que emana una buena parte de los atascos observables en la frontera de Ceuta. Sería posible acabar con esta situación, pero nadie está dispuesto a hacerlo. Hay mucho dinero de por medio y muchas personas que viven, -a ambos lados de la frontera-, de este anómalo tránsito de mercancías.
Si hay una palabra que es considerada maldita o el peor de los anatemas ésta es la de “límites”. Un término que proviene precisamente de la palabra latina “limes”, cuyo significado es frontera. Existe una práctica unanimidad entre la clase política, económica y ciertos sectores profesionales a la hora de considerar las limitaciones en tamaño, densidad urbana y tráfico como arbitrarias y sinsentido. Esta resistencia para establecer determinados límites se ha debido, según Lewis Mumford, a dos hechos: “la suposición de que todos los cambios hacia arriba en magnitud eran signos del progreso y automáticamente buenos para los negocios, y la creencia de que esas limitaciones eran esencialmente arbitrarias, por el hecho de que proponían reducir las oportunidades económicas, -esto es, la para hacer ganancias mediante la congestión-, y detener el curso inevitable del cambio”.
Contra esta grave superstición en contra de las limitaciones es difícil luchar. Nosotros llevamos muchos años haciéndolo sin resultado. De nada ha valido el trabajo de los informes realizados por el Observatorio de la Sostenibilidad, más allá de algún que otro titular en la prensa. Conseguimos volcar todas nuestras conclusiones en las alegaciones que presentamos al documento del PGOU de Ceuta, pero han sido ignoradas. Como reconoció el director del PGOU en el transcurso de unas jornadas divulgativas organizadas por el IEC, la consigna política es que “hay que sacar el PGOU de la manera que sea”. Todo se reduce a un mero trámite para que la maquinaria económica y burocrática no se detenga. Los ciudadanos somos, en el mejor de los casos, unos meros convidados de piedra en un festín cuyo plato principal y único es el escaso territorio de Ceuta. Muchos esperan que se abra el salón para tomar la parte de la tarta que les toca.
Si el urbanismo reglado causa estragos en el delicado y valioso patrimonio cultural y paisajístico de Ceuta, no digamos ya de la imparable ola de construcciones ilegales que, como un tsunami, barre toda la superficie de Ceuta dejando a su paso un rastro de infraviviendas y vertederos descontrolados. Las autoridades locales se ahogan en un agitado mar de expedientes administrativos que no consiguen evitar la proliferación de este tipo de construcciones fuera de ordenamiento. Hace falta una adecuación de las leyes urbanísticas, -sobre todo en el apartado disciplinario-, a la singular situación ceutí, pero nadie da el primer paso. Hasta la subdirectora de Urbanismo del gobierno central ha dicho que estaría encantada de contar con una ley específica del suelo para Ceuta y Melilla, pero falta que alguien lo pida. Parece que vivir en el caos tiene también sus ventajas. Cuanto menos normativa, más discrecionalidad para nuestros gobernantes a la hora de emprender sus locuras egocéntricas y beneficiar a los amigos.
Hace algunos años colaboramos en la preparación de un reportaje para RTVE que titularon “el sitio de Ceuta”. No pudieron elegir mejor título para hablar de la situación que se vive en nuestra ciudad. Nuestra frontera resulta completamente ineficaz para controlar el flujo de personas que entran y salen de Ceuta, o que deciden asentarse aquí de manera legal o ilegal. La presión es enorme y las huellas que dejan sobre el territorio son imborrables. Barrios enteros ofrecen una imagen caótica, sin infraestructuras ni equipamientos públicos y rodeados de vertederos incontrolados. Los acantilados están arruinados con enormes cantidades de residuos arrojados sin miramiento. Nuestro patrimonio cultural abandonado u ocupado de forma ilegal. Las calles llenas de heces de perros y los montes quemados y repletos de suciedad.
Siglos atrás en la historia de Ceuta las fronteras eran más precisas y los enemigos claramente reconocibles. Ahora ya no es fácil distinguir los enemigos externos de los internos. Puede que el mismo término de “enemigo” pertenezca a otros tiempos y situaciones históricas. Ahora libramoos una batalla de todos contra todos, en la que sólo cabe la victoria individual. Lo colectivo es para muchos una quimera utópica. Hemos recuperado el lema del fin del imperio romano: “¡Sauve qui peut! ¡Sálvese quien pueda!”. Lo que quedará al final de esta lucha fratricida será una ciudad destruida y arruinada. ¿Qué podemos hacer para evitarlo? Lo primero y principal es luchar, como reza en el juramento de los atenienses, “por los ideales y cosas sagradas de la Ciudad, a solas o en compañía de todos”. Lo segundo decir y acostumbrarnos a escuchar la verdad, aunque ésta resulte dolorosa. Y tercero, desarrollar la suficiente sensibilidad para valorar la belleza del patrimonio cultural y natural de Ceuta. Estos tres principios se pueden resumir en uno solo: amar a Ceuta y estar dispuestos a luchar por ella no sólo con vacuas palabras, sino con hechos y acciones concretas.
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